Carmen Mola
El regreso de Elena Blanco
Al igual que un número considerable de mis conciudadanos, me acabo de tragar la cuarta entrega de las aventuras de la atormentada inspectora Elena Blanco, Las madres, cuyo final abierto me ha dejado con ganas de leer la quinta, en la que ya deben estar trabajando esos tres señores –Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero (sí, es el hijo del responsable de Verano azul, la serie más emitida en toda la historia de TVE)- que escriben a seis manos bajo el alias de Carmen Mola, cuya identidad no fue revelada hasta el año pasado, cuando ganaron el Planeta con La bestia, thriller histórico que no formaba parte de la saga que les ha dado la fama, la fortuna y la entrega de una elevada cantidad de seguidores, tanto en España como en los países en que ha sido traducida, que ya son unos cuantos.
Como tengo cierta tendencia a creerme más listo de lo que soy, cuando se publicó la primera parte de las brutales aventuras de la inspectora Blanco, La novia gitana (2018), miré hacia otro lado y seguí comprando thrillers anglosajones, nórdicos y algún que otro francés. Hice lo mismo cuando aparecieron La red púrpura (2019) y La nena (2020), hasta que un buen día, deambulando por la FNAC de la plaza de Cataluña, tuve una especie de epifanía al verlas las tres juntas y observar que acumulaban muchas ediciones. Magnánimo como soy, me decidí a darle una oportunidad a Carmen Mola (también se la di en otra ocasión a Joel Dicker, pero ahí metí la pata hasta el fondo y tiré el dinero al retrete, por muchos ejemplares que venda este buen señor), adquiriendo la primera entrega de la saga, La novia gitana, que devoré en pocos días, viéndome obligado a adquirir rápidamente las otras dos. Reconozco que confiaba en que La novia gitana me resultara insoportable para poder lamentar el mal gusto de mis compatriotas y emitir una enésima y elitista queja sobre el mundo de los best sellers, pero no hubo manera, pues también yo caí a cuatro patas en el universo aterrador de la inspectora Elena Blanco, que no necesita alejarse mucho de Madrid para resultar tan absorbente y tenebroso como el de las historias que transcurren en Londres o Nueva York. La red púrpura me atrapó aún más que la anterior y sigue pareciéndome la mejor de la serie, pero tanto La nena como Las madres se leen del tirón, dejándote con ganas de más (y yo diría que todas ellas han influido en mi admirado Bernard Minier a la hora de escribir su novela Lucía, ambientada en España, protagonizada por una guardia civil y aún no publicada entre nosotros).
Cuando Carmen Mola se hizo con el Planeta (sí, se concede a dedo, ya lo sabemos, pero también somos conscientes de que los Reyes Magos son los padres y no armamos tanta alharaca), se produjo una revuelta a cargo del sector más obtuso del feminismo, como si tres escritores no pudieran trabajar juntos bajo un nombre falso de mujer. La bestia (que no he leído porque los thrillers ambientados en el pasado me dan pereza, aunque acabaré haciéndolo) retrasó un año la publicación de la cuarta entrega de la serie de la inspectora Blanco, pero la espera ha valido la pena: la trama es retorcida y brillante, como suele, los personajes centrales siguen pareciendo de carne y hueso y la protagonista, con su propio horror a cuestas y su amor por la grappa y las canciones de Mina, sigue siendo una de las más felices creaciones de la novela negra española de los últimos años.
Acostumbrado a leer cosas que a casi nadie interesan y que con casi nadie puedo comentar, siento cierta alegría pueril al disfrutar de algo que hace felices a miles de mis compatriotas. Y espero desde ya la quinta aventura de la inspectora Blanco, que intuyo que se titulará El clan. No me pregunten por qué, que no estoy para spoilers.