Narges Mohammadi
Aparte de galardonar a gente que, aparentemente, lo merece por su brillantez en el desarrollo de su profesión, los premios Nobel también sirven para darles una bofetada con la mano abierta a regímenes políticos que se la han ganado a pulso. Lo hemos visto en el pasado y lo acabamos de volver a ver con la concesión del Nobel de la Paz a la iraní Narges Mohammadi (Zanyán, 1972) por su, según la Academia sueca, “lucha contra la opresión de las mujeres en Irán”, una lucha que la ha llevado a dar con sus huesos en una cárcel de Teherán, donde cumple actualmente una condena de más de diez años de reclusión. En un alarde de optimismo, su abogada ha declarado que, si las autoridades iraníes toman la decisión correcta, la pondrán en libertad. Algo me dice que dichas autoridades no tienen la menor intención de tomar esa decisión correcta, pues basan todo su poder en el uso y abuso de decisiones moralmente incorrectas. Más que nada, porque llevan muchos años haciéndole la vida imposible a la señora Mohammadi (su marido, Taghi Rahmani vive exiliado en París junto a los dos hijos mellizos de la pareja, Ali y Kiana, que llevan ocho años sin ver a su madre).
Narges Mohammadi lleva media vida entrando y saliendo de la cárcel por defender obviedades. Fue detenida por primera vez en 1988 y se tiró un año en el talego. Desde entonces, ha sido detenida trece veces (cinco condenas), y sentenciada a un total de 31 años de reclusión (más 154 latigazos, porque ya se sabe que la letra con sangre entra). Esta defensora de los derechos humanos, que los ayatolas se pasan por el arco de triunfo, lleva doce años entrando y saliendo del trullo, donde ha sufrido varios ataques al corazón y está viva de milagro, ya que la asistencia médica ha sido, digamos, discutible (por no hablar de los largos períodos de aislamiento que denuncia Amnistía Internacional). Se la acusa de difundir propaganda contra el Estado. Y puestos a agravar su situación, no se le ocurrió nada mejor que quemar su velo en el patio de la cárcel para protestar contra el asesinato en una comisaría de Mahsa Amini, la chica que cometió el grave pecado de no llevar el suyo bien puesto, según la policía de la moral.
El actual régimen iraní es una tortura constante para la mayoría de sus habitantes, pero en Occidente ya se sabe que lo que no nos afecta directamente es como si no existiera. En el exterior, Irán también hace todo lo que puede para empeorar las cosas, como armar a Hamás para que ataque a Israel, como acaba de suceder (haciéndole un favor involuntario al corrupto Benjamín Netanyahu, que, si deja de ser presidente, se le echa la justicia encima por distintos motivos). En ese sentido, el Nobel de la Paz para Narges Mohammadi solo puede considerarse un premio de consolación (por cierto, ¿quién recogerá el millón de dólares que trae aparejado el galardón?). Menos da una piedra y, además, la ética y la política, como se puede comprobar estos días en España, cada vez guardan menos relación.