La última vez que el Barça doblegó al Nápoles en una eliminatoria de Champions fue para caer justo después en las fauces del Bayern de Múnich y sufrir, con una gran diferencia, el peor resultado de su historia en la máxima competición europea. Un precedente vitriólico y que invita al pesimismo en la semana del retorno de los azulgranas a los octavos de la Copa de Europa, otra vez ante los napolitanos y de nuevo con la ida en San Paolo, tras dos años de penuria en ese purgatorio llamado Europa League.
Flamante campeona de la Serie A el pasado junio, la escuadra partenopea ha perdido pie tras añadir el tercer Scudetto a su palmarés. Una discreta temporada liguera, con seis empates y ocho derrotas en 24 partidos, la ha condenado a la mitad de la tabla. Pero sigue siendo, como se dice vulgarmente, un equipo con cara y ojos. Al Madrid, por ejemplo, fue incapaz de meterle mano pero sí que le marcó dos goles en cada partido de la fase de grupos.
En todo caso, astuto lector, piense que el Barcelona parte con una ventaja sensible en este doble duelo continental. Porque tiene en el banquillo a un entrenador con una cualidad sin parangón: nunca pierde, siempre gana. Si su equipo juega mal, al menos ha tirado mucho a puerta (bueno, o sus inmediaciones). En cambio, si acaba el partido con 4 disparos en su haber, como el sábado ante el Celta, se ve que ha jugado muy bien y experimenta una franca mejoría. Igualmente, cuando el Barça recibe goles con suma facilidad o no le mete uno al arcoíris, se debe a errores puntuales. Pero si reincide encuentro tras encuentro en lo puntual, convirtiéndolo en rutinario, entonces la causa es una inexplicable falta de contundencia. Lo habían trabajado en los entrenamientos de la semana, pero...
El choteo semanal de Xavi en rueda de prensa ha adquirido ya la vitola de charlotada monumental, pero también hay algo de intrépido en ser capaz de sentarse ante los medios a soltar un desvarío tras otro a cara descubierta y sin sonrojarse. Lo del Big Data de este fin de semana, por ejemplo, convendrá conmigo en que fue sensacional. De alguien que afirma haber decidido abandonar el cargo pero al mismo tiempo anuncia que el dinero de su último año de contrato lo va a perdonar, como si el club tuviera obligación alguna de pagárselo tras haber dimitido él, yo ya me lo creo casi todo. Por qué no, incluso que gane la Copa de Europa y se marche a su casa investido en un disparatado manto de dignidad. Al final es posible que el bueno de Hernández haya logrado contagiarme su optimismo. Entendiendo este, claro está, como lo definía Voltaire: "La locura de insistir en que todo está bien cuanto más miserables somos".
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