“Igual que ahora tenemos ‘influencers’, el cachemir tuvo a Josefina Bonaparte”
- Una exposición en el Museu de l’Estampació de Premià de Mar explora la importancia de este tejido en la moda europea
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Una de las principales responsabilidades del puesto de documentalista en el Museo de la Estampación Textil de Premià de Mar (MEP) es revisar continuamente el fondo del museo, que incluye una vasta colección de objetos, desde dibujos originales, moldes y maquinaria textil, a muestrarios de producto final, tanto de telas estampadas y confecciones, principalmente donaciones de empresas catalanas, como la colección de la España Industrial, la inmensa fábrica textil junto a la estación de Sants, que cerró sus puertas en la década de 1970.
Fue así como Mónica Doria, actual documentalista del museo, se dio cuenta de que una de las piezas que más se repetían en las remesas textiles guardadas en el almacén eran las prendas bordadas o estampadas con motivos de cachemir. "Fuimos estirando del hilo, estudiando los orígenes de cada pieza, y al final decidimos montar una exposición, porque la historia del cachemir va muy ligada a la historia de la industria textil catalana y europea", explica Ariadna Rodríguez, técnica del museo y co-comisaria de la exposición Cachemir. La lágrima persa, en el MEP hasta el 25 de abril de 2025.
Una palabra polisémica
La muestra expone una selección de piezas elaboradas bien con lana de cachemir o bordadas o estampadas con el tradicional motivo en forma de lágrima originario del norte de la India, con el objetivo de explorar la importancia de este motivo decorativo en el mundo de la moda desde su llegada a Europa hace más de cuatro siglos, hasta convertirse en un motivo atemporal totalmente integrado en nuestra vida cotidiana.
"La gracia del cachemir es que es una palabra polisémica, se refiere al tejido, a la lana en concreto, originaria de las altas montañas del Himalaya, pero también a un diseño concreto en forma de lágrima, la cachemira o butah, de origen indio o persa", explica Rodríguez, luciendo ella misma en el cuello una pashmina estampada con flores y cachemir.
El regalo de Napoleón
El cachemir llegó a Europa a través de los chales tejidos de lana que los comerciantes orientales vendían a los marchantes extranjeros a mediados del siglo XVIII. Eran artículos escasos y de lujo, ya que su elaboración era artesanal y requería mucha mano de obra. Sin embargo, la situación cambió cuando la primera pashmina cayó en manos de la emperatriz Josefina Bonaparte como regalo de su esposo Napoleón, cuyas tropas estuvieron estacionadas en Egipto entre 1798 y 1801. Cuando Napoleón la descubrió, la pashmina había viajado desde el principado de Cachemira, en el norte de la India, pasando por Irán hasta llegar a Egipto. Y de allí al ajuar de la emperatriz Josefina, en Francia.
"Si ahora tenemos influencers, la cachemira tuvo a Josefina", se ríe Rodríguez frente a un retrato de Josefina vestida de blanco con un chal de cachemira sobre los hombros. A mediados de XIX se había puesto de moda entre las mujeres de clase alta el vestido chemise, una prenda de algodón o lino, generalmente blanca, casi transparente y de cintura alta, que imitaba las túnicas de las antiguas estatuas clásicas. Los chales de Cachemira, o pashminas, con su forma rectangular alargada, aportaban un toque de color y contraste, además de abrigar.
El telar Jacquard
"Se pusieron tan de moda que los productores no daban abasto", dice Rodríguez. El mercado europeo buscaba la forma de satisfacer la alta demanda de pashminas de la India e intentó copiar estos chales para producirlos en sus fábricas, pero no lo lograban. "Era un proceso artesanal, que implicaba a muchos artesanos para hacer una sola pieza (el kanikar), de unos 300 metros, y era muy complicado importar esos telares manuales de tan lejos", explica la comisaria.
No fue hasta el año 1810 que, con la invención del telar automatizado Jacquard, las fábricas de la ciudad escocesa de Paisley lograron copiar con éxito los diseños de los chales de cachemira. Paisley era entonces el núcleo de la industria textil de la lana y en 1850 ya había en la ciudad más de seis mil tejedores dedicados a la producción masiva de "chales de Paisley", como se conoce en el mundo anglosajón a los diseños de cachemir.
Menos tiempo, menos precio
Pese a no ser copias de la misma calidad, progresivamente los chales de Paisley permitieron acortar los plazos y abaratar la producción y, por tanto, cubrir la demanda. En vez de elaborar una sola pieza, se unían varias piezas (Tilikar) gracias a la habilidad de artesanos bordadores especialistas en reparar y coser recortes.
"Con el tiempo y los nuevos gustos de la moda, el chal fue perdiendo tamaño", explica Rodríguez mostrando una pashmina de finales del siglo XIX que había pertenecido a la bailarina exótica Carmen Tórtola Valencia. "En Europa triunfó sobre todo como un motivo de bordado para prendas femeninas, aunque en India y Pakistán es una prenda masculina, para hacer turbantes y fajas", añade.
Llega la estampación
Durante los siglos XVIII y XIX la producción de cachemira fue expandiéndose por Europa, convirtiéndose en un elemento habitual en los ajuares de boda y armarios de lujo, hasta que al final del siglo XIX, con la llegada de la técnica de la estampación, empezó a aplicarse de forma masiva en todo tipo de prendas y telas, tapicería, mesas y colchas.
"Con la llegada del cachemir estampado, la producción se abarató mucho más", explica Rodríguez, mostrando la diferencia entre cachemira bordada o estampada con moldes de Bac en la antigua fábrica de estampación de Premià de Mar.
Una prenda de cine
"El cachemir es un motivo muy versátil, que permite dar rienda suelta a la imaginación y la fantasía", añade la comisaria, convencida de que el cine es una buena manera de darse cuenta de la omnipresencia del cachemir en la moda occidental. "En cualquier película del oeste verás vaqueros con bandanas de cachemir en el cuello", se ríe.
Las bandanas se expandieron en Estados Unidos con la llegada de colonos escoceses, que importaban sus añoradas telas de Paisley, y se colaron en los pañuelos que utilizaban los vaqueros para protegerse del polvo y preservar el anonimato. "Luego se las apropiaron los moteros y los rockeros", añade Rodríguez, mostrando un pañuelo rosa estampado con cachemir de la década de 1990 extraído del fondo de armario de una trabajadora del museo: "Suena increíble, pero todas tenemos más de una pieza de cachemir en nuestro fondo de armario".