El Barça está "bajo control en lo institucional, lo económico y lo social", según explicó ayer su presidente, Joan Laporta. ¿No se queda usted mucho más tranquilo, astuto lector? O quizá incluso se sienta liberado, como aseguró Xavi Hernández que quedarían sus jugadores al anunciar que deja el banquillo tras una cruenta derrota contra el Villarreal que pone la Liga en chino para los azulgranas.
Bueno, lo deja y no lo deja. Tras una breve reunión con los que mandan, Xavi escenificó una inmolación en diferido que se hará efectiva el 30 de junio, aseverando incluso que no seguirá aunque gane la Champions. Una marcianada, vamos. Eso sí, no desaprovechó la ocasión de señalar a la prensa como causante última de la inestabilidad del club. Según él, no puede haber "un Ferguson" en el Barcelona porque los plumillas y la twitcheada somos malvados y cicateros. Él venía con toda la ilusión de serlo y nosotros se la hemos acabado arrebatando. Humildemente, creo que si el equipo al cual diriges encaja 13 goles en tres partidos para ver esfumarse dos títulos y más de la mitad de otro, no estás para señalar a nadie, mucho menos para sacar el orgullo a pasear.
Pero hay poca sorpresa, porque ese victimismo machacón ha sido uno de los puntos fuertes en el argumentario del técnico egarense esta temporada. Pese a la infamia que se desplegaba una y otra vez sobre el césped bajo su batuta, Xavi afirmaba sentirse positivo y optimista, como si le pagaran los millones del contrato por su actitud y no por sus aptitudes para revertir la situación. Al mismo tiempo, defendía siempre a sus jugadores... menos cuando repetía aquello de "lo habíamos trabajado, pero...". Y, en general, se mostraba como el epítome de la esquizofrenia culé: igual daba la tabarra con la importancia del modelo de juego, el famoso 'cómo', que justificaba las críticas a su desempeño por la injusta tiranía de los resultados. Es decir, elegía con tanta soltura el credo de Cruyff como el de Luis Aragonés. Según le convenía, por supuesto.
Mientras tanto, un entrenador rival tras otro le pintaba la cara. Porque, especialmente en este 2024, su evolución como plañidero insoportable ha sido inversamente proporcional a la del fútbol de su equipo. "La sensación de ser entrenador del Barça es desagradable y cruel", aducía este sábado. "Si no hay títulos esta temporada, me vais a matar", decía antes. "No me felicitáis por ganar", lamentaba. "Habláis de Lamine o Cubarsí y no de lo valiente que es el entrenador que les pone", reivindicaba. No hace mucho apareció en una serie documental apostándose cenas y días de vacaciones para conseguir resultados puntuales de su muy bien pagada plantilla, y confesando a la cámara mientras conducía que "para un futbolista, jugar un Clásico es una faena". ¿Seguro que a Xavi le gusta trabajar en esto del fútbol?
En una cosa tiene razón: no es que dimita él, es que lo han dimitido. Pero no han sido la prensa ni el entorno, sino obviamente quien disfruta de dicha prerrogativa. De manera nada sutil, Xavi señaló a los cuatro hombres que le enseñaron la puerta tras el despropósito del sábado a media tarde, a la sazón los que toman las decisiones en el Barça actual: Alejandro Echevarría (recordemos, sin cargo en el club), Rafa Yuste, Deco y, por supuesto, Joan Laporta. Vamos, los mismos que le enmendaron la convocatoria de Amberes.
No dudo de que el presidente tendrá sus razones para mantener a Xavi como técnico hasta junio. Pero, en beneficio de todos, debería aconsejarle que baje un poco el perfil. Porque si va a seguir dando lecciones de barcelonismo, profiriendo exabruptos soeces a gritos desde la banda ante la menor dificultad y queriendo dar pena en rueda de prensa mientras sobre el campo le marca primero hasta el Unionistas, esta temporada se va a hacer larga como una condena de cinco meses y un día. Y a la ya muy deteriorada imagen de Xavi no le va a hacer ningún favor. En cualquier caso, tampoco creo que vaya a entrenar precisamente al Manchester United después de esto.
P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana