La multitud de actores que han tomado parte en la llamada a ser la mayor operación de lo que va de década, la toma de control de Banco Sabadell por parte de BBVA, da idea de lo mucho que hay en juego, tanto en el plano económico-financiero como en el político. Pero a todo ello también se suma la esfera personal. La iniciativa a la hora de tomar decisiones a todas luces arriesgas por parte del presidente del BBVA, Carlos Torres, guarda relación con la gran dependencia que de su futuro profesional tiene esta maniobra.
Sobre el tablero de ajedrez a escala humana en el que se ha convertido la lucha por el control del Banco Sabadell también se disputa, de forma simultánea, una partida de enjundia como es la que determinará quién ocupará la presidencia de BBVA a partir del próximo ejercicio, cuando vence el actual mandato de Torres en el consejo del banco y su continuidad deberá ser propuesta para el debate de la próxima junta general de accionistas.
Decisiones sorprendentes
Es decir, que una operación valorada en más de 12.000 millones de euros, con el componente añadido de fricción que supone el próximo lanzamiento de una OPA hostil, tendrá como escenario temporal los últimos meses del actual mandato de Torres, cuyas decisiones están dejando con la boca abierta a no pocos actores del mercado.
El acercamiento a Banco Sabadell, tres años y medio después del fracaso de la primera tentativa de fusión, ya fue una cierta sorpresa por considerarse una operación casi olvidada y que llegaba en un momento muy distinto al de entonces.
A partir de ahí, todo ha sido una continuidad de impactos en cadena y en tiempo récord: la precipitada propuesta de fusión por absorción al consejo del Sabadell, la exigencia de una respuesta rápida a una operación tan delicada, la negativa del órgano de gobierno del banco con sede en Alicante y el anuncio, menos de 72 horas después del lanzamiento de una OPA hostil por el 100% del capital.
Todo demasiado acelerado, precipitado e improvisado, como prueba el hecho de que la práctica totalidad de respuestas a la operación han sido negativas: desde el Gobierno central y los autonómicos con mayor implicación en los posibles efectos de una eventual fusión (Cataluña y Comunidad Valenciana), todos de distinto signo político, hasta las grandes patronales de estos territorios, pasando por reguladores como el Banco de España, analistas y expertos.
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Y todo ello, sin olvidar un actor tan relevante como el mercado, que en ningún momento, desde que han trascendido cifras concretas, ha creído con firmeza en la operación. Más bien, todo lo contrario: la suma de las capitalizaciones bursátiles de ambos bancos es menor que cuando se confirmó que el proceso estaba en marcha. Y la cotización de Banco Sabadell ni ha llegado a aproximarse a la valoración que contempla la oferta de BBVA (idéntica en la propuesta de fusión y en la OPA).
La presión de los inversores a la cúpula de la entidad compradora para mover ficha ha sido un factor determinante. Desde la desinversión en el negocio de EEUU, con la venta al local PNC por unos 9.600 millones de euros, la estrategia para asignar el exceso de capital generado ha dejado insatisfecha a la mayoría.
Los principales destinos han sido las recompras de acciones y posterior amortización y la ampliación de la participación en el turco Garanti. Es decir, fuera del perímetro de la entidad, la nada. Mientras, el tiempo se le acaba a Torres a la hora de presentarse para aspirar a un nuevo mandato sin novedad alguna encima de la mesa.
De ahí que la fórmula de la OPA hostil fuera la salida más probable para la encrucijada en la que se había visto encerrado el primer ejecutivo de BBVA en el caso de que el consejo del Banco Sabadell rechazara su propuesta de fusión.
La única salida
Algo que él mismo había podido intuir desde el primer momento, toda vez que el pasado jueves admitió ante los medios de comunicación que pudo apreciar una primera respuesta tibia del banco vallesano, muy centrado en las posibilidades de crecimiento que le ofrece la estrategia que ha diseñado para caminar en solitario.
La oferta no pactada supone un enorme balón de oxígeno en forma de tiempo por la demora que suponen los sucesivos trámites; aire fresco para que Torres pergeñe un último intento por presentarse con algo más que viento de cola a su reelección.
Una situación que, por otra parte, comparte con su consejero delegado, Onur Genç, que también deberá renovar mandato y cuya labor también ha estado en entredicho en varias ocasiones, especialmente por ser el principal valedor de redoblar la apuesta por el mercado turco.
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