Stanislaw Lem
Más allá de la ciencia ficción
Se cumplen cien años del nacimiento del escritor polaco Stanislaw Lem (1921–2006) y, para celebrarlo convenientemente, la Filmoteca de Catalunya ha programado un ciclo con las adaptaciones cinematográficas de su obra (hasta el día 29 de este mes), entre las que destaca el filme de Andrei Tarkovski Solaris (1972), vuelto a adaptar en 2002 por Steven Soderbergh con George Clooney en el papel principal (parece que a Lem no le gustó ninguna de las dos, pero ya se sabe que estas cosas pasan: recordemos como nuestro querido Juan Marsé abominaba siempre de las adaptaciones que le dedicaban). Aunque el público natural de Lem –al que en España edita actualmente la pequeña y notable editorial Impedimenta— es el de los devotos de la ciencia ficción, hay algo en él que le ha ayudado a llegar a otro tipo de público. Ejemplo: yo mismo, que disfruto del género en el cine, pero no consigo los mismos resultados en la literatura, a diferencia de lo que me pasa con el thriller, que me encanta filmado y por escrito. Tal vez por eso, mis libros favoritos del autor polaco son los más cercanos al misterio que a lo futurista, aunque su acercamiento al thriller solo puede calificarse de peculiar.
No hace mucho, convencido de que me estaba perdiendo algo y seducido por el diseño de los libros de Impedimenta, me hice con dos de los thrillers más raros que haya leído en mi vida, La investigación y La fiebre del heno. Lo sé, debería haber empezado por Solaris, pero no he visto (¡sacrilegio!) la adaptación de Tarkovski y aún no me he recuperado de la de Soderbergh (que reconozco haber abandonado a los 40 minutos). Pero empecé por donde empecé y no lo lamento, pues esas dos novelas que me tragué seguidas me parecieron unas aproximaciones a la literatura de misterio tan extravagantes como fascinantes, un poco en la línea de ciertas películas de David Lynch (como Carretera perdida y Mulholland drive) en las que te pierdes todo el rato y nunca sabes muy bien a dónde quiere ir a parar, pero eres incapaz de abandonarlas. Los puristas del género, devotos de la estructura exposición-nudo-desenlace (estrictamente en ese orden), mejor que ni se asomen a La investigación y La fiebre del heno porque se pueden poner muy nerviosos. A mí me parecen dos rarezas magníficas, pero no puedo decir que sean para todos los públicos.
Como tampoco lo es el tercer libro de Lem que me tragué, Vacío perfecto. Biblioteca del siglo XXI, descrito en la contraportada de la siguiente manera: “Se trata de una delirante colección de reseñas de libros inexistentes que subvierten brillantemente los cánones literarios explorando temas de lo más variopinto, desde la pornografía a la inteligencia artificial, desde el nouveau roman a las novelas de James Joyce”. Curioso, ¿verdad? Yo me lo pasé de miedo leyéndolo, pero reconozco que después tuve que tomarme unas vacaciones de Lem que duran aún hoy, pues en más de una ocasión, durante la lectura de Vacío perfecto, tuve la sensación de que me iba a estallar la cabeza como a los personajes de la película de David Cronenberg Scanners. Sé que volveré a Stanislaw Lem porque no podré evitarlo, pero lo que no les puedo decir es cuándo.