La presidenta de Myanmar, Aung San Suu Kyi, bajo arresto domiciliario / EFE

La presidenta de Myanmar, Aung San Suu Kyi, bajo arresto domiciliario / EFE

Examen a los protagonistas

Aung San Suu Kyi

7 febrero, 2021 00:00

Ni con pies de plomo

Hay países en los que el ejército no se entera nunca de cuál es su papel en la sociedad. Entre todos ellos, tengo la impresión de que se lleva la palma Myanmar (antes Birmania), donde los militares la acaban de volver a liar dando un golpe de estado con el que han depuesto al partido que ganó las elecciones de 2016, la LND (Liga Nacional por la Democracia) y detenido a su secretaria de estado y presidenta de facto, Aung San Suu Kyi (Rangún, 1945), que no podía ejercer de máxima mandataria a causa de una absurda ley según la cual si tienes hijos con un extranjero no puedes presidir Myanmar (la señora Kyi los tuvo con el ciudadano británico Michael Aris, nacido en 1972 y fallecido de cáncer en 1999).

Dicen los militares que las elecciones de 2016 fueron fraudulentas. Se han tomado su tiempo para llegar a esa conclusión, casi cinco años, lo cual hace pensar que no abundan las lumbreras entre el estado mayor de la defensa. Antes de 2016, el ejército ya estuvo cortando el bacalao casi cincuenta años, así que deben haber considerado sus mandos que llevaban demasiado tiempo comportándose de manera decente. A la señora Kyi le hicieron la vida imposible durante mucho tiempo, concretamente desde que ésta volvió de Londres (a lo Alexéi Navalny) para involucrarse en la democratización de su país: cárcel, arrestos domiciliarios y oídos sordos a la repercusión internacional de la buena señora, que obtuvo el premio Sajarov en 1990 y el Nobel en 1991. Cuando por fin se decidieron a autorizar unas elecciones más o menos libres y las ganó la LND, se tomaron un descanso en su peculiar manera de ejercer el amor a la patria y dejaron que el país emprendiera un camino más o menos normal. Camino convenientemente boicoteado por su supervisión permanente de la situación y el exterminio de la minoría rohinyá, al que Aung San Suu Kyi, por cierto, no supo, no pudo o no quiso plantar cara, lo cual tiznó un tanto su imagen en el plano internacional.

¿Por qué adoptó esa actitud pusilánime una mujer acostumbrada a jugarse el pellejo por lo que creía justo? Hay quien dice que los rohinyà también le importaban un rábano, como a la mayoría de sus compatriotas, que siempre los ha visto como un incordio y un colectivo de escasa fiabilidad. Otros creen que intentó contemporizar con los militares para que no hicieran lo que han acabado haciendo porque son como el alacrán de la fábula y forma parte de su naturaleza: ponerlo todo patas arriba con un cuartelazo. ¿Le habría salido más a cuenta enfrentarse a ellos, salvar la cara a nivel internacional y salir en defensa de una minoría a la que se estaba machacando de mala manera? Todo parece indicar que el ejército birmano no admite componendas y no se presta a la negociación de ningún tipo: el golpe de estado devuelva al país a la larga época anterior a 2016 y es poco probable que la respuesta de occidente vaya mucho más allá de una severa reprobación verbal y puede que unas tímidas sanciones.

Lo dicho: hay países en los que el ejército no sabe cuál es su sitio y Myanmar (antes Birmania) es actualmente el más conspicuo de todos.