Jean-Luc Godard
Yo era más de la 'New Wave'
Me pasé la adolescencia y la juventud oyendo a mis mayores hablar maravillas de las películas de Jean-Luc Godard, el cineasta suizo que falleció hace unos días por suicidio asistido a la edad de 91 años, pero confieso que su obra nunca me interpeló, como se dice ahora. Me olía a ladrillo y no hice ningún esfuerzo por ver sus largometrajes (nunca vi Alphaville, pero a cambio me tragué todas las películas en las que Eddie Constantine interpretaba a Lemmy Caution), aunque no había en mí ninguna hostilidad hacia la Nouvelle Vague ni hacia el cine en francés en general (como demuestra mi interés por cineastas tan variopintos como François Truffaut, Louis Malle o Jean-Pierre Melville). Simplemente, tenía la impresión de que Godard no era para mí. Lo pude comprobar ya en la madurez (si es que realmente he alcanzado ese estado, cosa que dudo, pues más bien tengo la sensación de haber pasado de adolescente eterno a viejo sin transitar por la vida adulta), cuando me dije que las cosas no podían seguir así y que estaba obligado a superar esa laguna intelectual consistente en no haber visto nunca nada del señor Godard. Hasta entonces, lo más cerca que había estado de él fue cuando vi el remake americano de A bout de souffle, dirigido por Jim McBride y protagonizado por Richard Gere y Valerie Kaprisky (me encantó, por cierto). Para poner remedio a la situación, me tragué la versión original, con Jean Paul Belmondo y Jean Seberg, y solo la encontré levemente irritante (cuéntenle a un fan de Godard que prefieren el remake americano a la primera versión y prepárense para asistir a un espectáculo de violenta indignación intelectual). Me creí más a Gere que a Belmondo, y el ritmo de McBride, a los acordes del Breathless de Jerry Lee Lewis, me resultó mucho más estimulante que el de Godard.
Poco después, hice un segundo esfuerzo y vi Le mepris, adaptación de una novela de Alberto Moravia que acababa de leer y que me había gustado muchísimo. Ahí la irritación subió de nivel y me quedé con la impresión de que Godard, directamente, se había ciscado en el pobre Moravia, cuyo libro no había entendido o, aún peor, había utilizado cual novela de quiosco para ir a sus cosas. No hubo un tercer intento de acercarme al cine de Jean-Luc Godard: como había intuido de joven, no era para mí. Y se lo cuento porque hace tiempo que dejó de preocuparme parecer un zoquete que no se entera de nada (también me empeñaba en terminar todos los libros que empezaba a leer y hace años que les doy un máximo de cincuenta páginas para que se ganen mi interés: ¡mi tiempo en este mundo se va acabando!).
Así pues, les doy el pésame a todos esos fans de Godard que llevan días expresando su desolación en las redes sociales ante la muerte del hombre que, según ellos, cambió el cine para siempre y sigo con mis manías, mis filias y mis fobias, si no les importa