Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones, en Barcelona

Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones, en Barcelona Cedida

Examen a los protagonistas

Mick Jagger

4 noviembre, 2023 23:58

El inmortal

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Daba gloria ver a Mick Jagger hace unos días en Barcelona, tragándose
un partido de fútbol (la camiseta del Barça luce la célebre lengua roja de los
Rolling Stones: intuyo que algo de dinerito le habrá caído al grupo y no al
revés, como pasaba con Qatar), sonriendo ante la Sagrada Familia, a la
entrada de una tienda de suvenires, colándose en la cocina de un restaurante
postinero a retratarse con cocineros y pinches…Es como si, a sus ochenta
años, aún no hubiera obtenido la satisfacción que ansiaba a los veinte y la
siguiera buscando por todo el mundo: de ahí ese ritmo frenético de actuaciones
en directo, impropio de un hombre de su edad, o la humorada, bastante bien
resuelta, de publicar un disco nuevo de su banda, como si él y sus compadres
tuviesen algo nuevo que decir (y encima, el disco, Hackney diamonds, aunque
innecesario en comparación con las grandes obras de antaño, no está nada
mal para salir de una pandilla de carcamales). Cuando sea mayor, quiero ser
Mick Jagger. ¿Y quién no?

Puede que haya quien prefiera ser Bob Dylan, y me parece muy bien,
pero no hay más que comparar la actitud de uno y de otro para inclinarse por el
cantante de los Stones. Ambos se pasan la vida en la carretera, pero, ¡qué
diferencia de actitud! Dylan actúa constantemente en directo, pero no parece
extraer ninguna satisfacción de ello. Da la impresión de que viaja en un ataúd
del que lo sacan cada noche para apalancarlo contra el armonio y dejar que empalme una serie de versiones irreconocibles de sus grandes hits. No habla
con el público. No habla con nadie (ni con sus teloneros). No se deja ver por las
calles de las ciudades que visita, como si del escenario volviera al ataúd, en
dirección al siguiente destino. ¿Por qué insiste este hombre en pasarse tantas
noches al año lejos de su camita? Si consigues verle la cara entre la penumbra
en la que últimamente se mueve (o, mejor dicho, no se mueve), observarás que
parece la de un hombre que se acaba de dar cuenta de que están a punto de
ejecutarlo o de alguien que espera su turno en la consulta del proctólogo.
Por el contrario, Mick Jagger no parece echar de menos su camita y
se muestra como un ferviente partidario de las habitaciones de hotel de
cualquier lugar del mundo. Sale a actuar con la energía de cuando tenía veinte
años, charla con el público, cena en sitios chachi, se pasea por la ciudad de
turno, se hace fotos con quien se lo pide y, en sus ratos libres, hasta compone
nuevas canciones con su viejo amigo Keith Richards, al que no se ha quitado
de encima desde que iban juntos al colegio.

Hay quien encuentra patética la tendencia de las viejas glorias a
eternizarse en los escenarios, y yo también tuve en tiempos esa funesta
manera de pensar. Como me dijo un día Gay Mercader sobre los Stones: “Son
músicos. ¿Qué quieres que hagan? ¡Pues actuar!”. Tenía razón, y desde que
adopté su punto de vista, cada día admiro más a Mick Jagger (no tengo nada
en contra de Dylan, pero debería mejorar su actitud displicente e intentar hacer
como que se divierte un poco en el escenario). Sí, cuando sea mayor, quiero
ser Mick Jagger. Lástima que ya tengo una edad y me queda poco tiempo para
conseguirlo.