Javier Camarena (Xalapa, México, 1976) es el mejor cantante de ópera del mundo. Así se lo reconocieron en 2021 los Ópera Awards, los Grammy del género, y el público que lo va a ver. Es de los pocos artistas que han realizado bises a petición popular en los grandes teatros del mundo.
No ha sido fácil llegar hasta aquí. Pese a que siempre sintió algo especial con la música, apostó primero por estudiar ingeniería, pero dio un giro radical para cumplir su sueño. Él prefería tocar algún instrumento, pero 19 años es demasiado tarde para empezar en este mundo y apostó por el canto.
Sacrificio y esfuerzo
Fue un vídeo de Plácido Domingo cantando Turandot en el Met de Nueva York lo que le abrió los ojos sobre su futuro: quería cantar ópera. Superar los prejuicios familiares, el sacrificio, el viajar mucho, irse a vivir fuera...
De México saltó a Suiza y hace poco se mudó a vivir a Málaga. Este 19 de de agosto aterriza en el Festival Internacional de Verano de El Escorial con el recital Edén, de la compañía vasca Arriera. Con este pretexto, Crónica Global habla con el tenor desde Argentina, donde hasta hace poco representaba L'elisir d'amore en el Teatro Colón, para que nos cuente un poco más sobre el bel canto, el éxito y su pasión por la música.
--Pregunta: ¿Qué se va a encontrar el espectador que acuda al recital que ofrecen en El Escorial?
--Respuesta: Se van a encontrar con un recital versátil, como tratamos de conformarlos ahora. Tenemos una parte operística muy jugosa, que conjuga parte de mi repertorio habitual --A teo cara, de Los puritanos; La favorita, Espíritu gentil, La Mia letizia infondere, de I Lombardi; el Ah, fuyez de Manon, de Massenet...-- y un recorrido por canciones de arte y populares mexicanas, italianas... Todo conformado por canciones muy bellas. Me acompaña el maestro Rubén Fernández Aguirre al piano y estamos contentos de estar por primera vez en El Escorial.
--Hemos visto que predomina en el repertorio la música y, sobre todo, la ópera italiana. ¿Qué diría que tiene la ópera italiana que la hace tan atractiva para usted?
--La ópera tiene su cuna en Italia y mi especialización es en la época belcantista, que son compositores de fines del siglo XVIII que se concentraron en la voz como instrumento primordial. Ellos confiaron siempre a los cantantes las líneas melódicas más bellas y virtuosas. Eso requiere de cantantes muy capaces, con una técnica vocal resuelta para poder trabajar las demandas de este repertorio. Son óperas que yo disfruto mucho. Además escarbamos en el mundo operístico nos encontramos con mucha música del conocimiento general del público sin que ellos sepan que es ópera (tararea El barbero de Sevilla y La donna è mobile, de Rigoletto) y que alguna vez en la vida uno ha escuchado. Y todo es ópera italiana, porque grandes compositores han hecho a este género algo de la cultura general popular.
--Claro, pero muchas veces no se relaciona la ópera con lo popular propiamente dicho. ¿Es por el recelo de cierto público o porque a veces la ópera se ha puesto demasiado elitista?
--La ópera nació como un espectáculo para el pueblo, se refinó en Alemania con Wagner, pero en sus inicios, hace años, era un espectáculo para el pueblo. El teatro era más bien una plaza donde la gente iba a cotillear, a hacer la compra, a comer. Prácticamente, lo que es un cabaret ahora. Llegó un punto, por eso, en que se le tenía que poner atención a la música y se le dio un punto de solemnización. Lo que fue en contra de la ópera con esta solemnización, en muchos sentidos, fue el hecho de restarle emoción, cierta vida. Uno percibe que entre el público está quién aplaude cuando oye o ve algo que le gusta y el sector de shisteros, que están con el shhh! pidiendo silencio. Y uno piensa: ¿¡por qué!? Si no quieres aplaudir, no aplaudas pero si otra persona está emocionada ¡déjalo que lo viva! Porque la emoción es lo que mantiene viva a la ópera. Cabe recordar por eso, que ir a la ópera, en su día, era como ir al teatro. Era EL espectáculo. La gente iba por cultura y por educación, porque se conocía el valor y el arte dentro de la persona. Con Puccini llegó a su máximo clímax, después ya sólo han habido destellos. Ya dentro del siglo XX han surgido otras posibilidades de escuchar la música con la radio, el cine, la tele, los cilindros, los acetatos. Así se tenía la posibilidad de escuchar al cantante sin necesidad de ir al teatro. Acudir al teatro se volvió más un lujo que una necesidad. Por eso, la principal misión de los cantantes y la gente que nos dedicamos a hacer ópera es revalorizar la asistencia al teatro. No es lo mismo ver la final del Mundial de fútbol desde tu salón de casa por muy gran pantalla y sonido envolvente que tengas que ir al estadio. Es lo mismo.
--Los recitales como los que usted hace ahora y lleva años haciendo, ¿puede ser un primer paso para acercarse a ver una ópera?
--En realidad, la mayoría que se acerca a los recitales son gente que te conoce por la ópera y quiere escuchar al cantante solista. No siempre es para recibir nuevo público, pero sí que, de repente, llega gente nueva porque la gente que sabe los invita y tras eso les comenta que tal cantante está en tal ópera. Puede que no sea el canal mayoritario de entrada a la ópera, ni el que capte más, pero sí es una vía para acercarla.
--¿Lo son las nuevas puestas en escena? ¿Estas apuestas modernas ayudan a captar nuevos espectadores o la vulgarizan como creen muchos?
--Hay directores de escena y directores de escena. En esta paleta de propuestas escénicas hay una gama muy grande de intenciones. Los hay que quieren sólo polemizar y crear un impacto en el público y otros que tratan de contar una historia con una voluntad de hacerlo mejor. Mucha gente, sobre todo la que no la vio, criticó la Lucia Di Lammermoor que hicimos en el Metropolitan de Nueva York porque era muy contemporánea. Yo era como un cholo de una ciudad industrial estadounidense, el hermano de Lucia era un jefe de pandilla casi narco, los edificios con cierto descuido, el vestuario muy contemporáneo (jeans, botas, sudadederas...)... pero la historia se contaba. ¡Y se contaba mejor! Porque con el vídeo en directo se contaban las cosas que pasan de forma simultánea a Lucia y siendo una mujer libre. De esta manera el público se acercaba más a cada uno de los personajes y vivía más de cerca la tragedia que se vive. La ópera no es un cuento de Disney, porque a lo largo de la historia ha sido parte de ella con la crítica política, de las jerarquías, habla de problemáticas sociales... Desgraciadamente Lucia Di Lammermoor sigue siendo actual y le dice al público: esto sucede, ¿qué vas a hacer tú para cambiar las cosas? Lo hace como un tragedión, pero sirve para reflexionar sobre situaciones reales que se siguen dando.
--Lamentablemente, se piensa que es algo tan antiguo que poco tiene que contar al público de ahora. En este sentido, ¿cuán actual es la ópera y que importancia tiene hoy en día?
--La música y las artes en general sin primordiales para la formación integral del ser humano. Tanto como las matemáticas y otras ciencias. Una parte del cerebro se activa al escuchar y estudiar música. También la motricidad cuando tocas un instrumento. Urge revalorizar todo el arte y esto parte de la educación. Se le debe dar igual importancia a la música y la pintura que a otras ciencias. No porque todo el mundo tenga que ser Mozart o Rembrant, pero que tengan ese conocimiento y que no es un trabajo fácil. Se trata de dar el justo valor a las artes. La música no sólo es para bailar o ir de fiesta, sino que también es un arte que se aprecia. Si se tiene una apreciación estético de la música se la pone en valor y también se valora a los artistas que se dedican a ella, también los cantantes de ópera. Los cantantes de ópera se forman de una determinada manera y no necesitan autotune ni amplificación sonora, cantan en diferentes idiomas... Sólo si se parte de la educación se puede valorar.
--Hablando de preparación. Usted fue reconocido en 2021 como el mejor cantante masculino en los Opera Awards, pero ¿cómo llegó hasta aquí? ¿Fue fácil? ¿Cómo se acercó a la ópera?
--Yo nunca fui un estudiante ejemplar, no era mal estudiante tampoco, de ochos. Pero había algo especial en la música y mis padres lo vieron. Aun así, no tuve suerte a la hora de estudiar música, al principio. Fue cuando tenía 19 años y estaba estudiando ingeniería y mecánica eléctrica que decidí no perder mi tiempo y dedicarme a la música. El problema es que entre los requisitos para estudiar música también está la edad. Ya estaba muy pasado de edad para tocar piano o guitarra. Sólo quedaba el canto y como yo quería estudiar música y sabía que era afinado porque cantaba en el coro de la iglesia y en grupos por bares o fiesta, lo hice. Esa fue mi primera toma de decisión y la más complicada, porque era ir en contra de mi familia, luego ya lo aceptaron. La gran mayoría de los artistas se enfrentan a ello. El primer prejuicio es el de la familia que piensan que vas a acabar en la calle o qué sé yo. Luego está el del público que piensa que la ópera es aburrida. Yo estaba en esa línea hasta que vi un video de Plácido Domingo cantando Turandot en el Met de Nueva York. Esa fue la máxima revelación de mi vida. Entonces, todo tuve sentido. Pensé: esa es la meta y quiero llegar allí. Luego tuve la fortuna de encontrarme con muy buenos maestros que dieron lo mejor de sí y de conocimiento para desarrollarme como artista, me aconsejaron mucho. Han habido decisiones complicadas como dejar a mi familia, mi país, porque cuando me fui de México a Suiza estuve un año sin ver a mi mujer y mis hijos... Los años de estudiante además eran los más complicados. Yo pedía fiado pan y jamón para comer porque no tenía dinero. Luego venían las temporadas de fiestas de 15 y bodas que iba mejor. La mudanza a Suiza y ahora mismo son años de sacrificio, de estar fuera de casa. Cuesta y sigue costando trabajo, pero desde que dejé la carrera supe que esto era lo que venía a hacer a este mundo. Lo he trabajado mucho, me he esforzado por hacer las cosas lo mejor posible y agradezco los diferentes reconocimientos, pero no me siento el mejor, ni mucho menos. Yo sólo pongo todo lo que tengo al servicio de la música. Y sigo estando tan seguro que esto es lo que vine a hacer en este mundo como al principio.
--¿Cuál fue el momento en que pensó que había cumplido con este sueño?
--Fue un concurso al que me presenté en el Palacio de Bellas Artes de México. No fue ni en la sala principal, pero era la primera vez que iba a la ciudad de México. No sabía mucho ni conocía a nadie. Nos llevaron a la sala de los espejos para ensayar con el pianista lo que íbamos a cantar en la eliminatoria. No sé por qué me quedé rezagado de camino a la sala donde iba a ser la eliminatoria, me perdí, entré de ladito a la sala principal, vi la cortina hermosa que tiene el Palacio y pensé: yo tengo que estar ahí, cantar ahí. Me eliminaron a la primera (ríe). Cuando se dio, pensé que quería cantar en el Metropolitan y así todo se fue dando con el trabajo y el esfuerzo. Es bonito recordar eso.
--Por último, ¿se cree que se puede innovar en la ópera? ¿Hace falta renovar algo?
--Lo que se tiene que renovar en la ópera es el público. Urge. No porque el actual sea malo, que no se malinterprete. Urge un público deseoso de vivir la experiencia. El público de la ópera está entregado, es un fanático y le encanta la música, los cantantes... Cuando uno va por primera vez a la ópera o gusta o no gusta. Si le gusta, todo es maravilloso y todo les va a sorprender, emocionar, empiezas a conocer tus cantantes favoritos, puestas en escena, teatros... Lo que pasa es que se encuentran con el público más experimentado que muchas veces condiciona tu criterio. Uno va y le comenta lo que le gustó y el otro le comenta donde estaban los fallos. Uno puede pensar, "vale, pero a mí me gustó", que es un porcentaje menor. La mayoría lo acepta y a la siguiente vez que va espera el comentario para ver si lo que percibió es válido o no. ¡Eso es supertriste! Porque estas cosas condicionan. Por eso creo que hace falta que llegue un público joven que llegue y se emocione, que cree o que ayude a crear nuevas leyendas del canto. Ese público experimentado que tuvo la gran fortuna de ver y vivir a Kraus, Pavarotti, la Callas, la Caballé... siempre comparará y no todo tiempo pasado fue bueno ni todo el presente es malo. Ese fue su primer impacto en la ópera y es como el primer amor, que nunca se olvida. Por eso, necesitamos ese nuevo público que sea capaz de enamorarse de la ópera actual, que cree su propio criterio y tenga el deseo de seguir viviendo la ópera y, con ello, mantenerla viva.