Creación
Verdades, medias verdades, silencios y mentiras en el Centro Cultural del Borne
En el mercado del Borne se pueden comprar verdades, medias verdades, silencios y mentiras, a gusto del consumidor. Este mercado ha abierto de nuevo sus puertas y ofrece al visitante la majestuosa cubierta de hierro y cristal diseñada por Josep Fontserè. A sus pies, los cimientos de lo que fuera en su día parte del barrio de la Vilanova del Mar.
18 octubre, 2013 07:44A medida que paseamos sobre sus ruinas unos plafones nos informan de lo que significó la Guerra de Sucesión. En la Sala Villarroel una exposición permanente, llamada "Barcelona 1700. De las piedras a las personas", y cuyas vitrinas están excesivamente repletas de repetitivas piezas de cerámica y otros objetos encontrados en el yacimiento arqueológico sobre el que pisamos, refuerza la información que a grandes rasgos se da sobre la guerra, esto es:
1. Carlos II de Austria muere en 1700 sin descendencia. Según su testamento su heredero debía ser Felipe de Anjou, nieto de Luís XIV, rey de Francia.
2. Felipe de Anjou es ungido como rey y proclamado como tal en las Cortes de Castilla y en las de Aragón. En Cataluña fueron convocadas las Cortes en octubre de 1701. Tres meses más tarde juran fidelidad al nuevo rey, y éste hace lo propio con las Constituciones catalanas, además de otorgar un puerto franco para Barcelona, conceder el envío a América de dos barcos al año, aceptar medidas proteccionistas sobre algunos productos catalanes y otras ventajas comerciales.
3. Temerosa de la hegemonía que pudiera tener la coalición franco-española, la Gran Alianza de La Haya (Imperio Germánico, Inglaterra, Holanda) impulsa la coronación de su propio pretendiente: el archiduque Carlos de la casa de Austria, hijo de Leopoldo I, emperador del Sacro Imperio Germánico. Se inicia la llamada Guerra de Sucesión (1702).
4. En 1705, mediante el pacto de Génova, las autoridades catalanas optan al fin por la opción austracista.
5. En 1711 las piezas en el tablero de ajedrez en que se ha convertido la contienda cambian su disposición. Carlos III es coronado como Carlos VI, emperador del Sacro Imperio Germánico. Se inician las negociaciones entre Felipe V y las potencias de la Gran Alianza, temerosas ahora de una concentración de poder excesiva en manos del nuevo emperador, y en 1713 se firma el tratado de Utrecht. La guerra de sucesión llega a su fin.
6. En Barcelona, la Diputación del General convoca la Junta de Brazos. Mientras que los brazos eclesiástico y militar apuestan por la rendición, vistas las circunstancias desesperadas y la soledad en la que han quedado ante las potencias europeas, el brazo real impone al fin su decisión de resistencia. El asedio de Barcelona por parte de las tropas borbónicas finaliza el 11 de septiembre de 1714.
7. Felipe V impone sus políticas centralizadoras a partir de los Decretos de Nueva Planta. Parte del barrio de la Ribera es derruido para la construcción de una ciudadela militar.
El tuneado soberanista
Otra exposición, llamada "¡Hasta conseguirlo! El sitio de 1714", ocupa la Sala Casanova. Afortunadamente es temporal, no por el tema, interesantísimo, sino por el trato historiográfico que recibe. La interpretación ofrecida entre maniquíes, hologramas y audiovisuales diversos resulta tan tendenciosa que produce sonrojo. Algunas frases delirantes y la ideología que destila dicha exposición dejan a las claras que el principal objetivo no es plasmar de manera didáctica lo que acaeció en 1714, sino traerlo al presente previo tuneado soberanista. El visitante cree estar viendo el Telenotícies (España nos roba y ya lo hacía tres siglos atrás).
Una frase reclama a gritos nuestra atención: "El enfrentamiento entre Cataluña y Felipe V no fue una guerra civil, fue un choque entre estados". A partir de esta falacia, que incluso se contradice con la exposición permanente que hemos dejado atrás, se reproduce la proclama política entre verdades, medias verdades, silencios y mentiras.
Dos reyes: el bueno y el malo. Felipe V de Borbón, absolutista y traicionero, frente a Carlos III de la casa de Austria y los catalanes, referentes del constitucionalismo europeo, pactistas y sobre todo libres y, por si fuese poco, "cuna de la democracia del sur de Europa", es decir, el pueblo escogido traicionado por el tirano que ansía por los siglos de los siglos la venida del Mesías. Confundir el carácter pactista intrínseco e histórico de las instituciones catalanas con la palabra democracia es un exceso que busca el aplauso fácil entre los fieles a la causa.
Las Cortes catalanas de 1701-1702 eran las primeras en un siglo, y en ellas la burguesía emergente sacó pingües beneficios del pacto con Felipe V. Aún así se justifica la traición catalana al rey y el cambio de candidato al trono, pues Felipe V "no encajó en la cultura pactista del país". Sea como fuere, con su apoyo a Felipe V primero, y a Carlos III después, los estamentos privilegiados catalanes ansiaban la perpetuación de unos fueros y unas leyes que les reportasen suculentas ventajas comerciales. No pretendían otra cosa, ni más heroica ni más mitológica, que un rey amigo para la Corona hispánica.
Asimismo llama la atención la falta de crítica hacia los países que conformaron el bando austracista y que, tras la firma del Tratado de Utrecht, abandonaron a su suerte a las instituciones catalanas. A los estamentos privilegiados catalanes que optaron por Carlos III la apuesta les salió mal, y sus valedores les dejaron en paños menores.
Españoles contra catalanes
Se pasa de puntillas por la heterogeneidad de los dos bandos en liza y por la complejidad de un conflicto poliédrico con infinidad de intereses en juego, y se resume a la agresión de un bando, borbónico o felipista, que se convierte por arte de birlibirloque en españoles, al bando austracista, éste pactista y libre, es decir, los catalanes. Se obvia, pues, que los apoyos a unos y a otros por parte de la población catalana fueron variando, como en cualquier guerra civil, a medida que avanzaba la contienda y sus circunstancias variaban.
Por otro lado, si aceptamos la fórmula propuesta de borbónicos=españoles≠catalanes, ¿qué hacemos con los botiflers, los catalanes felipistas? Ya entiendo, de nuevo estos catalanes de segunda fastidiando la homogeneidad del discurso nacionalista oficial. En la batalla de Almansa (1707) las tropas borbónicas dieron el golpe de gracia a las austracistas. Si nadie describiría esta batalla como un enfrentamiento entre españoles y manchegos, ¿con qué rigor se pretende vender la idea de que los españoles atacaron Cataluña, así, sin más? "Parecido" no es "lo mismo".
Aceptar la idea de las tropas españolas contra los catalanes significa ignorar la importante presencia de tropas francesas en el si del bando felipista. A su vez, significa aceptar implícitamente que los catalanes a los que se enfrentaban las tropas borbónicas no eran así mismo españoles. ¿Y dónde metemos a los no catalanes que lucharon, como el asturiano Antonio Villarroel, en favor de la causa austracista? Por cierto, aunque Villarroel arengaba a sus hombres en castellano, no se oye ni una palabra en esa lengua en las muchas recreaciones audiovisuales de la lucha final en las calles de Barcelona.
Si las tropas borbónicas se hubiesen enfrentado a las tribus Sioux en las praderas canadienses podríamos entender eso de los españoles contra..., pero esa clase de generalizaciones no están bien traídas en el caso de guerras civiles como la que nos ocupa. La ecuación borbónicos=españoles≠catalanes, pues, es falsa. Por mucho que se empeñen una guerra civil es lo que es y no lo que se pretende que sea, esto es, una invasión bárbara y española al mundo civilizado y catalán.
Derecho a decidir... ¡morir!
En realidad, ¿por quién o por qué murieron los asediados durante los largos meses de resistencia? Se aduce hasta el hartazgo que lo hicieron "en defensa de las Constituciones que fundamentaban el Estado catalán". ¿No luchaban por un rey para el trono de España? Incluso el texto publicado por la Junta de Brazos llamado Despertador de Cataluña es un llamamiento a la población para resistir y luchar "per la llibertat d'Espanya". Se trata, pues de un documento que reclama una monarquía hispánica pactista y pactada, federal o confederal si se quiere, pero nada más allá.
La lectura sentimental de lo que había en cada uno de los corazones de los sitiados es muy efectista, pero como en toda guerra civil, los vasallos fueron utilizados egoístamente por unos y otros para la perpetuación e incremento de los privilegios de unos pocos. ¿Son héroes los que empujaron con una decisión suicida a la población barcelonesa a un sufrimiento ya innecesario, pues la derrota era segura? No sólo eso, sino que lejos de cuestionar el papel que tuvo el brazo real cuando tomó e impuso la decisión de no rendir la ciudad, se les encumbra a los altares de la milología catalana. Una vez más, el pueblo llano pagó las consecuencias de las decisiones tomadas por otros.
¿Y después de la guerra, qué? Lógicamente, la lectura de todo lo que pasó en Cataluña tras la victoria borbónica es negativa (parte de razón, visto lo visto tres siglos más tarde, no le falta). Se relata, por ejemplo, el exilio masivo de austracistas al finalizar el conflicto. Se ignora, por otro lado, a los catalanes partidarios de la causa borbónica que años antes, con la llegada temporal de Carlos III, también habían tenido que huir. Pero la noticia de alcance internacional se hubiese producido, en realidad, si tras una guerra civil no hubiesen existido exiliados en el bando vencido. Tan doloroso como lógico.
A las puertas del mercado, cuando ya se han dejado atrás las arengas y el griterío y las detonaciones de las distintas audiovisuales, el visitante se encuentra con una gran señera, tan pretenciosa y hortera como todas las banderas de ese tamaño. Allí plantado, aturdido y empachado por tanto estado catalán, libertades, democracia, constituciones y héroes, el visitante lee una pancarta, que cuelga de uno de los balcones, y que le hace volver al año 2013: "Catalunya 'lliure' de xoriços indecents". Historia sin grises ni matices, solo a dos colores, buenos y malos al servicio de un cuento que tiene que resultar redondo y sin aristas, como ya se hiciera en la Renaixença. Mártires y villanos, verdugos y víctimas. Si San Bartolomé fue desollado y San Lorenzo, quemado, Rafael de Casanova i Comes murió en Sant Boi de Llobregat en 1743, a los 83 años, seis años después de haberse retirado como abogado y hombre de leyes. Desde luego en 1714 hubieron héroes y mártires: los de siempre.