Un paseo con Bécquer para gozar la garnacha de Campo de Borja
Una aproximación al Aragonia permite disfrutar de una garnacha auténtica y finísima junto a parajes que estimularon al poeta
13 diciembre, 2020 00:00«Todos los males se curan con los aires de Veruela» (verso de Braulio Foz, 1861)
Pero la figura de Veruela es el gran poeta del Romanticismo español, Gustavo Adolfo Bécquer, que fascinado por la singularidad del viejo monasterio versa como sigue en una de sus Cartas desde mi celda: «Figúrese usted una iglesia tan grande y tan imponente como la más imponente y más grande de nuestras catedrales...»
Porque Bécquer acude allí con su hermano a curarse de su incipiente tuberculosis, porque todos los males se curan con los aires de Veruela. Veruela es un monasterio de la orden del Císter, el primero de la Corona de Aragón, que inicia su construcción en 1141 y que mantendrá su actividad monacal hasta su cierre en 1835, como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal.
Viñedos del Campo de Borja, Aragon, España / DO CAMPO DE BORJA
El Cister cumple con la Regla de San Benito, Ora et Labora, y ejerce funciones de oración y culto y estudio a la vez que las propias del abastecimiento. Así pues, las actividades en el campo son primordiales y entre ellas el cultivo de la vid. A menudo los mapas de sus establecimientos se superponen con los de las zonas históricas de la vid.
El vino era para el Císter un producto de la naturaleza indisociable de su rito y la elección de los emplazamientos obedeció a un conjunto de parámetros entre los que cabe mencionar el estudio de los suelos y los climas --además del agua, evidentemente, como fuente de riqueza para la fertilidad, y como canal de comunicación. Es importante que prestemos atención a ese mapa de la antigüedad, en el que quedaron marcadas algunas de las localizaciones singulares en la historia de la viticultura. Veruela, que consiguio dar optimismo al Bécquer aquejado de tuberculosis, es un centro de culto, para la oración y el cultivo, de la cultura y de la agricultura, a los pies del Moncayo, en su ladera nordeste.
Este pico del Sistema Ibérico impone carácter a una gran extensión y preside un marco climático singular que los ingenieros medievales eligieron para su establecimiento. Cuando 200 años después de la desaparición del culto encontramos argumentos en la Ruta del Vino de Borja --el museo del vino se aloja en el recinto del antiguo monasterio-- pareciera que sus garnachas estuvieran allí sin razón aparente, porque son muchas las generaciones de viticultores que desacralizaron su dicha y que tuvieron que vincular sus labores a los objetivos prosaicos y pragmáticos del mercado, pero la auténtica razón del oficio la deben a esa búsqueda del emplazamiento laboral de la Orden del Císter. Siempre hay un monasterio, cerca de un río, en el curso de un desnivel, que preside un mote. Son coordenadas habituales de las localizaciones vinícolas.
Luego viene la tradición, humana y vegetal, que en el Campo de Borja tiene nombre de Garnacha. En el certamen anual de las Garnachas del Mundo, que se celebra alternativamente en los distintos territorios de esta variedad mediterránea (quizá la mayor de ellas) que los aragoneses aseguran que nació allí, los vinos de la comarca del Campo de Borja (13.000 habitantes) siempre ocupan un puesto en el podio. El poeta romántico sintió predilección por la ruina cistercense y la calma y el sosiego de ese Moncayo que seca sus laderas con el frío y el Cierzo. Estaba ya ese mundo desierto de cultos y la secularización sería imparable; pero quedaría la Garnacha para dar cuenta del arraigo de la cultura de la vid. Llevarse a la garganta esos vinos es experimentar una expresión líquida de ese paisaje esencial que impacta al poeta y que desde su romanticismo conecta con la clarividencia de los constructores de las antiguas catedrales.
El impulso romántico favorece la sugestión de Bécquer por esa paz que parece que le repone, alejándose de la Villa y de la Corte. Hoy, cuando probamos esas garnachas tan antiguas y tan adaptadas a sus suelos, sentimos esencias que inducen a sonrisas de convicción.
La gestión de una cooperativa
El confinamiento nos obliga a hablar de viajes anteriores, y a la vez nos reafirma en esos paseos que nos marcaron. Hará un par de años que caíamos por Fuendejalón un lunes por la tarde. Eran casi las cinco y media. En el (gran) edificio industrial de la Cooperativa de San Juan Bautista estaban el enólogo y el gerente, que atendieron nuestra curiosidad y dada la hora nos enplazaron para una visita formal el miércoles de la misma semana. La de San Juan Bautista es una bodega muy importante, representa la práctica totalidad de las uvas de este pequeño municipio zaragozano del Campo de Borja que, con apenas 700 habitantes recoge casi 20 millones de kilos de Garnacha, fundamentalmente.
Y de entre este mosaico de viñedos que componen sus campos, distribuidos en cotas que ascienden desde los 400 metros hasta los 700, el equipo de gestión de la cooperativa consigue mantener en pie 600 hectáreas de viñedo muy viejo que está clasificado para conseguir el material de esas esencias vínicas que los consumidores del mundo entero identifican con este rincón de Aragón. Es muy importante. El valor está en esas plantas históricas que se conservan en ese lugar. Reconocerlo y apreciarlo es una labor que empieza a pie de viña, y que requiere del compromiso y la complicidad del conjunto de los miembros de unas organizaciones de las que amenudo se ha esperado menos... El éxito de los vinos de Fuendejalón se debe a ello y está acreditado en cada una de sus gamas.
Una vez visitadas las instalaciones de vinificación y estocaje, atravesamos el pueblo para conocer un catálogo que se viste (que se embotella y se etiqueta) en la plataforma de comercialización de Bodegas Aragonesas, y en una sala anexa a la tienda pudimos conocer ese trabajo de clasificación de la Garnacha que empieza con el conocido Coto de Hayas y asciende hasta el escasísimo Galiano. Todos los vinos nos parecieron excelentes en su posición de mercado, e identificables por un equilibrio característico entre madurez y frescura que efectivamente identifica a Campo de Borja: disponer de grandes cantidades de Garnacha de ese nivel y condiciones acredita ¡una región en el mundo! Y luego de habernos hecho una idea de conjunto abordamos el tronco de las gamas media y alta, ahí donde Bodegas Aragonesas elige las parcelas de mayor altura, más antigüedad y menores rendimientos.
Ternascos de cordero y platos sencillos
Desde Garnacha Centenaria hasta Fagus, quedándose en el medio nuestro vino de hoy, el Aragonia 2016, que tiene su origen en la selección de garnachas de más de 50 años con rendimientos inferiores al Kilo por planta. El resultado es esa esencia garnachera fina y persistente que gana adeptos donde se presenta. Porque a la precisión del vino decidieron darle un revestimiento exterior de tostados de calidad que permiten identificarle fácilmente entre los elegantes. Los tostados podrán discutirse, porque las tendencias del mercado se mueven, y las últimas quizá se inclinen por vinos más directos, más desnudos (¿y puros?), donde la variedad se presente sin maquillajes, sin empaquetar y tal cual. ¿Quien acierta? Al final el mercado, o los mercados van orientando también esas líneas de acabado del vino.
En cualquier caso, detrás de ese vestido de robles que efectivamente invade aromáticamente en la aproximación al Aragonia, hay una Garnacha auténtica y finísima que insiste si le damos tiempo y exposición. Puede venirle bien una decantación, y un rato de aire para una mayor apertura. Lo que sí puede decirse es que gastronómicamente se disfrutará. Con total seguridad ante los típicos ternascos de cordero; pero igualmente con los platos sencillos de la cocina popular. La elegancia y la potencia del vino levantan la sensación gastronómica incluso desde la sencillez. Pero, ¿Cual es la impresión que invade a quien se acerca a una dosis de Aragonia? ¿Hay esa flor de violetas que nos atrae y abre sutilezas? Seguro, y balsámica, fresca, atomillada y pasada por un romeral. ¿Cítricos? Alguna fresilla los atestigua. Y un toffee que da cremosidad y amabiliza y eleva el perfil a estándares de homologación global, aunque en el fondo preferimos que sea el errante explorador quien bucee y descubra sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos.
Realmente, esas garnachas estaban allí, en esas laderas del Moncayo que antaño cobijaron a los cultos antiguos y que el romanticismo cantó en su florecimineto entre ruinas. Sin el empeño y el tesón de agricultores arraigados, y sin la visión que impuso el plan, el programa y el proyecto de Bodegas Aragonesas, podrían haber emprendido el camino de la extinción.
Felizmente, la marca de la Garnacha de Campo de Borja se hizo ya con un lugar en el mundo y seguiremos disfrutándola sin temor. Hay argumentos para la excursión a esas comarcas de Zaragoza: está Bécquer, está la naturaleza que cantó, está el Cister, que dejó su huella, y está el vino.
Vino: Aragonia 2016, D.O. Campo de Borja, Precio (en tienda): 15 – 17 €
Taula de Vi Sant Benet la integran Oriol Pérez de Tudela y Marc Lecha