Bruce Willis
El galán cómico
Se da cierta unanimidad entre los críticos cinematográficos a la hora de considerar a Bruce Willis un actor mediocre especializado en papeles de canalla simpático, pero a uno siempre le ha parecido que es mucho más que eso. Concretamente, uno de los pocos comediantes que resulta igualmente creíble en los papeles serios y en los cómicos, alguien que puede ejercer de galán y de humorista sin que la balanza se incline hacia un lado u otro, alguien en la línea, para entendernos, del gran Cary Grant.
Cierto es que durante los últimos veinte años se ha visto metido en un montón de películas prescindibles en las que salía como mucho diez minutos y que ni se estrenaban en salas, pues iban directamente a la televisión por cable, a las plataformas de streaming o a la media docena de videoclubs que quedan repartidos por el mundo (muchas de ellas producidas por un fabricante de churros llamado Randall Emmett que usaba al pobre Bruce de gancho para unos thrillers de baratillo que amenazaban con convertir a nuestro hombre en una especie de Steven Seagal, ese armario ropero dotado del don de la ubicuidad cuyas películas se solapan en todos los canales). Pero hasta los inicios del siglo XXI, Bruce Willis fue alguien. Alguien mucho más interesante que el sujeto bidimensional que los críticos de cine se empeñaron en vez desde que se asomó por primera vez al mundo audiovisual con la serie Luz de luna.
Ahora Bruce Willis se jubila anticipadamente a sus 67 años, edad muy adecuada para un civil, pero prematura para una estrella del cine (ahí tenemos al británico Michael Caine, que sigue al pie del cañón a sus 89). Y lo hace aquejado de una enfermedad espantosa para cualquiera en general y especialmente dañina para alguien que se gana la vida aparentando ser quien no es y pronunciando frases escritas por otros, la afasia, que entorpece notablemente las capacidades de hablar, leer, escribir, memorizar y demás asuntos relacionados con el cerebro (se comenta que hace ya unos pocos años que Willis rueda las birrias del señor Emmett con un pinganillo por el que una voz le dicta sus réplicas).
Aunque no vuelva a actuar, Bruce Willis puede presumir, como hacía Vittorio Gassman en el título de sus memorias, de tener un gran futuro a la espalda. Nos deja la serie de La jungla de cristal y a su protagonista, John McClane, ese poli indestructible que, vestido con una camiseta imperio y empuñando una metralleta, trastocaba los planes de cualquier villano. Nos deja sus colaboraciones con M. Night Shyamalan, como El sexto sentido y, sobre todo, El protegido, parábola sobre la conversión en súper héroe de un hombre normal en la que Willis estaba espléndido. Y nos deja algunas muestras de su vis cómica tan indiscutibles como Cita a ciegas o La muerte os sienta tan bien, en las que te reías lo tuyo a su costa y que son de las últimas comedias norteamericanas que un servidor recuerda con sumo agrado.
Ha sido saberse lo de su afasia y que los diarios se llenaran de artículos de listillos perdonándole la vida. No hay nada que perdonar, por lo menos en mi caso: siempre me ha parecido un actor muy notable (del sector intuitivo) que funcionaba en las comedias y como héroe de acción: situarlo a la misma altura que a Steven Seagal se me antoja, directamente, un insulto.