El onanista de Pompeya
Lo primero es lo primero
Reconozco que, de mis tres tenores de la semana, el que siempre me cuesta más trabajo seleccionar es, por así decir, el personaje más positivo de los últimos días. A menudo recurro a muertos gloriosos de los que se cumple el centenario de su nacimiento –cuesta Dios y ayuda encontrar a alguien que me caiga bien entre los fenómenos de feria que suelen copar la actualidad-, pero hoy me he superado a mí mismo, ya que no tengo ni idea de quien era, de cómo era y de a qué dedicaba el tiempo libre (bueno, eso sí, como enseguida se verá) ese hombre que murió hace 2000 años en Pompeya, durante la erupción del Vesubio (que ríete tú de lo de La Palma) y cuya imagen se ha hecho viral desde que la colgó en las redes el profesor Massimo Osanna, director del Parque Arqueológico de Pompeya.
Este sujeto ha alcanzado gran popularidad entre los elementos más chocarreros de la red de redes por el aspecto que presenta y que conserva desde que la lava lo envió al otro mundo mientras él se dedicaba a sus cosas: las fotos nos muestran a un caballero aparentemente desnudo (la ropa debió ser lo primero en desaparecer) y con la mano en los genitales, que parecen hallarse en estado de erección. Es decir, que mientras el volcán se disponía a devorarlo, parece que él entretenía la espera meneándosela (con perdón). Cabe también la posibilidad de que solo estuviera rascándose los huevos (perdón de nuevo), pero creo que en ambos casos nos hallamos ante un sujeto singular y yo diría que hasta admirable: hay que tener mucho cuajo en una situación así para que la muerte te pille no corriendo, sino despidiéndote educadamente de tus gónadas.
Si optamos por la teoría del onanismo, el tipo se me antoja un ejemplo de sangre fría: como ha visto que la va a diñar en breve, intenta aprovechar el tiempo que le queda en este valle de lágrimas para una última pajita. No sabemos si la lava lo pilló ya aliviado o si estaba a medias: en el primer caso, ahí tenemos a un hombre que se fue de este mundo satisfecho y relajado; en el segundo, lo que queda es un tipo que se fue al más allá frustrado y convencido de que semen retentum venenum est. En ambos casos, la pregunta es: ¿por qué prefirió, en vez de salir corriendo, salir (de esta vida) corriéndose?
No debemos descuidar la teoría de que solo estaba rascándose los genitales. Hay que tenerlos de titanio para elegir aliviarlos de sus picores en vez de salir pies para que os quiero. Lo cual me lleva a la conclusión de que este santo varón, fuera cual fuese la naturaleza de su actividad escrotal, no se enteró de nada hasta que fue demasiado tarde y siguió con sus cosas como si el volcán de marras no se dispusiera a devorarlo de un momento a otro (se han dado casos en la Historia: un amigo me habló en cierta ocasión de un conocido suyo mexicano que no se enteró del mayor terremoto registrado en el país en los últimos cien años, ¡y encima sobrevivió y, como el reloj se le había parado a la hora del seísmo, siguió durmiendo porque creía que aún no había llegado la hora de ir a trabajar!).
Uno, que es de naturaleza poética, prefiere pensar que el onanista de Pompeya optó por un último orgasmo. Y que ahí radica su grandeza.