En la Cataluña vaciada hay, directamente, pueblos abandonados. Se cuentan por decenas, pero hay uno que, una vez al año, resucita. Se puebla de nuevo, como si fueran los viejos tiempos.

En las profundidades del término municipal de Batea, justo en el límite con el municipio de Maella en Aragón, se encuentra Pinyeres, un núcleo deshabitado que cuenta una historia rica y compleja. Situado a orillas del río Algars, en este enclave aún se aprecian una decena de casas en ruinas y una iglesia, dedicada a la Transfiguración del Señor, que se mantiene en un estado sorprendentemente bueno.

El día del milagro 

Precisamente, esta iglesia dedicada a este hecho milagroso, asiste cada año a la transfiguración del pueblo. Sin habitantes desde los años 70, familiares y descendientes que quedan de todas las familias que vivieron en la localidad vuelven cada primer fin de semana de agosto para celebrar una misa.

Lo hacen en honor a las antiguas fiestas del pueblo que coincidían con el día de Sant Salvador. Ese día el Pinyeres se llena de vida una vez más. Como en los viejos tiempos. Ahora, ya no pasa.

Orígenes 

La historia de este municipio se remonta a tiempos protohistóricos, anteriores incluso a la Edad de Hierro, cuando un gran poblado ocupaba este mismo espacio. Diversas excavaciones arqueológicas han revelado la importancia de este antiguo asentamiento.

Ya en el siglo XII, en los primeros años de la conquista cristiana, Pinyeres se convirtió en un territorio difícil de repoblar, al refugiar a bandas de árabes disidentes debido a su proximidad a los Puertos.

Periodo álgido 

En 1280, los templarios otorgaron una nueva carta de repoblación a Pinyeres, atrayendo a colonos con sus familias, quienes comenzaron a construir la iglesia y expandir el pueblo. Las Riberas del Algars fueron, en algún momento, territorios poblados por los templarios, dando origen a los actuales núcleos de Horta de Sant Joan, Arnes, Caseres, Almudèfer, Pinyeres y Algars. Con la disolución de la Orden del Temple, el territorio pasó al convento hospitalario de Casp, responsable de cobrar los diezmos.

Pero ya en el año 1350, en un período de paz y prosperidad agrícola, el pueblo ya contaba con 38 fuegos, albergando casi 150 habitantes. Su apogeo demográfico se alcanzó entre los siglos XVIII y XIX, llegando a tener cerca de doscientos habitantes gracias a mejoras sanitarias y buenas cosechas.

La llegada de la Guerra 

Sin embargo, la historia de Pinyeres dio un giro en 1841, cuando, junto con Algars, se incorporó a Batea. A partir de 1900, algunas familias emigraron a los núcleos vecinos de Batea, Maella y Favara, que ofrecían servicios médicos y educativos más avanzados y estaban cerca de las tierras agrícolas de Pinyeres.

La Guerra Civil dejó cicatrices profundas en este enclave. La iglesia de la Transfiguración del Señor fue incendiada y devastada, y varios jóvenes del lugar perdieron la vida en el frente. Después de la guerra, algunos habitantes emigraron a Barcelona, en particular a Molins de Rei, donde ya residían varias familias de Batea.

El ocaso

El despoblamiento de Pinyeres se consolidó en las décadas posteriores a la Guerra Civil, y hacia 1970 quedó completamente abandonado. Desde entonces ya no hay nadie, sólo un día al año.

Sus descendientes y sus ruinas de Pinyeres cuentan la historia de un pueblo que, a pesar de su desaparición, sigue vivo en la memoria y el legado de quienes alguna vez llamaron hogar a este rincón olvidado de la historia de Batea.

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