Como prólogo a esta columna, vaya por delante la siguiente confesión: servidor de usted opina que el argumento recurrente de que el Barça debe mirar a La Masia cuando vienen mal dadas tiene bastante de demagogia y aún más de postureo. Es cierto como que el día sigue a la noche que del fútbol base azulgrana amaneció una generación inaudita en tiempos de la sentencia (que no ley) Bosman. Con Valdés, Puyol, Xavi, Busquets, Iniesta, Pedro y, obvio, Leo Messi, el Fútbol Club Barcelona recaudó una fortuna en cuanto a títulos, gloria y prestigio nunca antes amasada a tan bajo coste en el fútbol moderno. Y esa lista solo incluye a aquellos canteranos que saltaron del filial a indiscutibles en el primer equipo sin mediar exilio madurativo.
Si añadimos a Piqué, Cesc o Alba, la curva de rendimiento Masiánico en las dos primeras décadas del siglo XXI crece exponencialmente. Incluso sumando a unos cuantos peloteros de un nivel más terrenal y suerte dispar, como Sergi Roberto, Bartra, los Alcántara, Cuenca o Tello, el saldo a favor es tan abultado como para pensar que se trata de un referente acrisolado. Pero por idéntica razón también es ilusorio pensar que pueda replicarse en el futuro cercano. Por definición, nunca puede esperarse que lo extraordinario se convierta en normal. Y lo más habitual es que la cantera azulgrana, como la de cualquier otro club de la élite, cumpla un doble papel mucho más ordinario.
Por un lado, permitir al club ingresar dinero en traspasos con una gran plusvalía. Y, por el otro, desarrollar a una cantidad de jugadores suficiente como para complementar a un coste mínimo el talento de las estrellas y la clase media de calidad fichadas a golpe de alcancía. En términos generales, es en la cuenta de resultados y no en el cumplimiento de objetivos deportivos donde ejerce La Masia su mayor influencia. Y no se engañe: incluso aquellos que se dan atracones de highlights del Deulofeu de turno, a la hora de la verdad hablan de pagar decenas de millones en fichajes como si fueran garbanzos en lugar de euros y solo aflojan la mosca en la botiga por la camiseta de Lewandowski.
Es posible defender con argumentos que en la plantilla actual del Barcelona los jugadores de la maison tienen ya un papel destacado. No en vano Gavi, Balde y Araújo son titulares sin discusión, Ansu Fati es considerado un estandarte del club pese al infortunio de sus últimas temporadas y se cuenta con estabilizar en dinámica del primer equipo el próximo curso al prodigioso Lamine Yamal. Por tanto, la lógica dicta que lo necesario es sacudir el mercado en busca de talento diferencial. Pero olvidar el pequeño detalle de que la deuda actual del Barcelona se aproxima a la de un país pequeño no es asunto baladí.
No seré yo quien les diga que los retornados Abde y Nico, más los Casadó, Chadi, Alarcón, Aleix Garrido, Álvaro Núñez, Estanis o Arnau, están destinados a escribir páginas inolvidables de la historia blaugrana. Porque entiendo que las generaciones doradas lo son, sobre todo, porque las demás brillan bastante menos. Pero si alguna vez hubo un buen momento para apostar por La Masia pero en serio, utilizándola no como un activo sino como un activador de la identidad y el orgullo de club, es el actual. Especialmente, con Xavi de entrenador. Como escribió José Luis Sampedro, “la austeridad es muy triste cuando nos la imponen, pero no cuesta ningún trabajo cuando se tiene”.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana