El dramaturgo argentino Daniel J. Meyer y la directora catalana Montse Rodríguez Clusella lo han vuelto a hacer. Se han puesto a trabajar codo con codo para poner en pie una historia que habla del ser humano y lo hace poniendo a los jóvenes en el centro.
Cansado del adultocentrismo, como suele insistir Meyer, trae ahora Llegat, una obra protagonizada por Àngels Gonyalons, Pau Oliver y Marc Pociello. Ellos representan a Clara, Oriol y Javi. La primera es la madre de Oriol, un joven de 20 años que, en una noche loca, conoce a Javi, de 36.
A esas edades no hay límites y más si, como Oriol y Clara, perteneces a una clase alta y has pasado la vida viajando por el mundo. Pero esta vez la situación es algo distinta. Madre e hijo llevan tres o cuatro años viviendo en Barcelona, todo parece ir bien. Hasta que, cuando Oriol lleva a Javi a su casa pensando que no estaría su madre, se la encuentra haciendo las maletas. Se van. ¿El motivo? Es necesario ir al Teatre Akadèmia de Barcelona para descubrirlo.
Meyer solo avanza una cosa. Javi va a tener un papel crucial para que madre e hijo emprenden este viaje por el mundo en furgoneta y no se maten por el camino.
- ¿Qué pasa en ese viaje?
- Primero, Oriol, y Javi se irán conociendo desde la distancia. Es la vía de escape de Oriol. Javi cataliza este mal rollo que existe entre la madre y el hijo y, durante este viaje, esta gente que fue siempre tan material y que en un momento se quisieron y luego se empezaron a odiar y gritar, aprenderán a reconectar. Básicamente de eso a la obra sobre cómo aprendemos a querernos con nuestros padres y cómo lo hacen los padres con los hijos cuando son dos adultos. Quizás no nos soportamos y tenemos veinte mil cosas que son totalmente diferentes, pero ¿cómo aprendemos a encontrar esta estima, este querer? Lo que plantea es que quizás viviendo momentos juntos, no desde estas normas y protocolos de lo que es ser la madre y lo que es ser hijo, sino desde mirarnos como adultos y encontrar la complicidad en vivir momentos divertidos juntos. O al menos recordar los que vivimos juntos y crear unos nuevos momentos.
- Por tanto, ¿es un homenaje o una tendida de mano al pasado que nos enemista?
- Sí. Yo lo escribí respecto a los miedos y los deseos que uno tiene como hijo cuando sus padres son grandes. Y piensas que igual, ya está, que sólo tenemos que divertirnos con nuestros padres. Emborracharnos sin pensar que somos padres e hijos. Sin reproches. No hace falta reprocharnos cosas, tal vez solo hace falta divertirnos, pasarlo bien y conectar. Y eso también puede implicar a veces mandarnos a la mierda. Pero debemos mirarnos como humanos, como dos seres adultos.
- ¿En clave de comedia?
- Sí, es muy comedia porque se tratan realmente muy mal, pero son personajes muy cínicos, muy irónicos. También es muy tierna por estas situaciones rocambolescas que viven estos dos pijos que terminan yendo en una furgoneta por el mundo, sin nada. Y al final ves cómo pueden encontrar el cariño tendiéndose la mano y a la vez soltándose de estas ataduras de las relaciones materno-filiales que están tan establecidas
- ¿Tanto cuesta? ¿Es fácil encontrar esa manera de quererse?
- Yo creo que no. Igual, yo siempre escribo sobre lo que no sé: sobre mis miedos, mis deseos y las preguntas que tengo… Lo hago para intentar encontrar respuestas a través de lo que escribo y justamente es eso. Pero ¿cuánto cuesta? Mucho y es una lucha que la tenemos todos a diario, creo. Sobre todo cuando los padres son muy grandes y has de cuidarles a ellos. Y te preguntas qué es más importante, ¿la salud o que disfruten? Es un poco este dilema: ¿hemos de vivir realmente o estar sufriendo por como deberíamos vivir o como deberíamos querer? En lo no correcto, en lo no preciso y en lo no perfecto es donde está el buen querer.
- ¿Tiene algo que ver la clase?
- Si bien Javi no es de clase alta y ven que se preocupan por cosas no tan importantes, no creo que la obra haga hincapié en eso. A él le impacta lo mal que se tratan. Y les enseña que igual no es tan importante lo material sino el disfrutar de ciertas cosas. Es un personaje que, aparte, ya vivió unas situaciones vitales que Oriol no. Yo siempre digo que tiene un poco de Six feet under porque al final nos reímos de todo, de la vida y de la muerte. Hemos de hacerlo.
- ¿Hay cierto miedo a hacerlo también? ¿Nos tomamos demasiado en serio a veces?
- Para mí sí. Las cosas malas de la vida ya vienen solas. Más que de los miedos, te debes preocupar y poner la energía en estar bien y disfrutar de la vida. ¡Es una lucha diaria! Yo tampoco lo puedo hacer, pero pongo el esfuerzo. Lo único que nos queda es intentar pasárnoslo bien y crear momentos bonitos con la gente que queremos. Es querer y dejarnos querer.
- ¿Esa también es su manera de entender el teatro? Sus obras suelen invitar a la reflexión, pero también a disfrutar.
- Para mí, el teatro tiene que ser transformador. Con eso no quiero decir que tenga que ser ni social, ni político, en el sentido estricto de la palabra, porque siempre hay una ideología política en las cosas. Que piense que disfrutar es algo básico, es una política de vida. En cualquier caso, cuando escribo no pienso primero lo que escribo. Lo que sí hago es corregirlo mucho y siempre pienso qué quiero que sienta el público. ¡No lo que piense! Yo no quiero dar moralinas a nadie, ni tengo ganas de decir a nadie cómo se debe comportar.
- ¿'El Llegat' tiene algo que ver con aquello arrastramos del pasado?
- Sí. Todos arrastramos algo, nos guste o no. Pero el cerebro está diseñado para olvidar ciertos traumas y el mejor legado que uno puede dejar son los momentos vividos. De eso es de lo que nos acordamos al final. Por eso hablamos de crear momentos bonitos fuera de nuestra comfort zone, sin estas ataduras que tenemos en nuestra vida diaria.
- Pregunta 2
- No. Y tampoco hay que olvidar el pasado, porque también lo malo es parte de lo vivido. Odiar, insultar, mandar a la mierda, es también parte del querer. Para reconciliarte, tienes que haberte roto ciertas cosas. Y es parte de la adolescencia, romper con ciertas cosas: pegar un portazo, irte de casa, para después poder sentarte y decir: “la verdad es que fui un niñato”. Y que los padres también te digan “y nosotros somos unos tarados que no te dejábamos vivir”. Por eso, para vivir hace falta que nos hayamos mandado a la mierda, y está bien recordar que nos mandamos a la mierda.
- Volvamos una vez más a esa parte de la obra que está en todo su teatro. Hablaba de la adolescencia, y en esa etapa es fundamental la música. Aquí, como en todas sus obras, la música tiene un papel clave. ¿Qué importancia le da?
- Yo escribo escuchando música y pensando qué sonoridad tendrá la obra. Además, siempre hago los espacios sonoros.
- ¿Es en lo primero que piensa, digamos?
- No, pero cuando empiezo a escribir, yo sé que tiene que haber en un momento cierta música, que ciertas palabras tienen que estar con un colchón musical o que en ese momento tiene que haber una coreografía porque tiene que soportar la música. Porque al final hay cosas que no se pueden decir y la música lo puede expresar.
- ¿Hay alguna canción que defina esta obra?
- Aquí hay muchas canciones y son todas muy pop. Una de ellas es de Take That, Shine.
- Por último, ¿por qué siempre sus protagonistas son jóvenes? ¿Es para atraerlos al teatro?
- Desde luego que la cultura le tiene que hablar a los jóvenes desde luego. Yo nunca escribo para jóvenes, hay protagonistas jóvenes. Los jóvenes son unos interlocutores tan válidos como los adultos. Los jóvenes y la gente de la tercera edad, aunque no me gusta ese término. Primero, son dos etapas vitales mucho más interesantes que el adulto. Después, hay mucho adultocentrismo. Las personas cuando se liberan de las cosas es en la adolescencia y cuando terminan de trabajar. Esas etapas de la vida en la que sueltas ciertas cosas son mucho más interesantes vitalmente. También a nivel de escritura. Siempre intento poner en jaque el adultocentrismo, porque me parece más aburrido porque estamos llenos de miedos, de protocolos, de cómo deberíamos hacer las cosas. Y quizás no hacen falta. A mí me gustan mucho los jóvenes y también con gente mayor, porque creo que son dos edades a las que se las menosprecia un poco, y debería ser al revés. Deberíamos escuchar bastante más a los mayores y a los jóvenes. A unos, porque son la experiencia y a los otros, porque tienen el atrevimiento a cambiar las cosas.