Messi celebra su gol en Wembley

Messi celebra su gol en Wembley EFE

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El último tango con Leo

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Será el calor, el cimbreo de las palmeras o el fulgor de los amaneceres de verano junto al mar, pero noto que se me han ablandado un poco las ternillas del cinismo futbolero, religión de la cual suelo ser fervoroso militante. Hace cuatro temporadas que habría cedido a De Jong al Albacete B, me gustaría que Laporta usara la vía penal para ir a por Lenglet y a Ter Stegen quisiera encontrármelo cara a cara una tarde para recordarle que el Barça no es una ONG para porteros con reuma. Y pese a toda esta implacable vehemencia que a menudo me consume, he de admitir que desde hace algún tiempo ocupo unos acogedores minutos todos los días, alrededor de la hora de la siesta, en fantasear con un posible regreso de Leo Messi al Barça en enero de 2026.

Puedo descartar que este arrebato nostálgico haya sido consecuencia del Mundialito, pues no he dedicado ni un minuto a seguir esa cargadísima copa de más. Y no porque probablemente vaya a ganarla el Madrid. Bastante tienen los pobrecitos con rebuscar entre los escombros un terroncillo de azúcar que les haga olvidar el sabor del puño de hierro del Barça de Flick. Sino porque se trata de otra obvia artimaña de la FIFA para poner sus sucísimas manos en el activo más valioso del fútbol: los clubes. Pero sé, como todo el planeta sabe, que el contrato de Leo con el Inter Miami va camino de expirar.

Soy consciente, asimismo, de la práctica imposibilidad de que Leo le regale a Jan la foto de la reconciliación, ni siquiera por Navidad. Pero no puedo dejar de darle vueltas a cómo sería media temporada, solo media, de bailar a ratos ese tango pendiente y despedir del fútbol al Diez de Dieces con un homenaje que perdure en el tiempo tanto como el orgullo que hizo sentir a todos los culés. Me gustaría que fuera ahora porque a Messi se le ha acabado la necesidad de demostrar nada a nadie. La atribulada selección Argentina al fin estuvo a la altura de su máxima leyenda, y el periplo fantasmal del astro en el PSG hace tiempo que se extravió en el absurdo.

Por supuesto, poco me importan los encajes, la regla del 1:1, o las obvias limitaciones de un futbolista de 38 años. Me da absolutamente igual que la 10 se la quede Lamine y haya que verlo con el 14 de Coutinho. Las necesidades de la plantilla azulgrana también se me antojan en un segundo plano, puesto que si algo se puede decir de este Barça arrebatador es que, en realidad, Flick tiene el equipo hecho. Tanto, que jóvenes talentosos como Pablo Torre y seguramente Héctor Fort no tendrán sitio. Pero aún más, es que Nico Williams ha dado una histórica marcha atrás en su deseo de jugar de azulgrana y lo único que lamenta el barcelonismo de forma mayoritaria es no haber podido alargar un poco más el safari de leones rabiosos.

El único riesgo que veo a negociar su incorporación para el próximo mercado invernal es, por encima de todo, que la temporada del Barça no sea tan brillante como todos esperamos. Porque lo haríamos sin querer, pero en el fondo esperaríamos que Leo ayudara a enderezarla, y ese epílogo de su gran novela azulgrana no debería escribirse para exigirle, sino para resarcirle. Quizá sería mejor olvidarlo. No sería el primero cuyas últimas imágenes junto a un escudo del Fútbol Club Barcelona son derramando lágrimas. Pero normalmente el futbolista llora en su despedida mientras los demás le aplaudimos sonriendo, y no fue eso lo que pasó aquel infausto día de agosto de 2021. 

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana