Año 2014, Barcelona, último año de la crisis económica, paro rampante. “Si tú no te quieres ir, me iré yo sola”. Ese fue el ultimátum que escuchó Marc Morera de boca de Sílvia, su novia, unos meses antes de tomar juntos una de las mejores decisiones de su vida: marcharse a vivir juntos a China.
“Nos fuimos un poco a la aventura, sin saber nada del país”, explica este diseñador gráfico barcelonés, que acaba de publicar su primer cómic. En Dos dumplings (Amok, 2024), Morera recrea en forma de diario ilustrado los cuatro años que vivió junto a su pareja en Shanghái, una ciudad que “no es ni bonita, ni sostenible, ni ética”, sino “hortera, caótica e inmadura”, escribe con humor bajo un par de viñetas que muestran varios rascacielos en obras y un entramado de cables, puestos callejeros y toldos a sus pies.
De la precariedad laboral al éxito
“La mayoría de mis ilustraciones son en colores marrones, grises… y están hechas con un trazo rápido, desdibujado, como si estuviera inacabado, porque Shanghái es un poco así, una ciudad inacabada”, explica el autor desde una cafetería del centro de Barcelona, cerca de su actual trabajo.
Shanghái fue el trampolín que Marc y Sílvia necesitaban para salir de la precariedad laboral en la que se encontraban y dar el salto profesional en sus carreras. Los inicios no fueron fáciles: “Miraba con envidia un café del Starbucks”, se ríe Morera. Durante los primeros meses en la ciudad china sobrevivieron con su sueldo de becario en una agencia francesa de diseño gráfico y se alimentaban básicamente de comida callejera o para llevar. De ahí el título del libro, Dos dumplings, en honor a los famosos jiaozi, empanadillas chinas hechas al vapor o a la plancha que venden en cualquier restaurante.
De la novedad a la rutina
“[En China] Comer fuera o encargar la comida no es caro, vamos, que se cocina poco”, aclara en el cómic, donde abundan las ilustraciones de comida: pollo kung pao, berenjena con salsa de ajo, fideos de Lanzhou, revuelto de tomates y huevos, jiaozi… Incluso una de las palabras elegidas para explicar sus clases de chino hace referencia a la comida: “qiézi”, berenjena.
Sin embargo, lo que al principio parecía una aventura acabó convirtiéndose en rutina, y el embrujo de Shanghái se rompió. “Cuando vives fuera –y da igual si es Shanghái o Londres– acaba llegando este momento: sigues sintiéndote un extraño, y lo que antes te sorprendía, se vuelve rutina o incluso te irrita”, confiesa.
“¿Cómo son los chinos?”
De forma honesta y sincera, Morera relata el día a día en una ciudad megapoblada y llena de contrastes, una ciudad que se mueve “entre las rutinas ancestrales y la digitalización extrema”, entre el peso de la familia y las costumbres y la energía de su gente joven, entre el consumismo desenfrenado y la falta de libertades políticas. “Es una ciudad donde todo está pensado para que no pueda reunirse mucha gente a la vez en un espacio público. En la calle no hay bancos ni plazas”, explica en el cómic sin entrar a juzgar lo que ve.
“He intentado escribir un libro libre de prejuicios”, insiste. Convencido de que la prensa occidental suele ser tendenciosa a la hora de explicar China, Morera se limita a dibujar y anotar sus impresiones desde el punto de vista objetivo, con un toque de ironía. “Muchas veces, mis amigos me pedían que les contara anécdotas más escabrosas sobre mi vida en China, o me preguntaban: ‘Y qué, ¿cómo son los chinos?’. No sabes cómo odio esta pregunta, no me gusta generalizar. ¡Estamos hablando de un país más grande que toda Europa!”, exclama.
Intolerantes… y “gilipollas”
Morera evita juzgar China, pero no duda en juzgarse a sí mismo y poner en duda su comportamiento cuando su enamoramiento con Shanghái desaparece: ¿es lícito que todo lo que antes le parecía exótico e interesante –el tráfico infernal, la falta de cielo azul, la burocracia extrema, los trozos de carne seca secándose en la escalera, el hecho de que te traigan todos los platos a la vez en un restaurante, incluso el postre antes del arroz– de pronto empiece a irritarle? ¿Qué ocurre cuando de pronto pierdes las ganas de querer adaptarte y empatizar con el otro? Que te vuelves un intolerante. “Y la intolerancia te lleva a ser un déspota. Y ser un déspota, a ser un gilipollas”, le recuerda su novia en una escena del libro.
“Sílvia ha sido siempre mi punto de apoyo, de motivación”, admite. Dos dumplings es también una historia de amor y de compromiso, de una pareja de jóvenes barceloneses que logran madurar su relación en un país lejano, que se apoyan el uno al otro, progresar profesionalmente y regresan a Barcelona aún más unidos que antes.
Dos cometas
“En toda pareja de Shanghái hay un cometa y una estela. Uno que lo peta en cuanto a carrera y marca el camino. Y otro que va a remolque y se tiene que adaptar (…). Y en vuestro caso no es así”, les dice un amigo catalán la noche antes de marcharse de Shanghái. “Sois dos cometas”, concluye, mientras la pareja pinza con los palillos los últimos dumplings al vapor de la bandeja de bambú.
“Una de las primeras cosas que hice al llegar a Shanghái fue prometerme que no iría con catalanes, pero acabé haciendo lo contrario”, se ríe Morera. “Necesitaba alguien con quien poder tener ciertas conversaciones, reír las mismas bromas, o simplemente salir a tomar una cerveza y cenar”, añade el autor, que también hizo buenos amigos chinos, como David, un diseñador gráfico de mucho talento que acabó mudándose a otra ciudad para poder obtener un trabajo mejor pagado, casarse y tener un hijo.
Trabajar como un chino
“Me he dado cuenta de que la idea de que el trabajo sirve para realizarse es un concepto muy occidental. En China, un trabajo es un trabajo, y ya está”, opina. Una de las escenas más divertidas del cómic muestra a un grupo de empleados de su agencia durmiendo la siesta sobre sus mesas de trabajo, una estampa frecuente en China. “Lo de trabajar como un chino, yo no lo vi”, bromea.
Para Morera no hay duda de que para adaptarse a China hay que llegar con una mente abierta y dispuesto a adaptarse a ellos, no al revés. Lamentablemente, muchos occidentales siguen mirando por encima del hombro a los chinos, “sigue habiendo prejuicios, gente que piensa que nuestra forma de ser es mejor”, insiste.
Extranjero
De lo que tampoco duda es de que vivir en China implica sentirse siempre extranjero, y esa era una sensación que no estaba dispuesto a alargar. “Un día me di cuenta de que aprender chino me suponía una inversión de tiempo y esfuerzo que no estaba dispuesto a hacer, porque siempre creí que la estancia en China era temporal”, admite.
Sílvia y Marc decidieron regresar a Barcelona, con sus pros y contras (“no es la mejor ciudad del mundo para trabajar, pero se vive bien”) y crear una familia aquí. “El mensaje que diremos a nuestras hijas es que no están condicionadas a vivir en ninguna parte. Que el día que quieran pueden hacer las maletas y marcharse, en lugar de quedarse y culpar al entorno”, concluye.