Ana Obregón
Amor de madre
Hay que ver la que se ha liado con el embarazo subrogado de Ana Obregón, que ha conseguido opacar los shows de Laura Borràs y Clara Ponsatí y hasta el viaje a China del presidente Sánchez. Me consta que el tema es delicado y reconozco que yo mismo no lo acabo de tener claro. Creo que habría que distinguir los dos principales modelos de embarazo subrogado, uno de los cuales –el del ricachón o la ricachona que quiere ser papá o mamá recurriendo a una muerta de hambre que acceda a hornear el bollo a cambio de unos monises- se me antoja repugnante. Por el contrario, no me parece mal el embarazo altruista (si es que existe) de una mujer que, sin dinero de por medio, se ofrece a echarle una mano (o, mejor dicho, un útero) a una amiga que no consigue quedarse preñada o a un amigo gay que, por motivos obvios, tampoco. Me temo que esos casos abundan menos que los de la necesidad económica experimentada por mujeres pobres sobre las que se ejerce, sin duda alguna, una violencia basada en el poder, pero haberlos, haylos (pienso en la hija de Leonard Cohen, Lorca, que tuvo a un retoño del mismo nombre para hacer feliz a su mejor amigo gay, Rufus Wainwright, aunque la niña ha acabado viviendo con su madre y recibiendo las visitas de papá).
El embarazo subrogado de Ana Obregón a los 68 años ha sido acogido con una hostilidad en mi opinión exagerada. Se han reído de ella, la han puesto verde, la han tildado de vieja ridícula (en eso ha contribuido ella un poco con su foto en silla de ruedas con el bebé a cuestas, como si acabara de parir, pero es que hace años que la dulce Anita que me presentó Pepe Ribas en Madrid en los tiempos de la Movida y que era una muchacha adorable se ha convertido en la versión nacional de Gloria Swanson en Sunset Boulevard), la han acusado de explotar la pobreza ajena, le han recordado que la diñará cuando su nueva hija haya llegado, con suerte, a la adolescencia y me la han convertido en una bruja mala cuando solo se trata, en mi opinión, de una mujer a la que se le murió un hijo hace tres años y a la que no se le ha ocurrido nada mejor para escapar a su autoproclamada muerte en vida que recurrir al viejo dicho de que un clavo quita otro clavo.
Que yo recuerde, nadie la tomó con su viejo amigo Miguel Bosé cuando éste y su novio adquirieron cuatro preciosos infantes. Ha habido infinidad de embarazos irregulares en los últimos tiempos sin que se desencadenara esa tempestad de odio que le ha caído encima a la señora Obregón. Dejando aparte lo que pensemos sobre el embarazo subrogado, ¿quiénes nos creemos que somos para juzgar el sistema que ha encontrado la actriz (y bióloga) para salir mínimamente de la desesperación? Que se sepa, la dueña del vientre de alquiler no se ha quejado de nada y ha recibido una compensación económica razonable. ¿A qué viene, pues, esta ira brutal contra Ana Obregón?
No hace mucho, Hilaria Thomas, la esposa supuestamente mallorquina del actor Alec Baldwin (al que cada día vemos más desmejorado ante la constante fabricación de vástagos por parte de la parienta), tuvo un embarazo subrogado mientras ya estaba embarazada de manera natural. No recuerdo que nadie le dijera que estaba loca o que era una absurda, aunque a mí lo de tener un feto en el vientre y encargar otro a cambio de dinero me parezca una clara muestra de insania. Con Ana Obregón, por el contrario, se ha optado por el linchamiento. ¿No habíamos quedado en aquello de que quien esté libre de pecado lance la primera piedra? ¿Y si dejamos en paz con sus cosas a nuestra Norma Desmond?