Parece que hubieran pasado ya muchas semanas, pero no hace ni diez días que Xavi anunció su decisión de dejar de ser entrenador del Barcelona al final de la presente temporada. Con el plácet de la directiva, arguyó que buscaba un seudocatártico resultado consistente en "destensar" la situación del equipo y "liberar" de no se sabe muy bien qué presión a sus jugadores. Como si a partir de ahora pudieran despachar partidos lastimosos sin preocuparse del qué dirán la prensa, los aficionados o los dirigentes que les pagan la millonaria nómina. Spoiler: no pueden.
También habló de lograr "una reacción", lo cual apunta -vagamente, como de costumbre- a una deficiente implicación y una actitud reprochable de sus futbolistas. ¿Por qué habría de costarle el puesto de trabajo que reaccionaran si no? Todo ello, sustentado en los perezosos cimientos de ese lugar común consistente en buscar "lo mejor para el club", el cual vale lo mismo para justificar una espantada que a la hora de enrocarse en una resistencia casi parasitaria o, en el asombroso caso de Xavi, para ambas cosas.
Tiene su mérito que el de Terrassa haya llegado hasta aquí, y además pretenda seguir en su puesto hasta junio, surfeando tamaña ola de cacao semántico, donde una cosa y su contraria han alcanzado no solo a caber en la misma explicación sino a vertebrarla. El problema es que ni el triunfo raquítico ante Osasuna en casa ni la victoria en campo del Alavés dejaron señales de una reacción evidente más allá de dos resultados positivos que solían ser rutinarios para el Barcelona.
Por supuesto, Xavi ha tratado de usarlos como pruebas materiales de lo astuto y generoso de su sacrificio. Pero se hace muy difícil mirar con nuevos ojos la absoluta y sostenida incapacidad de su equipo para imponer un ritmo de partido que le sea favorable durante más de cinco minutos seguidos. O lo que sigue ocurriendo en ambas áreas, una casi de huérfana de ocasiones claras para el lado azulgrana y la otra, un coladero en el cual los delanteros rivales, como Jon Guridi o Luis Rioja el sábado en Mendizorroza, tan solo se van de vacío porque fallan lo que se diría infallable.
Jules Koundé, que malvive en el lateral derecho entre acciones de mérito y calamidades impropias de su reputación, aseguró tras el duelo contra los vitorianos que el vestuario no siente ninguna liberación tras el anuncio de Xavi. Y, visto lo visto sobre el campo, aunque el técnico proceda a edulcorarlo luego en sala de prensa, todo apunta a que esta "familia" de jugadores no comulga con la propuesta de su entrenador ni siquiera cuando la traviste de última voluntad. Estamos pues, irónicamente, ante un Barça reaccionario, en tanto en cuanto se resiste a adoptar cualquier transformación que le permita evolucionar positivamente en su desempeño. Lo cual, viendo que la última innovación de su técnico es poner a un central a jugar de mediocentro, tampoco es que extrañe mucho, precisamente.
P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana