Carmen Calvo responde al presidente de Pimec, Josep González, en los premios de la patronal catalana / CG

Carmen Calvo responde al presidente de Pimec, Josep González, en los premios de la patronal catalana / CG

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La noche de los lazos rojos empresariales

La cena anual de la patronal Pimec recibe a la vicepresidenta Carmen Calvo con una demostración de 'lacismo' solidario y una contenida reivindicación nacionalista

11 octubre, 2018 00:00

Ojiplática debió quedarse Carmen Calvo al entrar anoche en el Palau Nacional de Cataluña, en Montjuïc. Un daltónico hubiera pensado que casi el millar de personas que convocó la patronal Pimec a su gala anual de los Premios Pymes eran todos activistas por la independencia o un CDR emboscado con trajes y corbatas. Era la 31 edición y la cena de Pimec tenía carácter solidario. Los organizadores, coqueteando con la tendencia simbólica del país, decidieron que era una buena idea entregar a los asistentes un lazo rojo, solidario decían las atentas azafatas, que nada tenía que ver con la reivindicación nacionalista sobre los presos políticos y sus correligionarios exiliados.

Entre unos y otros llenaron la majestuosa sala del Nacional de lazos de uno y otro color. Los más irreductibles siguieron luciendo el amarillo. Ante la abundancia de cargos públicos del Govern de la Generalitat (directores generales, de departamento, jefes de gabinete y otras especies de altos funcionarios) no era de extrañar la abundancia del color de moda del independentismo, pero el rojo fue bien acogido, casi como un juego de etiqueta, por los empresarios responsables de las pymes catalanas que siguen la estela de Pimec.

Nula atención a Colau

Allí charlaron la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el propio presidente de la entidad empresarial, un incombustible Josep González. En la mesa de este cronista no se pudo escuchar a la edil de la ciudad porque ninguno de los asistentes dejó sus conversaciones para atender a su discurso. Más expectación despertaron las palabras del resto. González abrió fuego con un discurso más moderado que en los últimos tiempos y, tras enumerar los principales problemas del mundo empresarial (coste de la energía, morosidad, formación profesional, infraestructuras…) se adentró por la política en la lengua de Cervantes: “Se nos han ido un buen puñado de domicilios sociales de empresas y nos duele y, por qué no decirlo, nos sorprende en algunos casos. Creemos que ya es tiempo de derogar el decreto que facilitó el traslado de sedes sociales. Es una cuestión más simbólica que efectiva, pero hoy los simbolismos cuentan”.

La sorpresiva petición del presidente de Pimec que pedía evitar por vía legal “el exilio de las empresas” fue comentada entre algún asistente crítico, que no veía del todo claro que la ley impidiera que los consejos de administración de una compañía decidan su sede social en ejercicio de la libre capacidad decisoria que se les supone. Pero ante la primera contundente petición, el tono se moduló a renglón seguido. “Diálogo”, “diálogo abierto y constructivo” y “separación e independencia de poderes” una elíptica referencia para solicitar la libertad de los políticos encarcelados preventivamente que, sin citarlos expresamente, fue remachado con un nada florentino “supongo que se entiende lo que quiero decir”. Hubo aplausos, la parroquia había captado.

Calvo, firme y sin papeles

Sin un papel que leer le respondió la número dos del Gobierno socialista de Pedro Sánchez. Enjuta, rostro firme y tan desafiante como enternecedor, Calvo hizo uso de los premios que acababa de conceder la patronal para engarzar su discurso. Se otorga a la segunda oportunidad. “Me parece una excelente idea”, le replicó a González. Y ahí es donde se explayó la representante del Ejecutivo de Madrid. En España no se valora a quien se cae y vuelve a levantarse, prosiguió. “El fracaso –dijo– se condena eternamente”. Y eso sucede en el mundo de la empresa, en la vida y en la política. Era su también tangencial referencia a lo sucedido en Cataluña en el último año.

Con esa alusión a la segunda oportunidad, Calvo estaba respondiendo con finezza, sin mencionarlos, al independentismo y a sus líderes. Apenas acababa la frase y ya entró en harina. “Somos –les espetó a los empresarios– un Gobierno que trabaja para todos”, con respeto a la diversidad ideológica y territorial de España. “Asumimos nuestras responsabilidades con Cataluña, con tesón y con lealtad, con capacidad de coordinación y de encuentro”, agregó. No pudo, quizás tampoco quiso, marcharse de Barcelona sin trazar una línea roja: “Sabemos que lo más importante en democracia es cumplir las normas que nos hemos dado. Se llama seguridad jurídica y, al final, también capacidad de convivir”.

calvo cunillera

calvo cunillera

Carmen Calvo, de rojo, como los lazos solidarios, y la delegada del Gobierno, Teresa Cunillera, charlan con el secretario general de Pimec, Antonio Cañete, al inicio del acto 

Colaboración, diálogo y lealtad institucional

No había acabado de pronunciar esa frase cuando dijo que se dirigía al empresariado porque pretendía aclarar que el Gobierno de España también quiere estar a su lado. Unos tímidos aplausos sonaron desde una mesa situada detrás de la presidencial. Todos, sin excepción, se giraron en la sala a ver quiénes eran los autores del conato de ovación, que se ahogó en dos segundos por la falta de consenso. Un rápido repaso a los cuatro meses que Sánchez y los suyos llevan al frente del país, un compromiso con el Corredor Mediterráneo y la Disposición Adicional Tercera del Estatuto que debiera garantizar determinados recursos para infraestructuras fueron las únicas referencias explícitas a lo que el Ejecutivo pretende pactar encima de la mesa con el Gobierno de Cataluña. “Pero todos debemos ser capaces de entender, también en Cataluña, desde la lealtad institucional, que en política lo que importa son los problemas reales de los ciudadanos”. Pelota devuelta con volea a la administración autonómica.

La última intervención le correspondía a un Torra que en la mesa presidencial sólo hablaba con Colau. El presidente del Parlament, Roger Torrent, sentado justo enfrente, y el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès –un asiento los separaba–, parecían menos interesados por lo que relataba su jefe de filas a la alcaldesa que por sus respectivos teléfonos móviles. Desde el estrado, y sin saber si los dos representantes de ERC estaban conectados con Lledoners, el president volvió a lo suyo. Pero algún empresario llegó a comentar, discretamente, que con menor ahínco. Presos, agravios económicos supuestos y, claro, el último relato: hemos conocido por los medios que el maligno Estado y sus apéndices fueron los que provocaron el éxodo empresarial y de depósitos bancarios del último año. Como si los ciudadanos catalanes, muchos de ellos de credo nacionalista, no hubieran participado de forma privada en aquella emigración de las cuentas espejo o si las empresas no tuvieran verdadero pavor a cómo la acción de los políticos afectaría a sus mercados y cuentas de resultados.

Mas, solo, pensativo...

El momento en el que Torra despertó mayores aplausos fue al agradecer a Artur Mas, que ayer mismo había declarado ante el Tribunal de Cuentas, que acompañara a todo el séquito gubernamental en la cena de los empresarios. “¿Ha venido Mas?”, preguntó alguno que no lo vio al principio de la sesión. Y sí, el hombre que intentó seducir a los empresarios años atrás con sus propuestas de una Generalitat de los mejores, business friendly, había aterrizado en el aquelarre. Cenaba en una esquina de la rectangular mesa presidencial, en actitud un poco aislada, quizá rememorando los años en los que era la estrella invitada de aquel acto y se bañaba en elogios y consideraciones de los asistentes. Quizás, pudo maliciar alguien, reflexionando sobre qué había pasado para acabar sentado sólo en la esquina protocolaria.