Como cantaban los Rolling Stones, no siempre puedes tener lo que quieres, pero a veces, intentándolo, consigues justo lo que necesitas. Por eso da rabia que el Barcelona, empezando por sus jugadores y siguiendo por su entrenador, se deje mecer de nuevo por el síndrome del impostor cuando remonta un partido como el del Celta.
Tal y como sabemos, en muchos otros equipos la victoria lo justifica todo. Y la épica, lejos de dejar mal cuerpo, amnistía los errores e inviste el triunfo de una pátina legendaria, casi mística, que invita a mirar al futuro con optimismo. Ah, y de paso se aprovecha como argumentario de ventas del producto. Sin embargo, en el club azulgrana se sigue alimentando sin cesar esa náusea sartriana que aduce que ganar por medios alejados a la excelencia del juego es poco más que un absurdo, coloreado por los hombres en un intento de negar el vacío de su realidad.
Hubo algunos otros, pero sin duda Joao Cancelo fue el héroe más notable del inopinado 3-2 del sábado. Autor de una internada suntuosa para asistir a Lewandowski primero, y después apóstol de toda la fe necesaria para ofrecer a Gavi una diana a la que apuntar un centro guiado por el rayo láser de la calidad y el arrojo. Todo sucedió en ese estado de excitación incontrolable que ofrecen los partidos de agonía atronadora. Tormento y éxtasis.
Sin embargo, al acabar el encuentro el lateral portugués se puso ante los micrófonos tan atribulado que su satisfacción fue casi indetectable. "Mis compañeros jugaron bien, pero yo no", aseveró. "Cometí muchos errores técnicos", añadió. "Logré una asistencia y un gol, pero no me quedé con buenas sensaciones del partido porque no jugué bien", sentenció, justo antes de ser irremediablemente poseído por el ectoplasma de Nicolas Cage. El momento del severo espasmo de casi todos sus músculos faciales tuvo su ironía, pues dudo mucho que el actor de Leaving Las Vegas, sí, pero también de Bangkok Dangerous, se hubiera fustigado así en un momento de triunfo.
Minutos después, Xavi Hernández llegó a sala de prensa para resoplar también, removiéndose incómodo en la poltrona de la victoria. El brillo en sus ojos tras golear al Amberes extraviado, la camiseta demasiado pegada al cuello. Al menos habló de un "punto de inflexión de carácter ganador", en referencia a la capacidad demostrada por no pocos futbolistas de la actual plantilla de revertir la propensión histórica del Barça a no remontar jamás una vez pasado el minuto 80. OK, nosotros queríamos ser felices, pero gracias por revivirnos traumas, míster. Justo el azúcar del recuerdo de la vuelta contra el Inter de Mou es lo que más endulza las victorias, no hay duda.
Desde luego la intensidad del equipo en la primera parte, jugada sin el ya mencionado Gavira y sin Balde, por cierto, que igual en cuanto a intensidad influyen ambos bastante, dejó mucho que desear. Pero a mí me parece todo esto un poco demasiado flagelarse. Porque no sé usted, pero yo empiezo a estar harto de que el Barça pida perdón por ganar. La llamada 'Liga del 1-0' fue para este cronista amigo de las diatribas la gota que colmó dicho vaso proverbial. Así que ale, ale, ale, otro dia de partit, y a todos los que hoy aún rabian y ven penaltis a Bamba en sus teles empañadas de lágrimas: que os ondulen fuertemente con la per-ma-nent. Y a Rafa Benítez, que qué pena, porque su equipo mereció mucho más... pues casi que también. Feliz liderato.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana