Palau Episcopal de Girona

Palau Episcopal de Girona

Creación

Un palacio, una ciudad y mil años de historia

El Museu d’Art de Girona recoge en un libro un exhaustivo estudio histórico, artístico y arquitectónico del Palau Episcopal, sede del museo y uno de los edificios más significativos de la ciudad

Publicada

Las grandes obras arquitectónicas no son solo piedras. Sus muros salvaguardan un patrimonio de incalculable valor histórico y cultural acumulado a lo largo de los siglos. Normalmente, nos fascinan por su interés artístico, su belleza o por su grandiosidad, pero pocas veces reparamos en que simbolizan la continuidad de nuestra memoria.

El Palau Episcopal de Girona, uno de los más importantes de Cataluña, lleva en pie más de mil años, y sus habitantes, en mayor o menor medida, han marcado nuestra historia.

“Es imposible explicar la historia del palacio sin explicar la historia de los obispos y de la gente que residió en él. Además, está íntimamente ligada a la historia de la ciudad de Girona”, explica a Crónica Global Miquel Ángel Fumanal, autor, junto a Josep Maria Nolla y Jordi Sagrera, del libro 'El Palau Episcopal. Mil anys d’historia d’un laberint arquitectònic', una magnífica publicación, detallada, explicativa y didáctica, sobre la transformación del conjunto palaciego a lo largo del tiempo.

Análisis arqueológico y fuentes documentales

Un edificio de estas características merecía un análisis en profundidad. Un trabajo complicado y largo al que sus autores han dedicado tres intensos años. Primero realizaron un análisis arqueológico, examinando cada uno de los paramentos, muros y elementos arquitectónicos, para precisar las fases constructivas y reformas del edificio en orden cronológico. 

El origen del edificio se remonta al siglo X, pero la gran reforma se hizo en el XII

El origen del edificio se remonta al siglo X, pero la gran reforma se hizo en el XII Museu d'Art de Girona

Después confrontaron toda la información obtenida con fuentes documentales de fondos bien diversos, como el Archivo Diocesano, el Municipal o el Histórico de Girona, el Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona, así como archivos personales, biografías de obispos, obras reseñadas o interpretaciones heráldicas para lo que han tenido el inestimable soporte del heraldista Pere Francesc Puigderrajols.

De entre todos los escritos consultados, según cuenta Jordi Sagrera, dos fueron especialmente esenciales en la investigación: “Afortunadamente había dos documentos importantísimos del siglo XV. Una especie de revisión a todo el edificio con dos maestros constructores de la ciudad que inspeccionaron estancia por estancia enumerando los elementos que se debían reformar, mejorar o mantener”. Esta suerte de ITE de la época coincidía plenamente con todos los datos obtenidos a través del análisis arqueológico. “Íbamos por buen camino”.

Quedaba un tercer paso, “precisar el contexto histórico adecuado de cada obispado con relación al edificio, su actuación, las vicisitudes históricas y los distintos estilos arquitectónicos que concurren en el complejo hasta llegar a la transformación del Palacio Episcopal en el actual Museo de Arte de la ciudad”, apunta Sagrera. 

Una gran estructura del siglo XII

Hay que remontarse hasta el siglo X para encontrar los primeros indicios físicos de la construcción, cuando el obispo Gotmar adquiere, a los condes de Barcelona y Girona, un antiguo palacio que apenas tenía dos plantas y un jardín-huerto. Sin embargo, no fue hasta el siglo XII cuando se transforma en un gran palacio.

De hecho, señala Fumanal, “hemos realizado una comparativa con los palacios episcopales que conocemos de la época y no hemos encontrado ningún ejemplo en el cual un obispo, en cuestión de seis o siete años, haya construido algo similar a lo que hizo el obispo Guillem de Peratallada”.

Para el libro se ha hecho un análisis arqueológico de todo el complejo

Para el libro se ha hecho un análisis arqueológico de todo el complejo Museu d'Art de Girona

Por eso, desde el punto de vista histórico, y aunque la obra destaca numerosos elementos importantes, los autores coinciden en que quizá la principal aportación del libro es que han podido argumentar y demostrar que el 80% del edificio actual nos remite directamente a esa gran construcción del Palacio Episcopal de la segunda mitad del siglo XII.

Son 1.000 años de arquitectura en un solo complejo. Un verdadero galimatías arquitectónico, “no tanto porque el edificio sea un laberinto en sí, porque está bien ordenado, sino porque en su interpretación histórica, arqueológica y artística es un auténtico laberinto”, sostiene Miquel Ángel Fumanal. 

El lugar donde ocurrían todas las cosas

Entre otras muchas cosas, el estudio preliminar del libro ha permitido delimitar con exactitud la actuación de algunos obispos importantes, de épocas diferentes, que construyeron sus propios aposentos privados.

Conviene recordar que los obispos no sólo ostentaban el poder religioso, sino que, como afirma Fumanal, “eran señores feudales con señorío, propiedades, cobro de rentas y todos los privilegios en cuanto a la administración de justicia, propiedad de personas o el control económico, todo”. 

Hay algunas actuaciones especialmente remarcables, como la de Lorenzana, un obispo de la Ilustración conectado con la Academia de Bellas Artes de San Fernando y hermano del arzobispo de Toledo, que construyó la nueva escalinata, remodeló el patio y unió físicamente el palacio con la catedral para poder acceder directamente.

Otra de las intervenciones más significativas es el enorme mirador, precisamente una de las partes más visibles del palacio desde la catedral, ejecutada por un obispo durante la Guerra dels Segadors.

Pedro el Ceremonioso, Fernando el Católico y Carlos V 

No solo obispos, aquí dejaron su impronta personajes tan destacados de nuestra historia como Pedro IV de Aragón, llamado el Ceremonioso, que realizó una obra importante en el siglo XIV; o un escudo espectacular tallado en alabastro con las armas de Carlos I de España y V de Alemania que se encuentra en el salón del trono.

Y es que, como afirma, Miquel Ángel Fumanal, “cada vez que había algún problema importante, por ejemplo invasiones, guerras internas como la del siglo XV, la dels Segadors o la Guerra de Sucesión del XVII, el palacio era uno de los centros donde sucedían cosas, a veces, donde sucedían todas”.

Porque al igual que los edificios no son solo piedras, el valor patrimonial de los mismos reside igualmente en los acontecimientos que un día acogieron. Sin duda han sido muchos los que acontecieron en el antiguo Palau Episcopal, pero hay uno remarcable porque, de alguna manera, marcó el devenir de nuestra historia.

Vista aérea del complejo palaciego junto a la catedral de Girona

Vista aérea del complejo palaciego junto a la catedral de Girona Museu d'Art de Girona

Ocurrió, cuenta Fumanal, durante el conflicto catalán del siglo XV, cuando siendo aún un niño de seis o siete años, Fernando el Católico permaneció allí junto a su madre, Juana Enríquez, bajo la protección del obispo Margarit. Gracias a esto y a que los payeses venidos del Pirineo ayudaron a liberar la ciudad del asedio, Fernando pudo escapar y al cabo de unos diez años se casó con Isabel la Católica. 

Un libro explicativo, también para profanos

Si el trabajo de investigación, documentación y verificación ha sido complejo, no menos laborioso ha sido el proceso de edición del libro para lo que han contado con un editor riguroso y medievalista excepcional, además de valiosas aportaciones, como la de Narcís Soler, primer director del museo y catedrático emérito de la Universidad de Girona.

“Como historiador y espectador protagonista de las obras que se hicieron en el palacio en los años 70 y 80 del siglo pasado, tuvo el acierto de documentar todos aquellos cambios, las cosas que encontraban al derribar un tabique. Sin su aportación y su esmero hubiera sido imposible”, reconoce Jordi Sagrera.    

'El Palau Episcopal. Mil anys d’historia d’un laberint arquitectònic' contiene muchas fotografías, planimetría, además de numerosos dibujos que el propio Sagrera ha realizado. “En arqueología, la imagen vale más que un discurso árido (…) Hay que intentar evitar estos discursos tan duros y sustituirlos, en la medida de lo posible, por ilustraciones”. Es la mejor manera de transmitir mil años de historia.