España se le quedó pequeña a Ferrovial… y el primer Del Pino fue a conocer a Bin Laden
La compañía, que ultima el traslado de su sede social a Países Bajos, siempre fue un referente de internacionalización, incluso en épocas en las que salir era poco menos que quimérico
16 abril, 2023 00:00“Ferrovial no se va de España, siempre ha sido nuestro país y no renunciamos a él”. Palabras quizá más necesarias que nunca, pronunciadas por el presidente de la compañía poco antes de recibir el respaldo mayoritario a una decisión histórica, como es el traslado de la sede social fuera de las fronteras. Pero también porque Rafael del Pino Calvo-Sotelo conoce a la perfección que a Ferrovial empezó a quedársele España demasiado pequeña hace mucho tiempo, casi desde su fundación, 70 años atrás.
Aquellos tiempos eran muy diferentes de los actuales, pero un Rafael del Pino también estaba a los mandos del, por entonces, un incipiente y modesto negocio familiar dedicado a la construcción. Rafael del Pino Moreno, un referente de la amplia y prolija historia de la ingeniería española, inició la aventura con un prometedor contrato para la fabricación de traviesas de vías férreas.
Salir para crecer
Un primer paso que iba a marcar el nombre que la compañía ha mantenido hasta la actualidad, cuando ultima los trámites para trasladar la sede de su sociedad matriz a Países Bajos. Pero también, la visión realista de que su futuro pasaba necesariamente por salir de un mercado tan pequeño.
“Este contrato abría las puertas de otros, pero si queríamos crecer no podíamos dedicarnos a fabricar traviesas ferroviarias. Por entonces, la red no avanzaba como ahora”. Los que tuvieron la suerte de compartir unas horas de charla con Del Pino Moreno podían disfrutar de una enciclopedia abierta del sector de infraestructuras pero, sobre todo, de la realidad socioeconómica de aquella España que peleaba con denuedo por asomar la cabeza, aun entre los escombros dejados por la Guerra Civil.
Hasta ahora, Ferrovial nunca se ha ido de España, pero su fundador no tardó en coger las maletas y dejar la piel de toro en busca de nuevas fronteras, de otros mercados a los que llevar tanto su saber como sus ganas de crecer y de hacer de ese pequeño negocio un referente mundial.
Lo que ahora forma parte del día a día de cualquier empresa que se precie, incluso las de dimensiones mucho más reducidas que las de aquella primera Ferrovial, era poco menos que quimérico hace 60 años. Pero era momento de derribar barreras. “El mundo siempre es mucho más grande que nuestro entorno, pero si no lo abandonas nunca lo descubres”.
El reto de Oriente Medio
Uno de los destinos fue Oriente Medio, por entonces sumido en un contexto todavía más complicado que el actual, aunque la crisis del petróleo aún no había dado el primer aviso a las economías de países como Arabia Saudí. Aprovechando que las relaciones del régimen franquista con aquel entorno, sin ser idílicas, eran en todo caso mejores que con Israel, el primer Del Pino de la historia de Ferrovial logró ser recibido por uno de los empresarios más prósperos de aquel país.
“No diré cómo se llamaba hasta el final para no desviar la atención”, narraba el fundador de la empresa en los primeros años del presente siglo cuando, aunque ya dado el relevo de la presidencia a su primogénito (el actual primer ejecutivo), aún gozaba de buena salud y una prodigiosa agilidad mental.
Otro mundo
“Aquello era una realidad de otro mundo, un palacio con todo lujo al alcance de un ser humano pero, al mismo tiempo, un entorno familiar, por completo alejado de una fría oficina, con gente por todas partes entrando y saliendo, con una prole de chiquillos corriendo y jugando por aquí y por allá”, explicaba.
Rafael del Pino Moreno fue un privilegiado por ganarse la confianza y ser recibido en sus propios aposentos por el patriarca de una de las familias de negocios más poderosas del país, por la que en aquellos tiempos pasaba prácticamente cualquier contrato del sector de la construcción y las infraestructuras en la región. A ningún oyente iba ya a sacar de la historia si revelaba que estaba en la mismísima casa de los Bin Laden.
“Me figuro que alguno de aquellos críos que corrían y gritaban por aquella interminable estancia era el que hoy es el terrorista más buscado del mundo”, relataba como si tal cosa.
Apenas dos años antes, Osama Bin Laden se había convertido en el objetivo número uno de EEUU tras ordenar y dirigir los atentados del 11-S. Algo más al norte, en la vecina Canadá, encontró Ferrovial el que todavía hoy en día es uno de sus hitos en el exterior: la adjudicación de un tramo de peaje de la ETR-407.
La joya de la corona
El fundador de Ferrovial aún hablaba con emoción de este éxito y apuntaba su importancia: “es de esas operaciones que aseguran durante mucho tiempo la existencia de una empresa”. Del Pino Moreno hacía referencia a la duración de 99 años del periodo concesional.
Ferrovial se volcó en lo que durante mucho tiempo fue la “joya de la corona” de sus activos. Hace aproximadamente 20 años, la ETR-407 ya operaba bajo incipientes sistemas de telepeaje que precisarían de muchas actualizaciones aún, lo que no impedía al veterano empresario hablar con inmenso orgullo de aquella tecnología que hacía posible facturar en una autopista sin necesidad de detener el tráfico.
Telepeaje incipiente
Divertido, aun recordaba la anécdota que le refería el equipo de la empresa en Canadá, cuando se detectó una anomalía a la hora de identificar un vehículo a través de las fotografías que realizaba el sistema de peaje en remoto. “Alguien se había metido en el maletero del coche para tapar la matrícula y que no se pudiera identificar el vehículo. Al examinar las fotos comprobaron que de la parte trasera del vehículo salían dos manos: una de ellas tapaba la matrícula mientras la otra hacía así…” (y mostraba él mismo el gesto despectivo conocido como ‘peineta’ o ‘higa’, con el puño cerrado salvo el dedo corazón, bien elevado hacia afuera).
Un poco antes, Ferrovial se había convertido en la primera empresa española en participar en obras del metro de Londres, uno de los mayores del mundo, tras adquirir Amey, una empresa local al borde de la quiebra pero que se había hecho con un contrato para lo que fue el primer trabajo de remodelación del suburbano británico en sus, en aquel entonces, 140 años de existencia.
Más tarde llegaría la compra de BAA (la Aena de Reino Unido), que puso en jaque al mismísimo Gobierno con el ejercicio de la llamada ‘golden share’ (que permitía a los miembros de la UE vetar operaciones sobre compañías que habían sido privatizadas), las concesiones en EEUU, las compras en Australia… hasta la reciente entrada en el proyecto de ampliación del aeropuerto JFK de Nueva York, que tiene mucho que ver con los planes de cotizar en Wall Street y, derivado de ese objetivo, el traslado a Países Bajos para agilizar los trámites.
Hitos a los que el fundador de Ferrovial ya no pudo asistir pero que reflejan de forma adecuada el legado de internacionalización que dejó como impronta; y que ahora podrá recoger ya la tercera generación, toda vez que uno de sus nietos, Ignacio del Pino Fernández-Fontecha, hijo del actual presidente, tutelará la filial española de nueva creación que ocupará el lugar que deje la matriz cuando culmine su fusión con Ferrovial International SE.