Iñaki Urdangarín había conseguido disfrutar de una vida regalada, impropia de un jugador de balonmano que no había destacado mucho en sus estudios. La hija de un rey se había enamorado locamente de él y solo le tocaba fabricar algunos borboncillos, sestear en un par de consejos de administración, pasear en velero con su campechano suegro y salir guapo en las fotos, cosa que no le costaba mucho porque la naturaleza le había otorgado una buena percha.
Yo ya entiendo que actividades tan poco estimulantes puedan acabar resultando aburridas, pero la manera que encontró de escapar al tedio no fue, probablemente, la más adecuada: nada que objetar a su aspiración de tener una vida propia y ganar un dinerillo con ella, pero tal vez seguir los consejos de un profesor suyo en ESADE no fue la mejor opción, como demuestran los años de talego que le cayeron tras salir a la luz sus trapisondas financieras. Y suerte tuvo de que su mujer se comportara como esas parientas de los mafiosos que siempre aseguran no haberse enterado de nada relativo a las discutibles actividades laborales de sus maridos y asegurara que no había notado nada raro en los tejemanejes de su Iñaki y el profe de marras.
Cuando parecía que el Yernísimo había aprendido la lección y se disponía a llevar una vida discreta –entre otros motivos, para no darle a su sufrido cuñado más problemas de los que ya le proporciona su suegro, quien se pinta solo para liarla desde el exilio, donde se trata con lo peor de cada casa-, me lo pillan cogidito de la mano con una mujer que no es la suya por una localidad de Euskadi Norte, Iparralde o el sur de Francia, como prefieran, pasándose por el forro la lealtad de la infanta Cristina, que tan útil le fue cuando le tocó dar explicaciones a la justicia. Todo parece indicar que ésta está que trina con la infidelidad de su maridito, y en las redes sociales abundan los memes en los que se contempla la posibilidad de que recupere milagrosamente la memoria en relación a las turbias actividades del gallardo ex jugador de balonmano.
A Iñaki le gusta estar en misa y repicando. Primero, se cuela en la familia real y cree que eso es compatible con unas actividades financieras, digamos, discutibles. Como la difunta Lady Di, el hombre parece que tampoco se dio cuenta en su momento de donde se estaba metiendo. Gracias a su posición, consiguió salir del juicio no tan malparado como era de esperar. Ahora solo le tocaba portarse bien, pasar desapercibido, seguir viviendo del cuento y tratar de que sus compatriotas se olvidaran de él.
En vez de eso, el hombre insiste en la insensata actitud de tener una vida propia y se lanza a ponerle cuernos a la parienta sin discreción alguna. Para acabarlo de arreglar, en vez de pillar a alguna pelandusca que no hubiese logrado llamar la atención de un futbolista, se lía con una mujer casada y con dos hijos cuyo marido, según se ha explicado en la prensa, está tan abochornado que ni se presenta en su lugar de trabajo.
De la misma manera que hay asesinos en serie, también se dan los metepatas en serie. Y hay que reconocer que en ese campo el amigo Iñaki brilla con luz propia. A ver cómo evoluciona este nuevo culebrón borbónico que es como otro clavo en el ataúd metafórico de Felipe VI. Me pregunto cuánto faltará para que veamos a Iñaki de protagonista de una miniserie de Tele 5 como la de la hija de La Más Grande. Teniendo en cuenta que lo de Cachuli no ha acabado de funcionar, puede que no tengamos que esperar mucho.