La Liga y la Copa no son suficientes. Ni tan siquiera la horrorosa temporada del Real Madrid alivia, hoy, a los barcelonistas. El hundimiento en Anfield tendrá consecuencias en el Camp Nou. Todos los focos están puestos en Ernesto Valverde y Philippe Coutinho. El primero, pragmático hasta las últimas consecuencias, no ha sabido interpretar los grandes duelos del Barça en Europa. El segundo, sencillamente, es una estafa. Pagar 120 millones fijos más 40 en variables fue un error histórico tras ingresar 222 millones de euros por Neymar. Coutinho es un jugador con mucho talento, pero no tiene carácter ni es competitivo.

El Barça, con Valverde, ha sido muy solvente en España. Ha ganado dos Ligas sin apenas inmutarse. Su rendimiento ha sido óptimo y se ha beneficiado del desplome madridista. En Europa, en cambio, al equipo le falta empaque y la autoridad que tuvo no hace tantos años, sobre todo con Pep Guardiola en el banquillo. En campo contrario, el Barça ha recibido algunas tundas de campeonato.

Hace apenas 10 días, periodistas y aficionados ensalzaban a Valverde por su gestión de un vestuario con muchos egos. Con la boca pequeña, muchos deslizaban que el juego del Barça ya no seducía, pero los resultados avalaban su trabajo. El debate de la posesión parecía superado, esperando todos el desenlace de una Champions confeccionada a la medida del Barça: final en Madrid y eliminación de sus rivales más poderosos (Real Madrid, Juventus, Atlético, Manchester City...).

La maldita noche de Liverpool, sin embargo, ha cambiado el estado de ánimo del barcelonismo de forma brusca. En su habitual montaña rusa de emociones, la ilusión por el triplete ha dado paso a un profundo sentimiento de frustración. Y Valverde, que ya renovó sin excesivo entusiasmo, tiene todos los números para ser el gran sacrificado. La gran duda radica en saber si será despedido o dimitirá el técnico, una cuestión no baladí por cuanto en juego hay muchos millones.

Coutinho también está sentenciado en el Barça. O debería estarlo. Su rendimiento nunca ha sido satisfactorio, sobre todo en los momentos más delicados. Amigo de Messi y Suárez, nunca ha sabido conectar con sus protectores en el campo y cometió el gran error de encararse con la afición tras marcar un gol en el Camp Nou. El problema es que su fichaje no está amortizado y difícilmente se ingresarán los 100 millones que justificarían su venta.

El Barça, fichado ya De Jong y a la espera de De Ligt, un delantero centro y un lateral zurdo, como mínimo, deberá ser inteligente en la venta de algunos futbolistas. Rakitic, defendido siempre por Valverde, se irá si el Inter paga 45 millones de euros, y Umtiti está en el escaparate, pero sus maltrechas rodillas también dificultan su salida.

El fiasco actual exige medidas valientes. No se trata de romperlo todo, pero tal vez toca replantearse el futuro de Luis Suárez, diezmado por sus problemas físicos. Messi no se discute, pero el club debe tener una hoja de ruta mucho más clara. Toca definir el modelo. Con Pep Segura como máximo responsable deportivo, el Barça es un híbrido entre lo que fue y lo que son otros grandes clubes. En Liverpool le faltó fútbol y murió cuando planteó una batalla física.