Algunos tendrán la imagen de Pepe Viyuela como el frutero de Aida; otros lo recordarán por No te rías que es peor. Todos estos Pepes siguen en este actor que un día cayó en la encerrona de la interpretación. Una encerrona que disfruta con locura.
Encerrona también es el título de su primer espectáculo. Aquel que creó cuando tenía 23 años y sentía que la gente tenía necesidad de reír. Los años han pasado y ese deseo sigue vivo en la sociedad. Por eso, cada tanto, Viyuela regresa a este montaje que tan buen sabor de boca le ha dejado.
Reivindicación del 'clown'
La próxima parada es este mismo 4 de marzo en el Teatro del Barrio, una sala situada en pleno barrio de Lavapiés de Madrid conocida por su programación tan independiente como de carácter político.
La figura de Viyuela reúne estas características. Más allá de sus apariciones en producciones mainstream, como El hotel de los líos, sigue adelante con el Circo Price y su carrera de clown. Y es precisamente este payaso quien también tiene un sentido político y en los márgenes.
--¿Actuar es una encerrona?
--Bueno, de alguna manera te encierras con el público en un lugar para compartir un tiempo con él. Pero es cierto que es una encerrona muy agradable. Uno acepta con gusto el encerrarse con público, sobre todo para hacer comedia o intentar hacer reír, para provocar esa fiesta. De hecho, el título de la función es así porque quien se ve encerrado es el personaje, que no quiere estar allí en el escenario y, de pronto, se encuentra con un montón de ojos que le observan, que le miran y ante los cuales tiene que hacer cosas. No directamente actuar, sino enredarse con objetos. Es también casi una metáfora de lo que es la actuación, que a veces está sometida a 50.000 ojos.
--¿Incomoda o usted siempre lo llevó bien?
--Puede ser una metáfora en general de la actuación, pero también la propia existencia. Uno aparece un buen día en este escenario inmenso que es el mundo, no sabía a qué venía, ni siquiera sabía que venía y de pronto se encuentra rodeado de gente que le mira y que espera cosas de él. Le pide ser una persona que estudie, que sea muy exitoso, que llegue muy arriba en la vida. Puestos a metaforizar, yo me quedo con esta última metáfora.
--¿Sale de allí esta ‘Encerrona’ o de dónde?
--Surgió al poco tiempo de salir de la escuela de arte dramático. Buscaba trabajo y era difícil encontrarlo. Hasta que encontré, gracias a preguntar en bares, salas alternativas y lugares pequeños que había una demanda de humor. Y dije, bueno, pues es esto lo que hay que hacer, habrá que inventarlo. Me planteé qué era lo que a mí me podía hacer gracia y encontré que las cosas que a mí me habían gustado desde niño tenían que ver con el humor gestual, con las películas de cine mudo, con algunos payasos que había visto del tipo Charlie Rivel, por ejemplo, que a base de mucho gesto y muy poca palabra conseguían arrancar la risa. Y empecé a trabajar con este personaje. Desde entonces me acompaña siempre.
--Y con el paso del tiempo, ¿este mundo del 'clown' está por fin mejor visto?
--La figura del payaso es necesaria dentro de las sociedades. A lo largo de la historia, en todas las culturas han existido bufones, han existido chamanes, invocadores de esa gracia que nos reúne a todos en torno a la carcajada y a la risa. El humor es muy necesario para fomentar la flexibilidad acerca de la aceptación de lo mismo, de la relativización de nuestras propias ideas. Siempre ha jugado un papel importante. Es cierto que, no sé si en el mundo, pero en España durante muchos años, la figura del payaso se había infantilizado excesivamente y se había devaluado. Era un personaje menor destinado a entretener a los niños más pequeños en los circos, bautizos o comuniones, pero el payaso es un personaje con tanta fuerza que tarde o temprano resurge. Además, lo hace con mucha presencia porque lo necesitamos. Los niños desde luego necesitan reírse y les gusta muchísimo, pero los adultos también. En mi caso, este espectáculo lleva más de 30 años funcionando y cada día funciona mejor y a mí me gusta más. Se me vuelve cada vez más el lugar en el que realmente quiero estar. Algo que encontré casi de casualidad, de pronto se ha convertido en mi lugar preferido. Es el personaje que más me gusta explorar, sigo encontrando muchas cosas, me ayuda incluso a mí en lo que tiene que ver con mi vida personal y mi forma de entender la existencia. Solamente tengo palabras de favor hacia el payaso y si en algún momento hay gente que piensa que es un personaje menor, yo desde luego creo que no. Es uno de los iconos de todas las culturas y de todos los tiempos, las personas que invocan el optimismo o que ayudan a relativizar las desgracias y a reírnos de nosotros mismos.
--¿Ha cambiado mucho este espectáculo en estos años? Y, sobre todo, ¿cómo le ha cambiado a usted? ¿Qué tiene este personaje que se hace querer tanto por el público como para usted?
--Todos los payasos llevan una carga importante de aquel que les da lugar. Es decir, un payaso es inimitable. Puedes reproducir lo que otro hace, pero ese personaje que tú tienes ha nacido de ti, eres tú mismo puesto bajo la mirada de una lupa e hipertrofiado en algunas cosas. Es una especie de caricatura de ti mismo. Entonces ¿qué me ha aportado? Una visión más rica, una perspectiva de las cosas que me ha ayudado a relativizar y a pensar que no todo tiene por qué ser llevado al redil del dolor, sino que uno puede revolverse contra eso y reírse de muchas cosas que han ayudado a hacerme más fuerte. Yo creo que me ha hecho sentir útil, en cierto modo. Hay espacios en los que uno actúa siendo payaso, por ejemplo, cuando viajamos con Payasos sin fronteras, donde el dolor, la tragedia, la injusticia se han hecho fuertes y la gente lo está pasando muy mal, y con algo tan simple como ese personaje, con una nariz de payaso y cuatro elementos, de algún modo lo que estás consiguiendo es ahuyentar ese dolor. Yo durante muchos años pensaba que hay gente muy útil en la Tierra y admiraba esas profesiones a las que encontraba una utilidad clara. La de payaso y la de actor durante mucho tiempo pensé que era simplemente una actividad casi lúdica, pero me he ido dando cuenta de que no, de que hay una necesidad grande, sobre todo de figuras cómicas. El humor tiene un lugar muy importante dentro de las relaciones humanas.
--Pero curiosamente ahora el humor está más en el punto de mira que nunca. ¿Por qué?
--Supongo que por las posibilidades que tiene, precisamente. Si fuera algo intrascendente se ignoraría, pero precisamente por las grandes posibilidades que tiene para disolver determinados comportamientos, o poner en evidencia estructuras de poder o relaciones corruptas o comportamientos que no son del todo loables, tiene una gran fuerza. Y no ha ocurrido ahora, ocurre, ha ocurrido siempre. Desde siempre ha existido la expresión “seamos serios” como si fuera un valor, precisamente porque yo creo que en la seriedad hay gente que se encuentra más segura que si de pronto uno se empieza a mover por territorios más humorísticos, que siempre son más resbaladizos y pueden llegar a afectar a tu sensación de poder. El humor siempre ha estado mal visto por el poder y por aquellos estamentos que se sienten más seguros al cobijo de una seriedad impuesta y a través de la cual pretenden fortificarse. El humor muchas veces disuelve esos cortinajes y esas murallas y desnuda al emperador. De pronto todos somos capaces de ver a través del humor cosas que intentan ocultarnos o que no somos capaces de decir. Y no hay nada más deseable por parte de la gente humilde que ver que también los poderosos pueden ser criticados. A través del chiste también el pueblo se manifiesta o exorciza ciertas cosas. De hecho, yo creo que por ejemplo en los parlamentos falta bastante. Haría falta más humor y sería más divertido e interesante escuchar el arte.
--Sí, pero los chistes de los que habla también se limitan para no ofender.
--Hay una diferencia en el humor. Está el humor que construye y el humor que se utiliza para atacar a alguien que no se puede defender. Cuando el humor es represivo y ataca al débil se desautoriza. Lo vemos en el trabajo o en colegios, donde nos reímos de alguien por un defecto físico o por cualquier otra cosa y lo excluimos. El humor no es bueno en sí mismo, puede ser bien y mal utilizado. En todo caso, el control del humor nunca debe venir de las instituciones, sería muy grotesco. Es cierto que quizás nos estamos pasando de la raya y de frenada y entrando en una era en la que lo políticamente correcto nos coarta y nos autocensura porque no nos atrevemos a expresarnos con total libertad. Pero también es cierto que no está de más tener un cierto freno a la hora de decir determinadas cosas. Sobre todo, cuando esa mofa va dirigida a alguien que no tiene recursos, por el motivo que sea, para defenderse. Por ejemplo, yo creo que hacer chistes en España sobre la monarquía y sobre la corrupción a la que nos tiene acostumbrados Juan Carlos I no puede ni debe ser coartada en ningún momento, precisamente porque hay muchísimas posibilidades de defensa por parte de aquel de quien nos reímos. Aun así, creo que incluso este ambiente de lo políticamente correcto en el que entramos es un gran campo de juego para el humor. Nos podemos reír mucho de nosotros mismos por este afán de no ser incorrectos nunca. El humor se regenera. En el momento en el que es atacado, yo creo que encuentra rápidamente herramientas precisamente en ese propio ataque para hacerse más grande. El humor es imbatible.
--Como hablaba de la falta de humor en los parlamentos y para ligarlo con su espectáculo, ¿qué es más una encerrona, la realidad o la ficción teatral?
--Yo en el teatro encuentro siempre grandes espacios para jugar con espejos y retratar la realidad. Desde luego estoy mucho más incómodo en la vida que en el teatro. En el teatro me lo paso muy bien. Entro en una atmósfera imaginativa y creativa y estoy en mi salsa. En la vida hay muchas cosas a mi alrededor que no me gustan y me las tengo que zampar o como mucho contentarme con criticarlas. Me siento mucho más libre en el escenario que en la vida, la verdad.