“Tattoo. Arte bajo la piel”: el cuerpo como lienzo
Caixaforum Madrid inaugura una gran exposición sobre el tatuaje y sus distintos usos y significados durante sus más de 5.000 años de historia
19 diciembre, 2021 00:00En septiembre de 1991, Erika y Helmut Simón, una pareja de alpinistas alemanes, se toparon por azar con un sorprendente hallazgo en los Alpes italianos. Atrapado bajo las cumbres heladas de la cordillera alpina encontraron los restos de un humano fallecido hacia el 3255 a. C. al que se llamó Ötzi. Durante su estudio, los científicos observaron que su cuerpo estaba completamente cubierto de tatuajes realizados mediante pequeñas incisiones rellenadas con cenizas de carbón. Las investigaciones apuntan a que estas hendiduras en la piel no tenían una función ornamental, sino que respondían a una primitiva acupuntura a fin de aliviar sus numerosas dolencias.
Ya sea como técnica curativa, símbolo identitario, marca punitiva o como distintivo religioso lo cierto es que, durante siglos, los humanos hemos utilizado esta práctica como algo más que una simple manifestación artística. La exposición “Tattoo. Arte bajo la piel”, en Caixaforum Madrid, explora desde un punto de vista antropológico la historia y evolución de esta ancestral praxis arraigada, desde hace miles de años, en sociedades de todo el mundo.
El tatuaje y sus múltiples significados
Organizada por el Musée du Quai Branly - Jacques Chirac de París y la Fundación La Caixa, la muestra propone una innovadora revisión del universo del tatuaje a través de una colección de más de 240 piezas entre fotografías, audiovisuales, libros, dibujos, herramientas y destacados objetos como por ejemplo una pluma eléctrica de Thomas Edison (considerada el antecedente de la máquina de tatuar) o una veintena de prototipos hiperrealistas que reproducen distintas partes del cuerpo, realizados con material experimental, creados por maestros del tatuaje como Kari Barba, Chimé, Mark Kopua y el francés Tin-Tin.
Hasta la Polinesia debemos ir para encontrar el origen del término tatuaje o tattoo. La palabra procede del vocablo tatau, que significa “herida abierta”. Los motivos y significados de esta primitiva costumbre han variado mucho a lo largo del tiempo. Si en la antigüedad respondían a rudimentarios tratamientos terapéuticos o concebidos como un distintivo tribal o mágico, en Nueva Zelanda, el moko (el característico dibujo de curvas y espirales inspirado en los brotes de helecho) servía como ornamento exclusivo de jefes y guerreros maorís. Aunque también hay quien les otorga una función protectora, como al sak yant, un tatuaje sagrado propio de Tailandia, que ejerce de talismán contra enfermedades y peligros. En cambio, en las islas de Samoa el pe’a (el tradicional tatuaje masculino) suponía una condición sine qua non para conseguir esposa y en Filipinas Whang-od Oggay, que a sus 104 años está considerada como la tatuadora más longeva del mundo, mantiene vivo el tatuaje kalinga, un milenario ritual heredado de las tribus guerreras.
De símbolo identitario a marca punitiva
Sin embargo, este legado indeleble se convertiría en diversos momentos de la historia en una práctica marginal, motivo de persecución y lamentablemente también en una marca punitiva.
En los albores del cristianismo, estos signos en la piel tenían para los creyentes un profundo significado religioso y espiritual. Sin embargo, en la edad media la Iglesia los prohibió primero en el continente europeo y más tarde, tras el descubrimiento de América, en las comunidades indígenas al considerarlos símbolos más cercanos a la magia y al paganismo que a las creencias cristianas.
Durante siglos, el tatuaje se utilizó también como marca de deshonra y de sometimiento. Los romanos de la antigüedad marcaban a sus esclavos; la China Imperial a los criminales; en la Francia de Luis XIV, el Código Negro de Colbert señalaba de este modo los cuerpos de los esclavos acusados de robar o de fugarse y conviene recordar que en la Segunda Guerra Mundial millones de prisioneros, internados en campos de concentración, fueron tatuados con un número identificativo en el antebrazo.
Reivindicación, marginalidad y representación artística
En Japón, el arte del tatuaje se convirtió en una moda ornamental entre los siglos XVII y XVIII. Los dibujos podían cubrir gran parte del cuerpo creando una suerte de traje sobre la propia piel, una seña de identidad que, pese a las diversas prohibiciones, mantuvieron viva los excluidos y los grupos mafiosos como la temida yakuza. No fueron los únicos que manifestaron de este modo su evidente desafío a la autoridad. Reclusos, marinos o miembros de bandas criminales se reafirmaban de esta manera en un medio hostil.
Pero la fascinación por el tatuaje también contribuyó al enorme éxito de los circos ambulantes en la década de 1830. El tragasables, la mujer barbuda, el traga fuego o el gran tatuado eran las estrellas freaks de estos asombrosos espectáculos de feria.
A mediados del siglo XX, el movimiento hippy recupera de la clandestinidad esta manifestación que en sus cuerpos se convierte en un grito de libertad en una época de convulsos conflictos y cambios sociales.
En la actualidad el tatuaje es un fenómeno global alejado de la marginalidad. Una forma de expresión artística que como tal se reivindica en las salas de los museos. Esta magnífica exposición es para Elisa Durán, directora general adjunta de la Fundación La Caixa, “ese recorrido a lo largo de la historia, a lo largo del pasado para llegar a ese presente en el que el tatuaje se ha convertido en esa realidad, con esa dimensión y esa visibilidad social que tiene actualmente”.
La muestra se podrá ver en Madrid hasta el 22 de abril de 2022 y en Caixaforum Barcelona a partir del 18 de mayo.