Ayer el Barça se presentó al partido ante el Athletic con las cadenas puestas y las luces de emergencia encendidas. Las únicas preocupaciones de Xavi eran dos: armar un once congruente y conseguir que produjera al menos media docena de ocasiones de peligro para que el paso de los minutos no se volviera angustioso. Pero claro, además había que embocarla. Desde el inicio, y en ausencia de cualquier otra estrella ofensiva de la repisa de arriba, Joao Félix se erigió como el elegido para la misión de establecer contacto con la red rival y poner optimista proa al Clásico del sábado. 

La cábala empezó a calentarse cuando, pese a literalmente no rascar bola, el menino portugués envió un balón al palo, soltó un latigazo detenido por Unai Simón... y por momentos pareció invocar el espíritu de Luis Suárez, mítico delantero charrúa conocido en el Barça porque, pese a parecer desconectado del juego, solía embocar al tercer intento por pura insistencia. En mágica serendipia, el barcelonismo sintió temblar el suelo bajo sus pies cada vez que Félix alcanzaba zona de remate, y eso pese a que la ofensiva de su equipo se antojaba más bien liviana. Lo cierto era que el gol no llegaba, y además el Barcelona andaba, lógicamente, corto de fútbol.

La voluntad de Fermín y el propio Félix de tirar del equipo hacia delante vació los tres cuartos azulgranas, afectados también por la necesidad de Cancelo de mantener en su radar al pérfido Nico Williams y evitar que arrancara con demasiada ventaja tras una eventual pérdida. Anclado así el Joao defensivo en la banda junto al constante, pero solo por errático, Ferran Torres, la grada de Montjuïc se hartó de contemplar un embotellamiento por la derecha tras otro como una vaca viendo pasar trenes que nunca cogerá. Y cada vez que Gündo y Oriol asomaban más allá del medio campo, sus opciones de pase quedaban reducidas a un cubito de caldo.

En la segunda parte, Xavi desmontó el doble pivote para alistar a Lamine en el ataque, y ahí acabó también el fallido intento de transmutación de Joao Félix en delantero centro uruguayo. El mago de Viseu se recolocó en ese limbo entre el interior y el extremo izquierdo por donde flota como una mariposa y volvió a acunar la pelota en espera del pasillo propicio para dar el picotazo de la abeja. Fue en ese momento, porque la magia siempre llega de lo ignoto, cuando apareció en escena un torito llamado Marc Guiu, y en menos de 30 segundos el espíritu del Lucho revivió de nuevo en una atronadora estampida, que terminó con el balón en el fondo de la portería al grito de "¡Jumanji!". La carrera de Guiu hacia la gloria adolescente la lanzó Joao Félix, claro, igual que hacía con Suárez en aquella Liga que ambos ganaron en el Atleti. Misión cumplida y que pasen los siguientes. Pero que vengan llorados de casa, ¿eh?, que últimamente están en un plan...

P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana

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