Tomás Bat’a, el zapatero prodigioso
El fundador de la famosa marca de calzado Bata impulsó, hace casi siglo y medio, la extraordinaria transformación de la ciudad morava de Zlín convirtiéndola en un referente empresarial y urbanístico
23 octubre, 2022 00:00Cuentan que tras disfrutar de su luna de miel el empresario checo Tomás Bat’a (Zlín, Imperio Austrohúngaro, 1876-Otrokovice, Checoslovaquia, 1932) le confesó a su esposa, Marie Batova, que tenía una amante a la que jamás abandonaría. Y así fue. El industrial consagró toda su vida a su gran amor, la T&A Bat’a Shoe Company, una innovadora empresa de calzado que en pocas décadas acabó convirtiéndose en un exitoso negocio.
Su fascinante historia nos lleva hasta la ciudad checa de Zlín, en la histórica región de Moravia. Una urbe que floreció gracias al sueño de este intrépido visionario que transformó un modesto negocio de apenas 20 trabajadores en un próspero grupo con presencia en numerosos países de todo el mundo.
La doctrina Bat’a
Su pasión por los zapatos le venía de familia. Tres siglos llevaban sus antepasados dedicándose a este oficio. Ambicioso, visionario, audaz, Tomás Bat’a fundó junto a sus hermanos, Anna y Antonín, su propia empresa de calzado en 1894 cuando el país aún formaba parte del Imperio Austrohúngaro. De hecho, su primer encargo importante fue proveer de botas al ejército imperial durante la primera guerra mundial. Pero antes de eso ya había establecido las líneas de funcionamiento de la compañía inspirado en los métodos de trabajo estadounidenses, país en el que vivió una temporada durante 1904.
Fue un hombre de firmes convicciones: “El principio básico de mi negocio es convertir a mis empleados en capitalistas”. Por eso imaginó una ciudad autosuficiente en la que sus empleados trabajaran, se divirtieran, vivieran y consumieran en un entorno único y singular diseñado para cubrir todas sus necesidades. Economía circular en estado puro. En su filosofía no tenía cabida el conformismo y tampoco eludía los desafíos: “No me digas que no se puede, dime que no sabes hacerlo”, solía decir. Exigía dedicación, superación y fidelidad y él a cambio les proporcionaba buenas condiciones laborales, formación y todo lo necesario para que pudieran llevar una vida cómoda, satisfactoria y digna. Algo inusual en aquellas tempranas décadas del pasado siglo XX.
Zlín, la horma de su zapato
La ciudad cumple todos los preceptos del funcionalismo arquitectónico que se adaptaban perfectamente a la filosofía de vida y ambiciones profesionales de su impulsor. Siguiendo el plan urbanístico de Frantisek Lydie, inspirado en el movimiento de “ciudad jardín” del urbanista Ebenezer Howard (Londres, 1850-1928), se construyeron edificios racionales, modernos y muy funcionales para optimizar la actividad industrial; y colonias de viviendas unifamiliares con pequeños jardines, obras públicas, amplias zonas verdes y lugares de encuentro comunes para el ocio y bienestar de sus habitantes.
Hasta el mismísimo Le Corbusier se confesó fascinado tras visitarla en 1935: “Zlín es un fenómeno brillante. Me he recorrido viajando el mundo entero y, a pesar de eso, aquí me siento realmente en un nuevo mundo”.
Tecnología punta y un despacho en el ascensor
Aunque con alguna variable, todo Zlín es como un enorme juego de Lego construido con cubos de 6,15 metros. Unas piezas básicas que otorgan un alto grado de uniformidad a todo el conjunto. Con 77,7 metros de altura y 16 plantas, el Edificio 21 es uno de los elementos arquitectónicos más destacados. Se construyó entre 1936 y 1938 para albergar la sede administrativa del negocio. En su época fue el segundo edificio más alto de toda Europa y el primer rascacielos del país.
Además, supuso todo un hito tecnológico ya que tenía aire acondicionado, agua caliente, correo por tuberías, centralita telefónica alemana de Siemens, un innovador sistema para limpiar y reparar la fachada o ascensores de alta velocidad en los que el tiempo máximo de espera era de un minuto. Pero quizá lo que más llama la atención es el despacho totalmente equipado, incluso con lavabo, que se instaló en un ascensor para no perder ni un minuto. Actualmente acoge las oficinas del Gobierno regional, pero es posible visitar este peculiar despacho móvil y subir a la azotea para disfrutar de unas fantásticas vistas de la ciudad.
La profunda huella de un visionario
Los antiguos pabellones industriales 14 y 15 albergan un complejo educativo y cultural del que forma parte el Museo de Moravia del Sudeste. La exposición permanente El principio de Bat’a ahonda en la historia de la icónica fábrica de calzado e incluye una magnífica colección de zapatos de diversas épocas y procedencia así como una sala dedicada a las incursiones viajeras y cinematográficas de la saga que llegó a tener sus propios estudios.
Tomás Bat’a murió trágicamente en 1932 en un accidente aéreo cuando viajaba a Suiza por negocios. El memorial construido en su honor es un sencillo y luminoso pabellón de vidrio, hierro y hormigón del que cuelga, como único ornamento, un avión Junkers F13, el mismo modelo en el que falleció.
Tras su repentina pérdida pasó a manos de sus herederos que debieron afrontar los avatares de la historia. La compañía estuvo al servicio de los nazis durante la segunda guerra mundial y al finalizar fue nacionalizada por el Gobierno comunista. Su hijo Thomas J. Bat’a se estableció en Canadá, en 1939, desde donde puso en marcha de nuevo la Bata Shoe Company manteniendo así vivo el extraordinario legado de su padre.