En los meses de invierno de 1938, el estallido de la Guerra Civil y el avance de las tropas franquistas obligaron a la Generalitat y los ayuntamientos catalanes a organizar una red de refugios para todos aquellos niños que eran evacuados de los frentes de guerra del resto de la Península o cuyas familias no tenían dinero para alimentarlos.
Entre ellos se encontraban la escuela sueco-catalana de Can Wertheim y la colonia sueca de Can Godó (oficialmente Hogar Jorge Branding), ambas en Teià, en el Maresme, por donde pasaron cerca de 500 niños que durante el resto de sus vidas no olvidarían el nombre de su entrañable director: Erik Ragnar Svensson.
Premiado por el embajador sueco
“Erik, el señor Suensen de los chicos, era un buen director, todos le recuerdan así”, escribe María Ángeles Alemán Gómez, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y autora de El último amor de Sventenius, una biografía del prolífico botánico sueco que la embajada de su país puso al mando de las colonias de Teià durante la Guerra Civil.
Por aquel entonces, Svensson (Skiro, Suecia, 1910-Gran Canaria, 1973) era el director del Jardín Botánico Mar i Murtra de Blanes y él mismo se había encargado de obtener el protectorado de la embajada sueca para evitar su expropiación por parte de los anarquistas. Admirador de su valentía y entrega a la hora de defender Mar i Murtra, en marzo de 1938 el embajador sueco en Barcelona volvió a ponerse en contacto con él para ofrecerle las dos colonias catalano-suecas de Teià.
“Era como un santo, un ídolo”
“En la memoria de los exalumnos ha quedado como ‘un hombre muy inteligente y muy buena persona, recto y serio’, entregado al trabajo que tenía que hacer, pero, aun y así, tenía muchos detalles con los niños y un trato muy cercano y tierno hacia ellos”, observa Nuria Bosch Asensio, autora de un trabajo de investigación sobre las dos colonias sueco-catalanas de Teià durante la Guerra Civil.
“Para muchos, era ‘como un santo, un ídolo’: ‘Yo incluso le daría las gracias de rodillas. Le podías ir a pedir lo que quisieras, que siempre estaba a punto para todo el mundo’”, añade, citando palabras textuales de una antigua alumna de la colonia catalano-sueca, Maria Teresa Casals, ya fallecida.
Método Montessori
Sin ceñirse demasiado a la norma, Suensen aplicó el método de enseñanza Montessori, tal y como ordenaban las autoridades republicanas del momento, y contagió a su equipo y alumnos de su entrañable personalidad y forma de vivir. “A ciertos niños, que venían de casas en las que no había agua corriente, les enseñó la importancia de la vida al aire libre y de la higiene diaria. Cada día, antes de desayunar, dirigía una tabla de gimnasia en la explanada frente a la finca y, en los intervalos entre clases, los acompañaba a dar un paseo mostrando las plantas que había en los alrededores”, escribe Alemán, que ha basado su relato en las confesiones de una mujer alemana llamada Lotti, con quien Svensson tuvo un idilio ya de mayor, en Tenerife.
“El profesor Suensen no castigaba nunca, no creía en ese lema tan español de la época de ‘la letra con sangre entra’, sino en el honor de cada cual”, observa la historiadora canaria. El único castigo a los que desobedecían más de la cuenta era una gotita de tinta junto a la bandera sueca que llevaban prendida en la blusa, “una mancha minúscula que debía hacerles reflexionar”, añade.
Su trabajo en las colonias infantiles de Teià, donde hoy aún se le recuerda con cariño y admiración, terminó cuando en marzo de 1939 el botánico presentó su dimisión, frustrado por las dificultades impuestas por los falangistas.
Ni una palabra sobre Teià
“Erik nunca habló de Teià, ni siquiera a sus amigos, ni siquiera a Lotti”, escribe Alemán. El miedo a ser deportado a su país en plena segunda guerra mundial o a ser castigado por el régimen franquista por haber ayudado a algunos niños a llegar hasta el Pirineo para que pudieran escapar a Francia (Svensson tenía a su disposición el coche diplomático) no solo le forzaron a guardar silencio sobre su implicación en las colonias de Teià, sino a esconderse durante tres años en la hospedería del monasterio de Montserrat hasta que terminase la guerra en Europa.
“El periplo en Montserrat le permitió descubrir el silencio de las montañas, la vida ordenada del monasterio y disfrutar de la compañía del monje Adeodato Marcet, el botánico que tanto admiraba”, añade. En Montserrat se vio obligado a “superar” la separación forzada de su enamorada, Erna, una mujer suiza que vivía en Barcelona, y que nunca más volvió a ver. “Lo cierto es que Montserrat le produjo un cambio profundo. Erik Ragnar Svensson, luterano, ilusionado con viajar a Canarias, salió de Montserrat llamado Erico Svensson-Sventenius, solitario, botánico extraordinario y católico de fe arraigada”, escribe.
Canarias
La autora cuenta también la tensión que se produjo en el monasterio al recibir la visita del general nazi Heinrich Himmler, que tenía Montserrat como un lugar mitificado en su búsqueda del Santo Grial. Por orden del abad, Antonio Marcet, hermano de su amigo botánico, Sventenius tuvo que camuflarse con el hábito blanco en la zona de clausura por miedo a ser descubierto y que pensaran que era un refugiado o un desertor.
Cuando la segunda guerra mundial llegó a su fin, Sventenius hizo realidad su mayor deseo: emigrar a las Canarias, donde le habían ofrecido dirigir el Jardín de Aclimatación de Orotava, en Tenerife, y más tarde el Jardín Botánico Viera y Clavijo, en Las Palmas. “Él, que había leído con devoción el relato del viaje a las regiones equinocciales, pudo sentir, como había sentido Alexander von Humboldt, que podía arrodillarse ante esa naturaleza espléndida y que, al fin, podía seguir los pasos de su admirado antecesor”.