A principios de agosto, quien le escribe barruntaba lo peor sobre la presente temporada de Robert Lewandowski en el Barça. Su ascendente como goleador parecía en declive, la distancia entre su salario y su eficacia se agrandaba progresivamente y sus diatribas y malos gestos a Lamine y otros jóvenes acompañantes chirriaban como pistones mal engrasados, demasiado a menudo al borde del chispazo. Han pasado poco más de dos meses y el polaco suma ya doce dianas en once partidos, nueve de Liga y dos de Champions. Un brillantísimo registro para cualquier delantero de élite, decididamente extraordinario para un ariete de su edad. Luego es de justicia abordar cuanto antes las causas probables de este volantazo feroz, que la culerada entera celebra, en el rendimiento del '9' azulgrana.
En honor a la verdad, el fulgurante arranque de Lewandowski no solo impresiona por sus cifras goleadoras, sino sobre todo por lo suave de su encaje general en un nuevo Barça hábilmente germanizado por Hansi Flick. Partido tras partido, los mandamientos del Moisés de Heidelberg van apareciendo grabados de forma más y más nítida en esas tablas que forman ambos lados de la nueva camiseta azulgrana: nunca te perdonarás los cinco segundos de presión tras pérdida, mantendrás la línea defensiva alta sobre todas las cosas, santificarás los desmarques de ruptura, no desearás el espacio del prójimo...
Mientras tira de los centrales hacia el área rival, el polaco reza en voz baja, conmovido por la nostalgia de encontrarse de nuevo en un equipo cuyos cánticos suenan tan celestiales como los de ese Bayern que Flick y él mismo contribuyeron a convertir en basílica del fútbol moderno. Pero las oraciones de Robert no anhelan el descanso eterno sino que le empapan de un fanatismo vigorizante. En respuesta a sus plegarias, el polaco encuentra a más compañeros para jugar de cara, alcanza posiciones de remate con más facilidad que nunca y se vuelve indetectable entre líneas. Es uno, trino y como te descuides, te enchufa tres pepinos.
De forma paulatina, y gracias en buena parte al desempeño de Lewandowski, en el Barça ya no va pesando tanto el potencial de mejora como la sostenibilidad de lo ya mejorado. Ese será el nuevo gran reto para un equipo autoritario pero aún castigado por las lesiones y no del todo cosido: sobrevivir al desgaste y, si es capaz, llegar a ningunearlo a base de esfuerzo colectivo. Cambiar la fragilidad por arrojo. Y deberá empezar a hacerlo contra el Sevilla, contra el Real Madrid y, precisamente, contra el Bayern de Múnich en Champions.
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