Ramon Fontserè (Torelló, 1956) lleva 38 años en Els Joglars, compañía con la que dice haber vivido "una utopía" llena de libertad. Una libertad cada vez más en peligro también en el mundo del teatro y del arte, donde lo políticamente correcto gana cada vez más peso.
Ese es el marco donde se inscribe la nueva obra del grupo catalán dirigido por Albert Boadella. En ¡Que pase Aristófanes! se pone en escena una situación no tan alejada de la realidad, en la que un profesor es expulsado de la universidad debido a sus alumnos y acaba en una especie de centro de terapia para encauzarlo por la vía de lo correcto.
Incorrección como marca
Esta propuesta es solo el pistoletazo de salida de un montaje que, una vez más, pone el dedo en la llaga y da donde más duele a la cultura biempensante. Nada nuevo para la compañía, algo radical todavía hoy e incluso más en los tiempos que corren.
Fontserè, también director de Els Joglars, atiende a Crónica Global desde su casa, en medio del bosque, donde se prepara para actuar de nuevo con este montaje en un escenario único, el Teatro María Luisa de Mérida, dentro del festival de verano que realiza la ciudad.
--Pregunta: ¿Cómo vive el paso de la obra por Mérida?
--Respuesta: Fantástico y bien. Es la primera vez y estamos en un teatro, el María Luisa. Es un festival muy importante y arraigado y para nosotros es muy importante actuar en el marco de este festival y hacerlo cuando la compañía cumple 60 años de historia.
--Se dice pronto. ¿Es muy difícil aguantar en activo durante tanto tiempo y más siendo tan críticos con todo?
--Esto es mérito de Albert Boadella. Él empezó muy joven con la creación de esta compañía. Como miembro de ella he de decir que he pasado unos años de auténtica utopía, este juego que es el teatro dentro de Joglars. Han sido unos años magníficos en los que hemos podido satisfacer, disfrutar, jugar construyendo los espectáculos en La Cúpula. Es una utopía que hemos tocado con los dedos. Y hay algo muy importante en ello, que es el sentido artesanal combinado con lo último de la tecnología, pero Albert siempre mantiene ese espíritu de la artesanía, del artista. Si Joglars hubiera sido una compañía panfletaria no hubiera durado todos estos años. Y el tiempo es muy importante para Albert, porque los espectáculos duraban 5-6 meses de ensayo, cuanto más tiempo es mejor para que el montaje salga y esté más asentado. Eso se consigue a base de este proceso artesanal y este tiempo empleado para que el espectáculo salga con una cierta calidad y no haya nada dejado a la improvisación. Y muchas veces los espectáculos de Els Joglars dan una sensación de improvisación precisamente porque no hay nada improvisado, sino que a través del ensayo uno domina todo y es el juego teatral en su esencia.
--No debe ser fácil en tiempos en los que prima la inmediatez y los tiempos se recortan. ¿Es una lucha o una declaración de principios?
--Una declaración de principios y una lucha, porque desgraciadamente en los tiempos que corren esta utopía que yo he vivido es difícil de mantener. Las finanzas son otras (sonríe). Ahora los tiempos no son tan largos, son 3-4 meses, que aún es mucho. Igual es un principio anticomercial o antimercado, pero ha sido nuestra manera de entender este oficio, este juego. Otra manera es ensayar fuera de Barcelona, en medio del bosque. Desde el 61 hasta 2022 hemos llegado hasta aquí y no ha sido mala la elección.
--Y retomando esa voluntad que tienen Els Joglars de no ser panfletarios presentan '¡Qué salga Aristófanes!', una obra que es casi un canto a la libertad.
--Sería esto, sí. Es la historia de un profesor que ha sido expulsado de la universidad por sus propios alumnos y que es conducido a un centro de reeducación cultural y allí el hombre, como gran conocedor del mundo clásico, se cree que es Aristófanes y se erige como representante de la libertad en una sociedad llena de tabús. Esa sería la sinopsis. Además es un espectáculo catártico y el teatro cuando es catártico es cojonudo, porque la gente ve reflejado lo que piensa sobre el escenario. Lo que piensa, pero no dice por pereza, mecanización, complejo o lo que sea. Al verlo se produce la catarsis y es una de las cosas más bonitas del teatro, el distanciamiento sobre los tabús, los dogmas que los poderosos quieren imponer.
--¿No es contradictorio que en una sociedad que se cree libre y defiende que cada uno haga lo que quiera cada vez haya más tabús e incluso límites?
--Cada vez es más difícil, sí. Cuando empezó lo de las redes la gente colgaba las fotos de los hijos, del jardín, del gato... y, de repente, si no piensas lo que uno dice ya eras lo peor, el mal, el demonio. Se ha convertido en una censura, en un gran hermano. Ahora el narcisismo es criterio de verdad, si no ya estás contra mí. Esto se ha visto potenciado por las redes sociales. Y no estoy en contra de internet, porque yo vivo en el campo y gracias a esto puedo leer a mis articulistas favoritos, libros... Lo curioso es esto que en una época donde la libertad es más evidente, cada vez es menor. Cada vez hay más tabús, hay miedo a decir cosas, es como un campo de minas. Cada vez es más difícil hablar de una manera abierta, espontánea con el amigo, pariente o familiar. En cambio, en los 80 y 90, cuando empecé con Els Joglars había una libertad mucho más amplia, alegre. No sé si sería fruto de la retención de esa libertad que vivimos durante el franquismo que provocó una apertura evidente y magnífica. Pero bueno, como dice Aristófanes, siempre nos quedará el arte como vía de escape. Esperamos que las generaciones futuras aprendan y que esta especie de lo políticamente correcto se relaje un poco.
--¿Pero sigue siendo el arte un refugio a todo esto? Porque cada vez está más cercado por el qué se dice o se hace.
--Sí lo es, pero siempre ha sido así. El arte es el progreso real. Cuando Velázquez pinta La maja desnuda en la época de la Inquisición en la que estaba prohibido exponer el cuerpo carnal. El artista es quien lo expone para dar ejemplo de la belleza, del cuerpo bello y exponerlo tal cual. Y están los casos de Stravinsky cuando compone La consagración de la primavera o Molière con El Tartufo, Aristófanes, Dario Fo, Monty Phyton. Y muchas veces ha sido desde el humor. El humor toca la verdad. Albert siempre dice que los espectáculos de Els Joglars alumbran una realidad insospechada, por eso son catárticos, porque lo que dicen es verdad. Aristófanes también cuando indica "yo os voy a decir palabras amargas pero verdaderas. No os ofendáis". Y es teatro y comedia y las tragedias de Eurípides y Sófocles decían que era como un conjuro para que a los humanos no les ocurriera lo mismo que a los personajes. El arte, y el teatro también, siempre ha sido eso. Este es el ADN del teatro: con toda la belleza, el ingenio, la poesía y la malicia poner en solfa los tabús de la sociedad. Es una válvula de escape de todo lo que los poderosos, con su seductor lenguaje, nos quieren imponer.
--¿Tal vez por eso, al menos en este país, el arte recibe tan poco apoyo de los de arriba?
--Bueno... (suspira). Esto siempre es igual. El arte y los poderosos nunca se han llevado bien, más allá de la época de los mecenas. El arte no es sexi precisamente por lo que he dicho. El teatro refleja la época y si miras las obras de estos 60 años de Els Joglars ves un poco la historia de España, lo que pasa a través de este tiempo, los episodios de estos 60 años. Esto ya lo decía Aristófanes, o Shakespeare, cuando Hamlet le dice a Apolonio: "Cuida bien a los cómicos. Que no les falte de nada porque ellos son el compendio y breve crónica de los tiempos". Ellos son los notarios de los tiempos. No hay nada más eficaz y más imaginativo que la realidad para inspirarte en ella.
--Habla de 'Hamlet', pero en la obra se plantea si el arte debe ser ajeno a la moral. ¿Se han planteado eso? ¿Tiene una respuesta?
--El artista no tiene que dar lecciones de moral, ni en su vida privada ni en sus obras. Tiene que ser amoral, ha de retratar la realidad en que le toca estar. A su vez, gracias a Aristófanes sabemos las costumbres, las tendencias, la moralidad de la sociedad ateniense del siglo IV a.C. y ha traspasado hasta aquí. Si lees sus obras ves que no hay mucha diferencia entre esa sociedad y la nuestra. Tecnológicamente, sí, pero la condición humana, sus pasiones, sus miserias son iguales.
--Pero, por ejemplo, en la obra se denuncia que hay más infantilismo. ¿Hay más que en el pasado?
--Sí, porque ya es una cosa de los padres a los hijos. Yo soy de una generación en que una mirada de mi viejo era mirada militar, te miraba y callabas. Cuando le presentas a los jóvenes una burbuja con una realidad tan de Walt Disney, el tortazo posterior es mayor. Se les crea una realidad paralela, pero esa es una tendencia de esta sociedad. La meritocracia, el esfuerzo, el trabajo no se valora. Estamos en una sociedad de atención al cliente, como dice Edu Galán, en el que ya buscarán una solución, pero usted cómpreme o haga esto. Todo es ego, narcisismo, exhibicionismo que conduce a esta infantilización que no quiere ver la puñetera realidad, la vida tal cual. También este distanciamiento de la naturaleza afecta, porque la naturaleza no es demagógica. Yo vivo en el campo, en una zona que Pla decía que es como un jardín inglés, es maravilloso, pero las abejas te pican, hay culebras y lo vives y te adaptas. Ahora se vive en una sociedad en que todo es bonito y cojonudo, quizás lo hacen con la buena voluntad, pero se les ha ido de las manos. Hay una cierta tendencia a ocultar esta realidad, la vida tal cual.
--¿Tras Aritófanes viene algo más?
--Sí, claro, vamos a continuar. Hemos de ver. Joglars es una ética y una estética y vamos a continuar por esta senda.
--¿Se hace más difícil ahora?
--Yo entré con Teledeum, que causó un impactó en la época. Salían bolos, pero nos hacían atentados, nos acusaban de blasfemos... Quizás antes el público pedía unos actores más asilvestrados, el público tenía más ganas de cachondeo y juerga, ahora es más entendido, más fino y está más para las moderneces. Nosotros, en todo caso, hemos continuado poniendo blanco sobre negro y dando una versión de la realidad a través del humor que está más cerca de la verdad y aquí estamos.
--¿Y 'Aristófanes' pasará por Cataluña?
--Sí, nosotros estuvimos con Ruiseñor ya. Estamos trabajando para estar el año que viene, pero los teatros también tienen sus compromisos. Vamos a ver. En L'Hospitalet seguro que estaremos.