El Espai Barça es un proyecto estratégico de club imprescindible para garantizar la futura viabilidad económica de la entidad sin perder la competitividad. En 2014 los socios aprobaron en referéndum dieron luz verde al inicio del proyecto. Las últimas cuatro directivas (Núñez, Gaspart, Laporta y Rosell) que han estado en el Barça los últimos 25 años quisieron hacer un proyecto urbanístico similar para reordenar los aledaños del Camp Nou y actualizar sus instalaciones pero solo la junta de Bartomeu ha conseguido el consenso político y vecinal necesario para la Modificación del Plan General Metropolitano. El pasado mes de julio el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya desestimó la impugnación de la CUP y de la asociación de vecinos en una sentencia que ya es firme puesto que no se presentó recurso al Tribunal Constitucional. Por tanto, el Ayuntamiento de Barcelona concederá la licencia de obras en las próximas semanas. Es un éxito sin precedentes que pone fin a un tortuoso via crucis burocrático.

Paralelamente, el Barça ha ampliado la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, ha construido un nuevo estadio, el Johan Cruyff, urbanizando sus aledaños, ha derribado el Miniestadi, y acaba de urbanizar los accesos al Camp Nou, con la rambla de la avenida Joan XXIII a punto de ser inaugurada. El proyecto Espai Barça tenía un presupuesto inicial de 600 millones que se encareció en 220 millones como consecuencia de las negociaciones entre club y el ayuntamiento de Barcelona que concedió más metros de techo edificables a cambio de que el Barça asumiera los costes de urbanización de las calles adyacentes en beneficio de la ciudad. Ahora, con Laporta en la directiva, ese coste de 820 millones ha pasado a 1500, casi el doble, y eso que según Laporta el proyecto que se ejecutará será el mismo diseñado por el despacho de arquitectos de Nikken Sekkei, con la “misma estética” y el “mismo diseño”. Y para explicar que el coste se ha multiplicado por dos, el CEO, Ferran Reverter dijo “hemos hecho nuestra previsión en base a que la construcción de los últimos Estadios en el mundo han costado entre 800 y 900 millones y los pabellones suelen costar unos 300 millones”, o sea, el cálculo está hecho a ojo de buen cubero, sin haber aportado ningún estudio arquitectónico o técnico que justifique que se haya encarecido el doble.

La fórmula de financiación que proponen de pedir un crédito a Goldman Sachs a devolver con un tercio de los nuevos ingresos que generan las nuevas instalaciones es la que ya negoció y acordó la anterior junta. Y Laporta añadió que mientras se ejecuten las obras “todavía no sabemos dónde iremos a jugar. A mí me gustaría el Johan Cruyff pero podría ser en Monjtuic”. Esa afirmación es propia de un candidato pero no de un presidente que quiera convencer a su masa social de que tiene un proyecto estratégico bien trabajado. ¿Van a pedir autorización a la asamblea para endeudarse por 1500 millones de euros a devolver en los próximos 50 años y no saben dónde mandarán al equipo a jugar y qué harán con sus socios abonados? La responsable de urbanismo del Ayuntamiento de Sant Joan Despí, Belén García, ya dijo este pasado mes de febrero que “acoger un gran estadio no encaja en nuestro modelo de ciudad y menos dónde está ubicado el Johan Cruyff que es un barrio residencial” y que eso provocaría graves problemas de tráfico, de aparcamiento y de transporte público. El que haya ido al Johan Cruyff ya puede intuir que una ampliación a 50.000 personas es inviable. Está claro que el proyecto del Espai Barça es estratégico para el club pero los compromisarios deberán decidir si está justificado este sobrecoste por el doble sin haber explicado el por qué ni los cambio que quieren hacerse y sin que la directiva tenga claro dónde jugará el equipo y qué pasará con los abonados que no puedan asistir porque todos no cabrán. Endeudar al club pidiendo dos créditos a la vez por un total de 2.100 millones a un mismo prestador (Goldman Sachs) puede ser el primer paso hacia la conversión en sociedad anónima deportiva.