Miguel Bosé
¿El nuevo Carlos Jesús?
De un tiempo a esta parte, Miguel Bosé está en boca de todos, y no precisamente por sus (supuestos) méritos como estrella del pop. Su reciente aparición en el programa de Jordi Évole (esta noche viene la segunda entrega: no solo Rociíto tiene derecho a largar sin tasa en nuestras televisiones) ha provocado un extendido arqueo de cejas entre la población, que lleva ya bastante tiempo manifestando su sorpresa ante las extrañas declaraciones del cantante sobre la pandemia y otros asuntos no menos preocupantes, declaraciones que lo sitúan en el fabuloso mundo de la conspiranoia y consiguen, sumado a su aspecto actual, que cada día nos recuerde más al vidente Carlos Jesús, que tanta fama tuvo hace años gracias a los descacharrantes programas televisivos de Alfonso Arús.
Entre la voz profunda y cavernosa que se le ha puesto, la insistencia en maquillarse los ojos (¡a su edad, que es la mía, ambos somos del 56!), la vehemencia con que enuncia sus soflamas antisistema y anti todo y las muecas de orate que se le dibujan en el rostro, el hombre está consiguiendo preocupar a sus compatriotas con respecto a su salud mental. Vale que ha pasado últimamente por algunas experiencias desagradables (la muerte de su madre, la separación de su novio, las tanganas con éste por el destino de dos de los hijos en común, a los que Bosé parece no querer ver ni en pintura...), pero no sé si la mejor manera de superarla es convirtiéndose en el sucesor de Carlos Jesús, francamente (hombre previsor, el gurú de Arús solo tenía un hijo, Christopher, y además era imaginario). De repente, Bosé se ha convertido en otra persona y el cantante (al que yo nunca le vi la gracia, con perdón) ha sido prácticamente olvidado en beneficio del excéntrico que dice cosas raras. Cosas que tiene todo el derecho del mundo a decir, desde luego, y que tampoco justifican la tirria que le ha cogido tanta gente y que alcanza en las redes sociales una virulencia exagerada. Virulencia que se ha hecho extensiva a Jordi Évole, algunos de cuyos fans se sienten traicionados ante lo que consideran una concesión del periodista a la telebasura (algo de eso hay, ya que el actual Bosé da más espectáculo, o más bizarro, que el Bosé cantante, pero, ¿acaso no tiene derecho la Sexta a hacer frente a Tele 5 con sus propios frikis? ¿Es que hay que dejar a toda la audiencia en manos de Jorge Javier y de la hija de la más grande?).
Prefiero considerar lo de Bosé como una segunda carrera en su vida, puede que no muy prometedora, pero de cierto entretenimiento para espectadores retorcidos. Personalmente, reconozco que el Bosé conspiranoico y vagamente desquiciado me divierte más que el cantante que aspiraba a ser una mezcla hispana de David Bowie y Bryan Ferry y cuyos sobreproducidos discos siempre me aburrieron mortalmente. De hecho, ese personaje está casi olvidado. Los más jóvenes que se enganchen a su magnética presencia a través de los programas de Évole puede que no sepan quién es (o quién fue) y lo consideren un nuevo fenómeno televisivo de esos que surgen con cierta frecuencia en la España contemporánea. Si sigue así, también es verdad, puede acabar teniendo uno de esos programas de madrugada a lo Sandro Rey, en el que prediga catástrofes y desgracias para la humanidad si ésta se empeña en no hacerle caso, pero siempre será mejor eso que verlo envejecer cantando Don Diablo, ¿no creen?