Rafael Ribó
Más vale tarde que nunca
Ha costado lo suyo deshacerse del funesto Rafael Ribó porque su adhesión inquebrantable al movimiento lazi y su fidelidad perruna y servil al régimen han sido ejemplares durante los 17 años que se ha tirado haciendo como que defendía de posibles agravios a los ciudadanos de Cataluña, pero finalmente se ha conseguido y nos vamos a librar de este provecto impostor que, tras pasar la juventud disfrazado de comunista, mostró sus auténticos colores, que ya se intuían cuando estaba al frente del PSUC, se las tenía con Julio Anguita y ejercía de lazi ante litteram. Hay que reconocerle que hasta el final ha hecho lo que sus amos esperaban de él: ni una palabra sobre la niña acosada de Canet de Mar, a cuya familia habría enviado personalmente al gulag si esto estuviera dentro de sus atribuciones. Para perros fieles, no hay como el señor Ribó. O sea que, aunque lo perdamos aparentemente de vista, seguro que el régimen, que siempre cuida de los suyos, le encuentra algún chollo con el que seguir manteniendo su elevado nivel de vida, del que ha disfrutado desde la infancia, cuando su padre ejercía de secretario para asuntos financieros de Francesc Cambó. Nuestros buenos burgueses siempre caen de pie. Y aunque se hundan en la más profunda miseria moral, como sucede en el caso que nos ocupa, nunca dejan de dar lecciones ni de presentarse como parte de la solución cuando son, en realidad, parte del problema.
Las buenas familias barcelonesas dan para todo. Fijémonos en los Maragall, con un hermano que llega a presidente de la Generalitat y otro que muere por una sobredosis de heroína (yo era amigo del yonqui: nunca he sabido medrar). En los Ribó, encontramos a un hermano catalanista y seudomarxista –lo único que aprendió de Marx el amigo Rafael fue a vivir a costa de los demás, con la diferencia de que, a cambio de gorronear en la mansión londinense de Engels, el bueno de Karl nos dio El Capital, mientras que el supuesto sindic de greuges no nos ha dado ni la hora con su lucrativo servicio al separatismo– y a otro que tenía un restaurante pijo, atendía por Ignacio (nunca Ignasi) y hablaba siempre en castellano, con un acento similar al que impostaba el gran Jordi Estadella cuando hacía de Tito B. Diagonal en la Radio Juventud de los años 70. Fuera de Barcelona también se dan esas paradojas: pensemos en el orgullo y la alegría de La Seu d´Urgell, Pepe Antich, que no hablaba una palabra de catalán cuando lo conocí en El País y ahora es uno de los principales voceros subvencionados del régimen, tras haber reservado siempre el papel de catalufo profesional a su hermano Xavier, filósofo sin obra especializado en estar siempre oliendo donde guisan para ver qué le cae.
Rafael Ribó se ha pasado la vida oliendo donde guisan y siempre ha logrado que le cayera algo. En su momento, la dirección del PSUC, donde Vázquez Montalbán (¡Dios le conserve la vista!) le escribía los discursos. Durante los últimos diecisiete años, sirviendo fielmente al régimen nacionalista y pasándose por el arco de triunfo los intereses de la gente a la que, en teoría, cobraba por defender. De comunista o de lazi, la prioridad de Ribó ha sido vivir como Dios haciendo como que le movía una loable preocupación social. Y hay que reconocer que este parásito de buena familia se ha salido siempre con la suya (a los que se le han acercado tampoco les ha ido mal: pensemos en el que fue su segundo de a bordo, Jordi Sánchez, que ahora, en ausencia obligada del Hombre del Maletero, hace y deshace en Junts x Cat).
Puede que nunca haya cumplido la misión para la que fue contratado, ya se tratara de poner orden en el comunismo burgués catalán o defender al ciudadano de los excesos del poder (¿cómo lo iba a defender si el poder eran él y sus dueños?). Pero todo lo ha hecho siempre con una soberbia digna de mejor causa y una propensión innata a enviar al carajo a cualquiera que le llevase la contraria. Evidentemente, comparado con personajes tan siniestros como Pujol, Mas, Torra o Puigdemont, Ribó no supera la categoría de emprendedor sicario, pero hay que reconocer que ha destacado en tal condición, comportándose siempre de manera arbitraria y servil, pensando siempre en lo mejor para sus señoritos y para sí mismo.
No es que la Cataluña actual sea una maravilla, pero yo diría que sin la ponzoñosa presencia pública del señor Ribó, empieza a dar un poco menos de asco que hasta ahora.