Clara Ponsatí
Muéranse por mí, que ya tardan
A los que no formamos parte del inframundo lazi, la señora Clara Ponsatí nos parece uno de los personajes más desagradables del procesismo catalán. Es más, da la impresión de que ella disfruta siéndolo. Aún recordamos su tuit "De Madrid al cielo", cuando en la capital de la nación, en pleno ataque del Covid, la gente caía como moscas. O su insistencia en que tiene que haber muertos (que no sean ella y sus amigos, claro) para que llegue la ansiada independencia del terruño. Otros de su cuerda se esfuerzan en impostar cierta simpatía y hasta tolerancia hacia los que les llevan la contraria. Ella no. Ella solo abre la boca para soltar sapos y culebras contra España, país al que detesta desde que se le retiró la beca de la que disfrutaba en Estados Unidos mientras ponía de vuelta y media a quienes la mantenían. Todo nacionalista acumula cierto odio hacia quien considera su opresor, pero lo de esta señora con pinta de dulce abuelita roza lo patológico.
Durante los últimos días se ha dejado caer un par de veces por Barcelona y hemos podido comprobar que no solo es desagradable con los españoles, sino con cualquiera que se le cruce por el camino y la incomode con su presencia. Que se lo digan, si no, al mosso d´esquadra de paisano que la tuvo que detener por orden judicial durante su primera visita a Barcelona. El pusilánime consejero Elena envió a un solo agente no a detener, sino a suplicar a la vieja regañona que se subiera a su coche a dar un paseíto hasta el juzgado (cuando lo suyo hubiera sido enviar a un pelotón uniformado y meterla esposada en un coche, poniéndole una mano en la cabeza, como en las películas, pero, en este caso, para cerciorarse de que se daba un buen coscorrón con el metal del vehículo). Y la señora Ponsatí, mostrando su credencial de europarlamentaria, trató al mosso a patadas, en plan "Usted no sabe con quién está hablando" (yo sí: con una vieja bruja con muy mala baba), hasta que decidió hacerle el favor de subirse a su coche.
Todo el espectáculo lo planteó la señora Ponsatí para aparentar un valor del que carece, pues cuando había peligro de acabar en el talego no ponía los pies en territorio español ni que la mataran y se limitaba, como su jefe, el Hombre del Maletero (aún más cobarde que ella), a hacerse el gallito en el Parlamento Europeo, donde ahora la ha tomado con Roberta Metsola por no defenderla como ella cree que debería hacerlo (con muy buen criterio, la señora Metsola, que debe estar hasta el moño de la dulce abuelita y su alegre pandilla, ha desviado el tema hacia un departamento jurídico que dirige en estos momentos, bromazo insuperable, un diputado de Ciudadanos).
Clara Ponsatí está llamada a declarar ante el juez a finales de este mes, pero ella dice que no le apetece nada y que igual no se presenta. Evidentemente, dar las gracias al gobierno español por haber eliminado el delito de sedición es algo que no se le pasa por su canosa cabecita llena de odio y roña moral. Y es que, de hecho, está viviendo sus (¿últimos?) días de gloria. Tarde o temprano le caerá la inhabilitación para cargo público y tendrá que volver a dar clases en la primera universidad en la que la acepten. De momento, insulta a quienes la han favorecido en el presente y en el pasado, exige derramamiento de sangre (ajena) por la patria y se muestra permanentemente enfurruñada, indignada, faltona, grosera, sobrada y todo lo desagradable que se puede llegar a ser. Como se muerda la lengua, se envenena.