Roberto Álvarez: “Estamos en un momento involutivo, muchos elementos te ponen la mordaza”
El actor se mete de lleno en una de las obras más revolucionarias del siglo XX, el 'Equus' de Peter Shaffer
25 octubre, 2022 00:00Equus es uno de esos clásicos contemporáneos que siempre que se representan causan sensación. El desnudo del protagonista escandalizó en 1973, en plena época hippy y parece que lo sigue haciendo ahora, en pleno siglo XXI.
Han pasado casi 50 años y cuesta hablar de más libertades, sobre todo cuando muchos se centran en hablar de esa desnudez. Un hecho curioso y que pone de manifiesto la importancia y vigencia de esta obra de Peter Shaffer.
Pasión reprimida
La versión de Natalio Grueso bajo la dirección de Carolina África que se representa en el Teatro Infanta Isabel de Madrid no ha querido renunciar ni al desnudo ni al coro de caballos y da todo el protagonismo al texto. Así, el papel de Martin Dysart, el psiquiatra que le hace terapia a Alan Strang tras sacarle los ojos a decenas de equinos cobra una relevancia crucial.
Roberto Álvarez da vida al doctor y tiene claro que, si hay una razón por la que Equus causa impacto hoy es porque su mensaje sobre el deseo y su represión, la libertad y sus límites, la pasión y la enfermedad está a la orden del día. Crónica Directo habla con el actor protagonista de todo ello.
--Pregunta: ¿Qué le atrajo del proyecto?
--Respuesta: Esta obra es el texto más hermoso y de los más importantes del siglo pasado. Yo lo vi a los 16 años en el Campoamor y considero que he tenido la suerte de aspirar a uno de los grandes papeles del teatro y tuve pocas dudas. Tenía tres o cuatro ofertas y no dudé. Lo han interpretado grandes actores.
--¿Qué ha descubierto de la obra una vez se ha sumergido en ella?
--Yo tenía una idea lejana del montaje hasta que me puse a trabajar. Te encuentras entonces con una obra tremendamente generosa con el espectador, porque es como un thriller para el espectador que se pregunta por qué ese chico sacó los ojos a los caballos y hay un espíritu detectivesco que mantiene al público pendiente. También plantea muchas preguntas. El personaje de Carolina hace que las disfrutes. Además es muy emocionante y el público lo agradece. Ves las pasiones del chico que fracasa en una relación real con su primer contacto sexual con una chica, y el mundo de Isaac, con una vida sin pasión, con una relación de pareja muerta que se pregunta por qué no ha vivido su vida con pasión mientras siente frustración por tener que quitársela a un niño que ha cometido una pequeña locura.
--No es poco...
--Para mí es el texto más interesante que he afrontado, junto al Homebody/Kabul de Tony Kushner que hice en el Español con Mario Gas.
--¿Impone a estas alturas?
--Absolutamente. Son 69 páginas y estoy presente en todas en el escenario y eso ya requiere un esfuerzo intelectual. Un reto de muchísimo cuidado.
--¿Definiría a Dysart como el represor del protagonista?
--Él tiene muchos mundos. Es un gran psiquiatra y tiene una vida acomplejada. No se siente con el derecho de restarle emociones naturales a una persona, como ese chico, y vive con la duda permanente de castrar determinadas cosas que para los dioses son sagradas, como dar rienda suelta a las emociones, pero se siente en la obligación de hacerlo porque ese chico ha hecho algo no apropiado. Finalmente, lo trata y le saca esa parte de locura, lleno de dudas. De hecho, sus últimas palabras en la obra son: "Te convertiré en un ciudadano ejemplar, pero posiblemente también en un fantasma. Te casarás, tendrás hijos, ahorrarás dinero, serás un marido fiel y se te pasará la vida. En cambio, no volverás a sentir lo que es la pasión". Lo consigue, se ve en la obligación de hacerlo, pero amordazándole, poniendo riendas a sus impulsos. Eso lo vive lleno de dudas, tanto profesionales como personales, porque se ve reflejado en él.
--Pero en épocas en las que el deseo parece liberado, ¿qué le cuenta 'Equus' al espectador?
--La obra toca muchos palos. Los espectadores cogen de la obra la parte en la que se sienten reflejados: la educación de los hijos, la castración de determinados impulsos y libertades... Hay muchas maneras. En el caso de Dysart, el por qué no me fui a los 22 años a Australia y me quedé en el mundo en el que vivo trabajando ocho horas en una oficina. Cada uno encuentra aquí su afán y carencia. Para mí tiene más vigencia que nunca. En los años 70 estaban en auge los movimientos hippies y antibelicistas y en cambio la obra hablaba de los elementos castrantes. Ahora estamos en un momento involutivo, se habla de quitar el aborto en Italia, Estados Unidos, las muertes en Irán por sacarse el velo, las redes sociales presentes en este montaje también son castrantes... por lo que vuelve a suceder un poco lo mismo. Hay muchos elementos que te ponen mordazas en la boca, riendas, bozal.
--¿Cómo afecta esto al teatro?
--Ahora mismo hay una especie de censura autoinfligida, como ciudadano en las redes y sobre el escenario. Ya en su día esta obra la desafiaba con un desnudo frontal, lo hizo cuando Daniel Radcliffe la protagonizó y ahora nosotros lo hacemos y la gente habla al respecto. Y es un momento revulsivo, de frustración y de libertad, por lo que tanto Claudia como Álex lo han vivido de forma natural. Esto vuelve a subyacer, es increíble.
--Otra característica de Dysart es su obsesión por el trabajo. ¿Hay también algo que nos empuja a ello?
--En el caso de Dysart, lo que sucede es que ha decidido no ser libre, su relación de pareja está muerta y lo sublima con su amor por las obras y mitos clásicos. Su problema surge cuando ve que una persona que es libre y que ha vivido castrada por sus demonios pasados y familiares lo comprende. Lo hace porque ve que ha vivido la pasión con total normalidad, con los impulsos humanos, sexuales y biológicos con una pasión que él no ha vivido nunca y se siente concernido como profesional y de manera personal.
--Y hablando de estas pasiones. ¿Qué le llevó aquí?
--Yo estaba estudiando Ingeniería de Telecomunicaciones y nunca quise ser actor, me ha venido y, analizado por Dysart, diríamos que me he encontrado con una sensibilidad escondida y que todo ese deseo de salir de la timidez y el bloqueo se tenía que sacar afuera. Esta profesión es sanadora, porque vomitas emociones de otros.
--¿Y cree que hemos de contagiar esta pasión por el teatro en estos tiempos de crisis?
--Por un lado, entiendo al espectador, yo también he recibido la factura de agua, luz y gas y casi me caigo para atrás. Aun así, este momento yo lo vivo a regañadientes, porque cuando te sientas en una terraza de bar no te importa pagar 25 euros por unas bravas y cuatro cañas compartidas y parece que parece que pagar una entrada de teatro es un gasto superfluo. Ahora no hay términos medios, además. Todo es o un éxito o un fracaso. Nosotros hemos ido con esta propuesta y Carolina ha conseguido algo emocionante.