He de reconocerle a usted, astuto lector, que había un par de cosas en el fulgurante arranque del Barça de Hansi Flick que me tenían un poco mosca. La primera, obvia para cualquier aficionado al deporte, era el recuerdo de equipos mágicos que no perdieron hasta diciembre, ciclistas que se escaparon durante 180 kilómetros de etapa y maratonianos que amanecieron por las calles de Berlín a ritmo de récord del mundo: todo presagiaba su triunfo hasta que llegaron el hundimiento, la pájara, el muro... y la consecuente debacle. Por supuesto, la conquista final que por lógica debería suceder a un comienzo espectacular no siempre se malogra. Y es cierto que justo la Liga española de fútbol suele entregar el trofeo a los equipos que la arrancan con el puño apretado. Pero a esa regla, por supuesto, el Barça ya vivió en sus carnes una excepción de nombre Gerardo, de apellido Martino, y de ocurrencia dejar a Xavi en el banquillo en el partido que decidía el título.
Lo segundo que me llamaba la atención era lo airoso que el nuevo Barça estaba saliendo de situaciones y estadios complicados, como si sus tribulaciones pasadas en idénticos escenarios nunca hubieran existido. Osasuna se encargó el sábado no solo de susurrar el 'memento mori' al oído de Hansi Flick y su cuerpo técnico sino más bien de vociferárselo hasta dejarle sordo. Dos fantasmas de las Navidades pasadas visitaron a los azulgranas: una nueva exhibición del diabólico Bryan Zaragoza, quien ya se ganó un contrato nada menos que en el Bayern tras reventarle una rueda a la Xavineta, y otros cuatro pedruscos en el pesadísimo saco de Iñaki Peña, portero de rostro funcionarial y carrera cada vez más dudosa. Recibir 17 goles en cuatro partidos cuando te toca reemplazar al titular lesionado, como le ocurrió en enero de este año, ya pinta fatal. Pero que cuando a la temporada siguiente te toca hacer lo mismo, y encima durante más tiempo, te enjaulen otros cuatro ya en el segundo encuentro... apesta a un rápido viaje de vuelta a Turquía para el alicantino a poco que Szczesny fume menos de medio paquete al día y Astralaga madure rápido.
Muy probablemente la derrota en el estreno de Champions en Mónaco forzó en El Sadar unas rotaciones más profundas de las anotadas a priori en la moleskine de Flick. Y con la plantilla en el estado actual, es muy, muy difícil armar un Barcelona no ya competitivo sino medianamente congruente. Salir a ganar en Pamplona con el portero suplente, tres defensas juveniles, Eric García -quien esta vez no estuvo nada mal junto a Pedri- y Pablo Torre en el medio campo, más Ferran Torres en lugar de Lamine, es el equivalente a ir a robar un banco con una banda bien entrenada pero que también incluye a un amigo tuyo borracho, tu madre de 85 años, pollos de goma en lugar de pistolas y patinetes de alquiler esperando en la puerta para escapar con el dinero.
Por eso el técnico alemán se responsabilizó a sí mismo de la derrota en sala de prensa, porque era perfectamente consciente de que había sido descarado en demasía, y además tampoco estuvo muy brillante con el planteamiento inicial del partido. En cualquier caso, es muy importante para su proyecto que este martes sume la primera victoria en la Champions, si es posible marcando varios goles. Luego en Pamplona no se podía proteger a nadie, por muy alto que fuera su dorsal. Así las cosas, desde esta columna vamos a seguir bancando al teutón. Porque, como le ocurría a la princesa Leia en Star Wars, 'Hansi Solo' también nos gusta porque es un sinvergüenza. Y porque tiene al Barça líder, claro.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana
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