Julee Cruise
Tras toda una vida sometida a la tiranía del lupus, nos ha dejado la cantante norteamericana Julee Cruise (Creston, Iowa, 1956-Nueva York, 2022), aquella voz soñadora y etérea que descubrimos en la película de David Lynch Blue velvet, a la que llegó porque salía más barato componerle una canción para ella, The mysteries of love, que utilizar la que el cineasta tenía en mente, Song to the siren, del grupo This Mortal Coil. Hasta entonces, la señorita Cruise no había llegado muy lejos, por lo que el encuentro con el letrista Lynch y el compositor Angelo Badalamenti, músico de cabecera del cineasta, resultó providencial. Badalamenti está especializado en temas atmosféricos muy sugerentes, y Lynch es un letrista muy apañado (el problema llega cuando lo dejas solo, pues se marca unos discos a base de ruidos postindustriales que no hay quien los aguante; algo parecido puede decirse de su obra pictórica, lo cual no quita para que sea uno de mis directores de cine favoritos de todos los tiempos).
El tándem Lynch-Badalamenti volvió a contar con ella para Falling, el tema central de la serie de televisión Twin Peaks. Y le fabricó sus dos primeros elepés, Floating into the night (1989) y The voice of love (1993). No la acompañaron en su tercer y cuarto disco y la pobre Julee adquirió más aspecto de huerfanita del que ya tenía, pues ni The art of being a girl (2002) ni My secret life (2011, el último de su extraña carrera) estaban a la altura de su álbum de debut. Por el mismo precio, el cineasta y el músico le montaron un espectáculo, Industrial Symphony number 1, que tenía su gracia, o así lo recuerdo de cuando lo vi en vídeo hace un montón de años. No puede decirse que Julee Cruise llegara a construirse una sólida carrera en solitario: tal vez no tenía mucho que decir, puede que la enfermedad constituyera un lastre permanente, pero llegó a colaborar con gente como Moby, los B-52, Bobby McFerrin o Pharrell Williams. Para bien o para mal, pasó a la historia como la chica de voz susurrante que participaba en las cosas de Lynch como una especie de espíritu incorpóreo, a menudo lírico, a veces siniestro y con frecuencia amenazador, como si portara malos augurios o estuviese ahí para subrayar los estados de ánimo de los personajes de las ficciones a las que se sumaba.
Julee Cruise nunca fue famosa, pero sí consiguió captar la atención de unos cuantos. Yo recuerdo haber escuchado durante unas semanas, de manera un tanto obsesiva, su primer disco, Floating into the night, y es indudable que la simbiosis que se dio entre ella, su compositor y su letrista arrojó unos resultados espléndidos. Puede que en la historia de la música pop la señora Cruise no pase de ser una nota a pie de página, y que le faltaran armas para montarse una carrera más personal y de mayor impacto popular, pero como personaje secundario del universo Lynch cumplió con su papel a la perfección.