Dani Alves tiene un problema. Un problema serio. En prisión por presunta agresión sexual, ha dejado de ser un futbolista, o exfutbolista de élite, para convertirse en un demonio para el gran público. Ya no es noticia por sus goles o excentricidades, sino por maltratar a una mujer el pasado 30 de diciembre en el Sutton.

Alves está en prisión porque sus declaraciones ante los Mossos fueron contradictorias. Todo parece indicar que se excedió y lamentable fue su rápida huida de la discoteca cuando se percató de la indignación de la mujer a la que había acosado. Fue detenido cuando regresó a Barcelona, convencido de que nadie se creería a la víctima en un conflicto con un futbolista del Barça, como si el escudo y la camiseta azulgrana bastasen para perdonar cualquier maldad.

Xavi Hernández, el entrenador del Barça y antiguo compañero y jefe suyo, aseguró que estaba "sorprendido, impactado y en estado de shock". Normal. Xavi fue elegante y no quiso profundizar en una cuestión peliaguda aunque conoce perfectamente a  Alves, un tipo tan extrovertido como impulsivo, al que le gusta sobreactuar, desmedido en todo.

Alves siempre ha sido un futbolista de excesos. Un tipo con dos caras. Considerado por muchos como uno de los mejores laterales derechos de la historia del Barça, era admirado y odiado a partes iguales por su carácter irreverente, por su afán de protagonismo.

La historia dice también que Alves fue jugador del Barça en dos etapas. La más gloriosa, entre 2008 y 2016. Muchos, sin embargo, se olvidan o silencian su salida. Se fue del club porque renovó en 2015 de mala manera y quería más dinero. Se fue a traición porque se acogió a una cláusula de su contrato para dejar tirado al Barça. Fichó por la Juventus y un año después por el PSG. Y convenció a su amigo Neymar para que rompiera con el Barcelona y fichara por el equipo francés.

Alves se movió por orgullo y rencor. Se la jugó al Barça, al mismo club que años después llamó a su puerta. Contactó con Laporta, a quien sedujo tirando mierda a Bartomeu. Xavi aceptó el regreso del lateral brasileño, pero el invento solo duró medio año.

Obsesionado con jugar el Mundial de Qatar, Alves encontró en el Barça el mejor escaparate. Entonces habló de su amor eterno al Barça, al mismo club al que había traicionado. Y se sintió invulnerable. El monstruo se creyó el rey del mundo y toda su prepotencia y un ego desmedido le jugó una mala pasada el penúltimo día de 2022. Creyó que era inmune a cualquier denuncia y ahora paga las consecuencias de su malicia y perversidad. Su lado oscuro puede costarle muy caro. Hoy es un ídolo caído.