La jornada que marca el ecuador del festival de Málaga ha tenido dos bandos: la acción televisiva de las nuevas temporadas de un par de series españolas, con el intimismo y la ruptura de la inocencia que han ofrecido varias de las películas en sección oficial.
Las fuerzas flaquean y algunas películas también, por mucho que vengan precedidas de otros festivales como Berlín y Venecia. Tal vez por eso, la presentación de las nuevas temporadas de Hit y La unidad han tratado de animar el ambiente festivalero, junto con La fortaleza. Aun así, sólo hacía falta ver el escaso público agolpado en la alfombra roja del Teatro Cervantes para ver que la expectación va a la baja.
Ni un reparto de lujo como el de la última película del malagueño Chiqui Carabante ha movilizado al público. Fernando Tejero, Goya Toledo o Fernando Cayo son los protagonistas de una especie de escape room familiar en el que unos hermanos se juntan en la casa de su padre fallecido para tratar de encontrarlo.
La idea es original y los golpes de humor son efectivos, incluso hilarantes vista la reacción de la platea. Por suerte, no se queda en el chiste, pero sí que ya está demasiado visto ver a familias tirarse los platos a la cabeza. Ya sea con humor o sin él.
Ya entrando en materia y en las películas que compiten por la Biznaga, la mañana ha empezado con dos cintas procedentes de la Berlinale, Sica y El deseo de un sueño.
La última, dirigida por el argentino Pablo Solar, es una especie de Billy Elliot del cine protagonizada por un preadolescente Felipe (Lucas Ferro) que vive en una solitaria ciudad-balneario imaginando representar obras y películas, hasta que decide tomar las riendas y mudarse a la capital para probar suerte en una audición. Obviamente, siguiendo los tópicos del género no lo tendrá fácil. Pese a ser acogida por su abuela paterna, a quien hace ocho años que no ve, ésta le va a develar parte de su pasado que desconocía.
Una vez más una historia de la pérdida de inocencia que convierte el cine y la ficción en un espacio de salvación. Algo así sucede con la protagonista de Sica, de la catalana Carla Subirana. Claro que la menor que da nombre al título no tiene siquiera una tabla de salvación.
Sica es una niña que ha perdido a su padre en alta mar. Las autoridades han decidido suspender su búsqueda ante la imposibilidad de hallar el cuerpo, su madre da por hecho que nunca va a aparecer. La niña no.
La película no deja de seguir a esta niña en su búsqueda desesperada que, en durante su lucha, se va a encontrar con un chico concienciado por el medio ambiente, el bullying de sus amigos y amigas del pueblo y una madre desesperada por irse a vivir a Barcelona. Hasta que aparece un cuerpo en la orilla tras una tormenta, además de plásticos.
Con silencios, Subirana consigue hablar no sólo del sufrimiento de las familias que ven como sus progenitores y parejas ponen en riesgo sus vidas al salir al mar, sino también la precariedad en la que viven muchas de ellas y los sinsabores que suponen para muchas familias al no recibir una pensión si no encuentran el cuerpo de los pescadores.
Baile hacia el pasado
Si estos personajes ven rota la inocencia de la infancia, Marina Seresesky tira de nostalgia en Empieza el baile, la tercera película en concurso presentada este martes, protagonizada por Dario Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale. Todo empieza cuando Carlos viaja de España a su Argentina natal tras conocer la muerte de la que, durante años, fuera su pareja de tango perfecta con la que se hicieron famosos en todo el mundo.
La complejidad de los recuerdos, el regreso al país y el reconocimiento de que la gloria del pasado ha quedado atrás, tiñen una road movie con muchos tintes cómicos que se sustenta por las grandes actuaciones de unos actores en estado de gracia.
La penúltima película a concurso también tiene un personaje de mayor edad como protagonista y que transcurre al otro lado del charco. Zapatos Rojos es otro viaje a la capital, pero esta vez de un anciano que tras recibir una dura noticia viaja de las montañas mexicanas al DF y la brutalidad con la que se encuentra no dejará de recordarle lo bien que está lejos de ahí.
Cuatro películas de crecimiento interior y personal. Dos situadas en España, dos en Latinoamérica de fácil digestión que, si bien pasaron por otros festivales no han acabado de atrapar a los espectadores.
Lo más interesante ha venido del lado de un nuevo documental en competición. Sonoma, de Albert Pons Cabanes y Xavier Lozano Casaoliva sigue el proceso de creación de la obra homónima de La Veronal inspirada en Buñuel y creada en pandemia. Una pieza que supuso un antes y un después en la compañía de danza.
Si bien la película tiene momentos que puede parecer un making of del espectáculo, cuando la cámara se aparta de la sala de ensayos y juega con los movimientos de algunas bailarinas en medio de la naturaleza crea unas imágenes de una belleza poco vista en este festival. Además resume el balance que por ahora ofrece el festival, propuestas interesantes pero que cojean de un lado o de otro y que, por mucho que la televisión quiera imponerse, tampoco supone un revolución.