Nacho Martín Blanco
Cambio de tercio
La última vez que me crucé con Nacho Martín Blanco (Barcelona, 1982), le expresé mis dudas de que el proyecto Ciudadanos tuviese el menor futuro. Se lo dije con cariño porque le tengo mucho aprecio desde que me lo presentó, en los albores barceloneses de Ciutadans, su amigo y profesor Ferran Toutain, uno de los impulsores del partido. El hombre sonrió y, adoptando un tono animoso, me aseguró que la cosa aún tenía salvación y que él haría lo posible para que así fuera. Hace unos días, Nacho tiró la toalla ciudadana y se pasó al PP, que lo ha situado de número uno por Barcelona (basureando de rebote un poquito más a Alejandro Fernández, un tipo excelente que no merece este tratamiento). Supongo que la alternativa era irse a casa y que Nacho se ha convertido en un profesional de la política. Y que su presencia solo puede ser beneficiosa para los que queremos un PP (bueno, puede que querer sea exagerar, pero ustedes ya me entienden) bien instalado en lo que viene siendo la derecha civilizada y lo más alejada posible de los extremistas e iluminados rancios de Vox.
El PP (y todos nuestros partidos políticos en general) no anda muy sobrado de banquillo y Nacho me parece un buen fichaje si la intención es alejarse del mundo exterior (Vox) y de una parte del interior (los ayusers), pero contrasta un poco con el trato displicente otorgado a Fernández o el directamente hostil que encajó en su momento Cayetana Álvarez de Toledo (que será todo lo marquesona que ustedes quieran, pero es también una mujer inteligente, culta, preparada y con bastantes más luces que Isabel Díaz Ayuso, que no sabría qué decir si no tuviera constantemente a Miguel Ángel Rodríguez colgando del pinganillo y diciéndole lo que tiene que hacer).
Hace tiempo que no hablo con él y no sé exactamente a qué aspira el amigo Nacho con su paso al PP. Ya hay quien empieza a acusarle de tener una ambición desmesurada y de aspirar a convertirse en el primer catalán que llega a presidente del gobierno español, como intentó previamente, aunque con catastróficos resultados, Albert Rivera. El Nacho Martín Blanco que yo conocí al principio de Ciutadans era un socialdemócrata antinacionalista culto y simpático que se había metido en política obedeciendo a una obligación moral. El actual, sinceramente, ya no sé muy bien quién es. Todo parece indicar que se ha inclinado ligeramente a la derecha, pero eso, en principio, puede no ser malo para esa misma derecha. Lo único que tengo claro es que se ha convertido, para bien o para mal, en un político profesional, y yo no tengo nada en contra: es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo, como dicen los anglosajones.
Creo que voy a tener que llamarle para que me lo cuente todo. Y no me va a costar nada: siempre ha sido un placer departir con él (lo cual es más de lo que puedo decir de la mayoría de nuestros políticos).