Llegó el día. Uno de los restaurantes favoritos de los excursionistas catalanes echa el cierre este 22 de enero. Parece que nada ni nadie los va a salvar.
La noticia no es nueva. Desde que los responsables del restaurante de La Mola dieron la noticia hasta ahora ha pasado más de un mes. Ha habido tiempo para procesar la información, pero eso no hace menor el dolor.
Escapada típica
Este local ha visto como domingueros y deportistas subían a esta mítica montaña el parque natural de Sant Llorenç Munt i de l’Obach. Su proximidad con Barcelona y toda su periferia interior, así como su moderada altura (1.104 metros de altitud) y escasa dificultad para alcanzarla, la hacen ideal para paseos y escapadas breves.
Todo aquel que allí se acercaba (300.000 personas al año hacen esta ruta) sabía que no hacía falta que se llevara bocatas, un restaurante les esperaba para poder reponer fuerzas antes de volver a casa. Hasta ahora.
Recogida de firmas
De poco ha servido la recogida de firmas que se organizó para rescatar el local y que sus responsables, con Gemma Gimferrer al frente, presentaron en la Diputación de Barcelona (DIBA). Alrededor de 10.000 personas firmaron la petición para evitar el cierre del comedor. Por entonces, la mujer se mostraba "esperanzada", en declaraciones a Crónica Global. A día de hoy, no queda nada de eso.
La Administración no les renueva la licencia de concesión que finaliza este fin de semana. Por ahora, no está previsto ningún servicio de restauración en lo alto de la montaña a partir de este 22 de enero.
Diputación: "Gestión más sostenible"
El cierre del restaurante La Mola se conoció de forma oficial el pasado 30 de noviembre, cuando la DIBA, en reunión con entidades e instituciones interesadas en el Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, en Matadepera, trazó las líneas de futuro de la montaña. Y el comedor no tiene cabida en ellas. El argumento de la Administración es que hay que apostar por un modelo de gestión más sostenible y protector con el medio, y entiende que este negocio va en contra de la preservación de la naturaleza.
Este pensamiento lo suscribe, entre otros, el actual alcalde de Matadepera, Guillem Montagut, para quien la actividad que se desarrolle en la montaña ha de ser "más sostenible" a fin de evitar "la degradación del entorno". No obstante, los gestores de La Mola refutan los argumentos que sugieren que la elevada afluencia al parque natural se debe a la presencia del restaurante, pues de los más de 300.000 visitantes anuales del espacio, solo 25.000 se detienen a comer o tomar algo en este histórico lugar.
Una familia en el paro
Para Gimferrer, decirle adiós a La Mola es mucho más que perder un trabajo, pues, a sus 63 años, lleva 58 allí arriba, desde que su padre lo compró allá por la década de 1950. Hasta entonces, el espacio funcionaba como refugio, y sus progenitores lo dotaron de un pequeño sistema de restauración, pues sus profesiones eran otras (meteorólogo él y guarda forestal ella). Pero a la muerte del padre, Gimferrer se puso al frente y convirtió el lugar en el restaurante que se conoce hoy y en el que trabaja casi toda su familia: de la veintena de empleados, tiene lazos con la mitad.
Gimferrer sacó todas sus fuerzas para pelear hasta el final, pero no ha servido de mucho. Su hijo Ferran, por su parte, ha recibido ofertas de trabajo por si deben bajar la persiana, pero aguanta allí hasta el final. Cabe recordar que la concesión termina a finales de enero, aunque les dan 10 meses para bajar las 20 mesas y demás objetos.
López: "Ha habido tiempo para subsanar las carencias"
El exalcalde de Matadepera y actual concejal del municipio vallesano, Nil López, asevera que, por su parte y dentro de sus competencias, trabajó para mejorar el espacio de la Mola, con la instalación de wifi y un sistema de cámaras antiincendios. Asimismo, ha declarado que ha habido tiempo para subsanar las carencias del restaurante, como la falta de electricidad (funcionan con un generador) y la ausencia de agua potable, algo que compete a la DIBA.
"El hecho de que cierre la instalación provocará una destrucción de un patrimonio --el establecimiento se encuentra en un monasterio del siglo X-- y una degradación del entorno, porque no hay un plan b", añade Gimferrer, quien recuerda que la única manera de subir los víveres es con unas mulas y un burro que, si nadie lo remedia, también perderán su trabajo.