Pere Aragonès se siente fuerte al saber que el PSOE ha decidido que su partido, ERC, sea necesario para formar nuevo Gobierno. A pesar de su declive electoral, el presidente de la Generalitat protagonizó este jueves un discurso desafiante en el Senado, tanto en las formas -ni siquiera se quedó a escuchar réplicas del resto de grupos, lo cual deja al descubierto su forma de concebir el "diálogo"- como por el fondo, poniendo así más difícil a los socialistas justificar la elección de tan extraño compañero de viaje.

Exigir la amnistía de los condenados y encausados del procés -algo que el PSOE parece dispuesto a aceptar-, dar por hecho que este será el primer paso hacia un referéndum de "autodeterminación", y culpar a España de un supuesto "déficit fiscal" de 22.000 millones de euros respecto a Cataluña no parece la mejor forma de granjearse simpatías. Eso, por no hablar de la fea costumbre nacionalista de llamar "anticatalanista" a cualquiera que le lleve la contraria (en este caso, al PP).

Una deriva radical que, por otra parte, tampoco le está dando buen resultado, pues Junts per Catalunya le come cada vez más terreno a los republicanos en las elecciones. En vez de apostar por la sensatez, la estrategia de Aragonès resulta doblemente perdedora.

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