Tras la victoria del Atlético contra el Sevilla en el partido aplazado por aquella DANA orwelliana de principios de septiembre, el Barça ha acabado comiéndose el turrón en la cuarta posición de la Liga. De momento, Xavi no ha salido a pedir que le feliciten por colocarse tres puntos por encima del quinto clasificado, el Athletic de Bilbao. Es dudoso que lo haga, puesto que envió de vacaciones de Navidad a su equipo con cajas un tanto destempladas. Cuando tenía la oportunidad perfecta para decretar unas cuantas noches de paz y enviar a todo el mundo a actualizarse, resetear, restaurarse o alguna otra cursilada surgida del marasmo del coaching, el técnico azulgrana se marcó una última semana ante los micrófonos francamente desconcertante.
Xavi aprovechó el último partido oficial del año ante el Almería, que fue malo a rabiar pero no más que la mayoría de los anteriores esta temporada (y, pese a ello, se saldó con victoria), para repartir inequívocos sacos de carbón entre sus jugadores. Lo hizo en sala de prensa y, pocas horas después, como si metiera la marcha atrás para ratificar el atropello, usó el viejo truco de filtrar los detalles de la bronca en el vestuario a un periodista amigo y luego salir a confirmarlos en plan desenfadado. "Creí conveniente alzar un poco la voz", ratificó el egarense.
Ya nos imaginábamos que las caritas de los futbolistas azulgranas en el viaje a Dallas para disputar un amistoso hijo del marketing y nieto de las deudas no iban a ser de pueril regocijo, precisamente. Pero después de que su entrenador los pusiera a los pies de los caballos de una forma inédita desde el tremebundo "es lo que hay" de Ronald Koeman, sus expresiones alcanzaron la longitud y flacidez de un reloj derretido en sueños por el mismísimo Salvador Dalí.
¿Era necesario señalarlos públicamente y por partida doble antes del parón navideño? No tiene mucho sentido cuestionarlo, pues solo quien lidera la gestión de un grupo humano tiene la potestad de decidir si es más oportuno el laissez faire o, por el contrario, ha llegado el momento de agarrar a los muchachos de las solapas y decirles "mirad, os comento". Ni una ni otra cosa es inherentemente positiva o negativa.
Todo depende de los resultados, y lo cierto es que Xavi parece cada vez más cerca de convertirse en un resultadista más. Lo cual, en su caso, resulta inesperado y, por encima de todo, extremadamente vulgar. Su capacidad para seducir y convencer a una plantilla que quizá no sea la del Barça de 2010 pero sí la del Barça de Xavi es, cuando menos, dudosa. Sobre todo si "el cómo" del que tanto habla empieza a identificarse cada vez más con el pundonor y menos con el juego.
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