Morrissey
El quejica ataca de nuevo
Saber separar al ser humano del artista que hay en él nunca ha sido tan necesario como en el caso del cantante británico Morrissey, otrora líder de los Smiths y, desde hace años, intérprete en solitario que factura álbumes irregulares en los que siempre, eso sí, hay dos o tres canciones que valen la pena. Morrissey tiene fama de ser insoportable y todo parece indicar que se la ha ganado a pulso. Permanentemente cabreado, humillado y ofendido, no deja pasar la ocasión de mostrar su disgusto o su desprecio hacia personas y cosas. Vegano convencido, nuestro hombre es de los que se alegran cuando un torero la diña en la plaza (hasta lo explicó en una de sus canciones, The bullfighter dies). Cuando no se le escapa un comentario racista (luego dice que lo han malinterpretado), se queja de lo que sea (nunca le faltan temas) o exige, como el doctor Maligno de las aventuras de Austin Powers, que se le trate con un poco más de respeto.
Megalómano de nivel cinco, cuando publicó sus memorias se empeñó (y lo consiguió) que Penguin las incluyera en su colección de clásicos, junto a autores que llevaban varios siglos muertos. Todo esto no quita --recordemos que hay que distinguir al hombre del artista-- para que legara al mundo grandes canciones, tanto en su época con los Smiths como en su carrera en solitario. Como poeta es interesante y eficaz, aunque, a menudo, su molesta costumbre de autocompadecerse permanentemente resulta insufrible. Puede que su extraña sexualidad --primero iba de virgen que no se frotaba con nadie, luego protagonizó una breve salida del armario (tal vez porque se estaba poniendo tan gordo que igual se quedaba ahí atorado), después parece que regresó a un nuevo armario más grande y ahora sigue insistiendo en que su vida es triste, solitaria y miserable-- haya influido en su manera de ir por el mundo, pero, aunque acumula fans en todo el planeta, la gente que no lo soporta crece a diario de manera exponencial.
Ahora, nuestro hombre la ha tomado con los Simpson. Sí, Morrissey se ha enfadado con la familia amarilla creada por Matt Groening y acusa al programa de propagar el odio y el racismo (aquí se apoya en una reciente polémica sobre el personaje de Apu, el indio que regenta el badulaque de Springfield y que sirvió como excusa para unas acusaciones infundadas de racismo en la serie, con las que comulgó hasta el actor que le prestaba su voz a Apu, Hank Azaria). Todo porque lo sacan en un reciente episodio, aunque sea con seudónimo (Quilloughby) y con la voz de Benedict Cumberbatch, que no es moco de pavo. En la serie, los Smiths son los Snuffs, pero eso no parece haber irritado en exceso a nuestro picajoso amigo. Lo que le ha picado es que lo sacan mayor (bueno, tiene 61 años), con tripa, diciendo chorradas similares a las que lleva años largando en la vida real y mostrándose como un ególatra asaz inaguantable. ¡Pero es un cartoon, por el amor de Dios! Los Simpson llevan riéndose de famosos y famosetes desde el principio, y ni Keith Richards se quejó de que lo sacaran como un colgado aficionado a empinar el codo. Pero, claro, al guitarrista de los Stones no le ha publicado sus memorias Penguin en el apartado de clásicos: Morrissey exige un poco más de respeto.
Si separamos al hombre del artista, deberemos reconocer que Morrissey le echó una mano a Nancy Sinatra e hizo mucho por mejorar su imagen de hija de papá. O que su amor por los New York Dolls fue fundamental para que esa banda de suicidas volviera a los escenarios décadas después de su autodestrucción a mediados de los 70. O que le viera la gracia al pobre Jobriath, un seudo Bowie norteamericano cuyo primer álbum costó un ojo de la cara y no compró nadie. O…El artista Morrissey tiene un criterio peculiar y un admirable ojo clínico. El ser humano Morrissey es inaguantable, pero nadie te obliga a conocerlo, tiene una voz que emociona, acierta a menudo en sus canciones y sus manías musicales y ocupará a perpetuidad un lugar de honor en la historia del pop británico. ¿Que ahora la toma con los Simpson? A nadie le sorprende. Si algún día descubre que Tinky Winky, de los Teletubbies, era una parodia suya para denigrarlo, no seré yo quien arquee una ceja ante tan peregrina ocurrencia.