Dalai Lama
Dejad que los niños se acerquen a mí
Igual chochea, a sus 87 años, pero lo del Dalai Lama de hace unos días, cuando le dio por besar a un niño en la boca y animarlo a que le chupara la lengua es de juzgado de guardia, especialmente en un momento como el presente, cuando los abusos infantiles son uno de los problemas más dolorosos a los que se enfrenta cualquier sociedad (e incluyo, lógicamente, a la tibetana). ¿Qué le pasó a su Santidad cuando le pusieron delante a aquel zagal? ¿Consideraba que lamer la lengua de un anciano era un privilegio que se le concedía a un tierno infante? ¿No le habría salido más a cuenta intentarlo previamente con Richard Gere, presidente de su club de fans en Estados Unidos, que es, a fin de cuentas, un adulto? Es más, con la difícil situación que atraviesa su pueblo desde hace décadas gracias a la hostilidad china, ¿pensó tal vez que el tierno gesto de babear a un menor le iba a granjear aún más simpatías de la comunidad internacional? ¿Pero en qué estaba pensando el maldito Dalai Lama número 14 cuando le propuso un poco de comunicación salivar a aquel pobre crío?
Observo que el asunto hizo correr mucha tinta durante un par de días y que ya parece haber pasado a mejor vida. No he oído nada sobre una posible atención psiquiátrica al Dalai Lama, quien, por cierto, no olvidemos que ganó el premio Nobel de la Paz en 1989 y la Medalla del Congreso de los Estados Unidos en el 2001. No sabemos si estamos ante un anciano al que se le ha ido momentáneamente la olla, ante un menorero saliendo algo tarde del armario o ante un humorista cuyas bromas se malinterpretan. Pero si algo no necesita el Tíbet en su actual situación es contar con un representante (Dalai: Océano; Lama: Gurú) que va por ahí morreándose con menores y riéndose al respecto como si fuese la actividad más divertida e inocente del mundo.
Dicen que el mal está en los ojos del observador, pero creo que aquí deberíamos hacer una excepción a la norma. Los cristianos estamos lamentablemente acostumbrados a la siniestra figura del cura sobón y rijoso dedicado en cuerpo y alma a arruinarle la infancia al chaval que le cae más cerca. Gracias al Dalai Lama, podemos recurrir a nuestro viejo refrán “En todas partes cuecen habas”, mientras se extienden las sospechas de pedofilia entre todos los profesionales de la intermediación entre el Señor y su rebaño. Triste consuelo, la verdad, pues la figura del Dalai Lama concitaba hasta ahora cierta unanimidad a su favor y, por extensión, a su pueblo. Ya sé que en el budismo no existe la figura del Dalai Lama emérito y que, teóricamente, hay que esperar a que el actual la diñe y se reencarne en algún recién nacido (aunque el alma se líe por el camino y acabe dentro del niño que no es, como sucedió no hace mucho con el lama español conocido como Osel). Pero si yo fuera tibetano, creo que no dejaría pasar la absurda salida de pata de banco de mi líder espiritual. Más que nada, por la cuenta que me trae, no le vaya a dar a Richard Gere por dejar de aflojar la mosca.